La vida, en el sentido
de estructura y actividad biológica, es un fenómeno distintivo que presenta la
naturaleza. El que una cosa se alimente, crezca y se reproduzca resulta algo
muy especial respecto a toda otra cosa conocida. Resulta asimismo
extraordinario que estas funciones puedan ser efectuadas por una cosa cuyas
partes son enteramente físicas, como átomos y moléculas. La combinación
especial de estas partes produce algo enteramente animado y con fuerza propia.
Patricio Valdés Marín
Registro de propiedad
intelectual Nº 169.033, Chile
Prefacio a la colección El universo, sus cosas y el ser humano
El formidable desarrollo que ha experimentado la tecnología
relacionada con la computación, la informática y la comunicación electrónicas
ha permitido el acceso a un inmenso número de individuos de la cada vez más
gigantesca información. Por otra parte, existe bastante irresponsabilidad en
parte de esta información sobre su veracidad por parte de algunos de quienes la
emiten, tergiversando los hechos. Además, mucha de la información produce alarmas y temores, pues aquella gira
en torno a intrigas, conspiraciones, crisis y amenazas. Habría que preguntarse
¿hasta qué punto esta información refleja la compleja realidad? ¿Cuánta de toda
esa información es verdadera? ¿En qué nos afecta? Como resultado hemos entrado
en una era de desconfianza, relativismo y escepticismo. Sin embargo la raíz de
ello debe buscarse más profundamente.
Nuestras ideas son representaciones subjetivas y abstractas
de una realidad objetiva y concreta, pero la realidad es profundamente
misteriosa y nuestro intelecto es bastante limitado para aprehenderla. De este
modo se intentará reflexionar en forma
sistemática y unificada sobre los temas más trascendentales de la realidad. En
este discurrir, deberemos mantenernos críticos, en el sentido de análisis y
juicio referido a la realidad, pues dichas ideas no son “claras y distintas”,
como supuso Descartes. El filosofar que podemos emprender debe intentar
entender tanto el sentido último del universo, sus cosas y los seres humanos
como servirles de fundamento racional. Replanteándolo todo hasta querer
bosquejar un nuevo sistema filosófico, un nombre apropiado para esta obra de
diez libros podría ser simplemente El
universo, sus cosas y el ser humano.
Vivimos en un periodo histórico ya denominado posmodernismo,
que se caracteriza por el derrumbe de los dogmas religiosos y sistemas
filosóficos tradicionales a consecuencia del enorme progreso que ha tenido la
ciencia moderna y su método empírico, contra cuyo descubrimiento de la realidad
no pudieron sostenerse. Sin embargo, la antigua sabiduría respondía de alguna
manera a las preguntas más vitales de los seres humanos: su existencia, su
sentido, el cosmos, el tiempo, el espacio, la vida y la muerte, Dios, la verdad,
el pensamiento, el conocimiento, la ética, etc., pero la ciencia, que ocupó su
puesto, no ha podido responderlas, ya que no son esas preguntas su objeto de
conocimiento. Por la ciencia entramos en una época de enorme conocimiento y
certeza, pero si no se es fiel a la verdad que devela, es fácil caer en el relativismo: ahora todo es opinable y no se
respeta ninguna autoridad, en cambio se pide respetar a cualquiera por
cualquier sonsera que esté diciendo; existe poca o ninguna crítica; aparecen
gurúes, charlatanes y falsos profetas por doquier, mientras la gente permanece desorientada
y escéptica; se divulga falsedades por negocio, fama o intereses espurios.
No se trata de revivir los antiguos dogmas religiosos y
sistemas filosóficos, sin embargo, 1º las preguntas que responden al ¿qué es?
filosófico, más que el ¿cómo es? científico, que éstos intentaban responder
están tan plenamente vigentes hoy, ya que sin aquellas nuestra vida sería vacía
y que la filosofía emergió como un esfuerzo racional y abstracto para conferir
unidad y racionalidad al mundo, y 2º, la ciencia sigue con firmeza develando
esta tan misteriosa realidad, puesto que no fue hasta el desarrollo de aquella
que el mundo comenzó a ser entendido como sujeto a leyes naturales y
universales de relaciones causales. En consecuencia, esta obra requerirá llegar
a los grados de abstracción que demanda la filosofía y a partir de justamente
la ciencia intentará responder a las preguntas más vitales. El criterio de
verdad que la guiará son las ideas universales y necesarias de ‘energía’ para
lo cosmológico y la complementariedad ‘estructura-fuerza’ para el universo
material.
EL CONTEXTO CÓSMICO
DE LA OBRA
Parafraseando el inicio del Evangelio de s. Juan (Jn. 1, 1),
afirmaremos, “En el principio, estaba la infinita energía”. La energía, que no
se crea ni se destruye, solo se transforma —según reza el primer principio de
la termodinámica—, que no debe ser pensada como un fluido, ya que no tiene ni
tiempo ni espacio, que su efectividad está relacionada con su discreta
intensidad, que es tanto principio como fundamento de la materia, no puede
existir por sí misma y debe, en consecuencia, estar contenida o en dependencia.
Y Dios la causó y liberó en un instante, hace unos 13 mil setecientos millones
de años atrás, la codificó y la dotó de su infinito poder, creando el universo
entero. La cosmología llama “Big Bang” a esta ‘explosión’ y se puede definir
como un traspaso instantáneo, irreversible y definitivo de energía infinita a
nuestro material universo en el mismo instante de su nacimiento. La energía que
este agente suministró al universo, tal como si fuera un sistema, no termina en
desorden, sino sirve para generar y estructurar la materia. El Big Bang, que
sería el soplo divino, es también el instante del punto del comienzo de la
creación y es igualmente el manto que, desde nuestro punto de vista, envuelve
todo el universo. En el mismo grado
que el objeto que se aleja cercano a la velocidad de la luz del observador, que
de acuerdo con la contracción de FitzGerald se acorta en el eje común entre
objeto y observador, aseveramos que, con el fin de mantener la simetría, el
plano transversal del objeto a este eje se agranda recíprocamente hasta
identificarse con la periferia de nuestro universo. Inversamente, la
teoría especial diría que para un observador situado justo en el Big Bang, Dios
en este caso, el tiempo habría sido tan grande que ni una fracción
infinitesimal de segundo habría transcurrido. Una vez más, para este observador
la distancia se habría reducido a cero, como si el Big Bang fuese la base de un
tronco que sostiene la inmensidad del universo, dándole unidad a través de una
inmensa relación causa-efecto. Dado que todo el universo tuvo un origen único y
común, entonces las mismas leyes naturales gobiernan todas las relaciones de
causa-efecto entre sus cosas. Para la causa del universo entronizada en el Big
Bang, a pesar de estar a alrededor de 13,7 mil millones de años de distancia en
el pasado, cada parte del universo estaría en su propio tiempo presente,
mientras que la manifestación de causalidad estaría recíprocamente presente en
todo el universo.
El universo conforma una unidad en la energía que no admite
dualismos espíritu-materia, como los postulados por Platón, Aristóteles o
Descartes. Así, el universo, en toda su diversidad, está hecho de energía y
nada de lo que allí pueda existir puede no estar hecho de energía. Tales de
Mileto, considerado el primer filósofo de la historia, postuló al “agua” y sus
tres estados como clave para incluir la diversidad del universo; después de él
otros sugirieron diversos entes como fundamento de la cosas; tiempo después
Parménides inventó el concepto de “ser” para darle unidad a la realidad,
concepto que hechizó a toda la filosofía posterior; ahora proponemos la idea de
“energía” para este mismo efecto metafísico. Si desde Heráclito la filosofía
comenzó a especular sobre el cambio que ocurre en la naturaleza, la ciencia
observó por doquier a conjuntos relacionados causalmente como sistemas que se
transforman de modo determinista según las leyes naturales que los rigen y ella
los reconoció, más que cambios, como procesos. El tiempo y el espacio del
universo están relacionados con el proceso. Ambos no son categorías kantianas a priori que residen en nuestra mente.
El tiempo proviene de la duración que tiene un proceso y el espacio procede de
su extensión. La infinidad de interacciones originadas en el Big Bang
constituyen el espacio-tiempo del universo, donde cada ser u observador existe
en su tiempo presente y todo lo demás está entre su próximo y lejano pasado,
estando el Big Bang a la máxima distancia y siendo lo más joven del universo.
La velocidad máxima de las interacciones es la de la luz. La fuerza
gravitacional es el producto de la masa que se aleja con energía infinita de su
origen en el Big Bang a dicha velocidad y que forzadamente se va separando
angularmente del resto de la masa del universo, por lo cual el universo es una
enorme máquina que, por causa de su expansión radial (no como un queque en el
horno), genera la fuerza de gravedad, teniendo como consecuencia su pérdida
asintótica de densidad. Y esta fuerza más el electromagnetismo y las otras dos
que ellas causan dentro de la estructura atómica producen la incesante
estructuración y decaimiento de las cosas.
Algunos científicos creen observar un completo
indeterminismo en el origen del universo, pudiendo éste haber evolucionado
indistintamente y al azar en cualquier sentido. No consideran que el universo
haya seguido la dirección impresa desde su origen según las propiedades de la
energía primordial y la relativa estabilidad de lo que se estructura. De modo
que la energía primigenia se convirtió en el universo y fue desarrollándose y
evolucionando, auto-regulado por lo posible en cada posible escala estructural.
La energía comprende los códigos de la estructuración de las partículas
fundamentales de la materia. Estas partículas poseen máxima funcionalidad, ya
que adquirieron entonces energía infinita, lo que las llevó a viajar a la
máxima velocidad posible (la de la luz) desde el Big Bang. El universo que
percibimos es estructuración de
energía en materia en dos formas básicas, como masa según la famosa ecuación E
= m·c² y como carga eléctrica (positiva y negativa). La conversión en carga
eléctrica requirió también mucha energía. La fuerza para vencer la resistencia
entre dos cargas eléctricas del mismo signo es enorme. Se calcula que solamente
100.000 cargas (electrones) unipolares reunidas en un punto ejercerían la misma
fuerza que la fuerza de gravedad de toda la masa existente de la Tierra.
Infinitos y funcionales puntos o centros atemporales y adimensionales de energía
generan el espacio-tiempo del universo al interactuar entre sí y relacionarse
causalmente mediante también energía, estructurando enlaces relativamente
permanentes, generando la diversidad existente, que se rige por el principio
complementario de la estructura y la fuerza, y produciendo energía cinética y/o
ondulante que podemos sentir, que nos puede afectar y que mediante éstas
también podemos afectar a otras cosas.
El mundo aparecía naturalmente a nuestros antepasados como
caótico y desordenado, existiendo allí tanto nacimiento, gozo y regeneración
como sufrimiento, muerte y destrucción. Ellos se esforzaron en dar
explicaciones para dar cuenta de esta arbitraria situación y que resultaron ser
mayormente míticas. Ahora, por medio de la ciencia moderna, podemos entender
objetivamente este mundo y su evolución y desarrollo. El dominio de la ciencia
comprende las relaciones de causa-efecto que producen el cambio en la
naturaleza, determinadas según sus leyes naturales, siendo válido para todo el
universo, y que es virtualmente todo lo que sabemos con mayor, menor o total
certeza. Las hipótesis científicas concluyen en la definición de las leyes
naturales que rigen la causalidad del universo a través de la demostración
empírica y la observación. La ciencia devela que en el curso de su existencia
el universo ha ido evolucionando y se ha ido desarrollando hacia una
complejidad cada vez mayor de la materia, la que se ha venido estructurando en
escalas incluyentes cada vez más multifuncionales. Desde las estructuras
subatómicas, atómicas, moleculares y biológicas, hasta las psicológicas,
sociales, económicas y políticas, la estructuración en escalas mayores y más
complejas no ha cesado. Las estructuras, que se ordenan desde las partículas
fundamentales hasta el mismo universo, son unidades discretas funcionales que
componen estructuras de escalas mayores y cada vez más complejas (por ejemplo,
solo existe un centenar de tipos de átomos relativamente estables y unos 50.000
tipos de proteínas) y son formadas por unidades discretas funcionales de
escalas menores. La estructura más compleja y de mayor funcionalidad es el ser
humano, el homo sapiens del orden
mamífero de los primates.
Como todo animal con cerebro, que ha venido adaptativamente a relacionarse con
el medio a través del conocimiento, la afectividad y la efectividad y que
necesita satisfacer sus instintos primordiales, fijado por la especie, de
supervivencia y reproducción, el ser humano es capaz de generar estructuras
psíquicas (percepciones e imágenes) a partir de la materialidad biológica y
electro-química de este órgano nervioso central y de las sensaciones que
proveen los sentidos. Pero a diferencia de todo animal el más evolucionado
cerebro humano tiene capacidad de pensamiento racional y abstracto, pudiendo
estructurar en su mente todo un mundo lógico y conceptual, a partir de
imágenes, y que busca representar el mundo real que experimenta y comprender el
significado de las cosas y de sí mismo. Él estructura en su mente relaciones
lógicas, ontológicas y hasta metafísicas y también puede comprender las
relaciones causales de su entorno. Para ello se ayuda del sistema del lenguaje
que emplea primariamente para comunicarse simbólicamente con otros seres
humanos y también para acumular información y desarrollar aprendizaje y
cultura. La realidad que conoce es la sensible y, por tanto, material. Su
accionar más humano en el mundo es intencional y responsable, ya que emana de
su libre albedrío, que es producto de su razonar deliberado. En esta misma
escala su afectividad, más allá de sensaciones y emociones, se estructura
propiamente en sentimientos. Persiguiendo vivir la vida con la mayor plenitud
posible, los individuos humanos se organizan en sociedades que buscan la paz,
el orden, la defensa, el bienestar y la explotación de los recursos económicos
a través de la cooperación y la justicia, pero muy imperfectamente, ya que
algunos fuerzan satisfacer necesidades individuales de modo desmedido y otros
dominan y explotan al resto. Son objetos (no sujetos) de los derechos
reconocidos como fundamentales por la sociedad civil, y resguardados por sus
instituciones de poder político.
Cuando el ser humano reflexiona sobre el por qué de sí
mismo, llegando a la convicción de su propia y radical singularidad, su
multifuncionalidad psíquica es unificada por y en su conciencia, o yo mismo,
pero no de modo mecánico, sino transcendente y moral. La transcendencia es el
paso desde la energía materializada, que se estructura a sí misma y es
funcional, hasta la energía desmaterializada que la persona estructura por sí
misma. Si el individuo se estructura a partir de partes que anteriormente
pertenecieron a otros individuos y pertenecerán en el futuro a nuevos
individuos, la persona se estructura a partir de energía que permanecerá en lo
sucesivo estructurada. La conciencia humana es el advertir que el yo (el
sujeto) es único y que su existencia transcurre en una realidad objetiva que su
intelecto le representa como verdadera. Pero transcendiendo esta materialidad
que ella conoce, está lo llamado “espiritual” y viene a ser la estructuración
de la energía como producto del intencionar, en lo que llamaremos conciencia
profunda, forjándola indeleblemente en sí de un modo desmaterializado. El punto
de partida de este tránsito a lo inmaterial es la acción intencional, que
depende de la razón y los sentimientos y que se relaciona al otro a través del
amor o el odio; ésta se identifica con el ejercicio de la libertad y con la
autodeterminación, siendo lo que caracteriza al ser humano. La conciencia
profunda reconoce que la realidad, no es solo material, sino que también es
transcendente, y la puede conocer con otros “ojos” que ven la experiencia
sensible, los cuales podrían abrirse completamente solo tras la muerte
fisiológica del individuo. El alma no preexiste en un mundo de las Ideas, al
estilo de Platón, para unirse al cuerpo en el momento de la concepción, sino
que se fragua en el curso de la vida intencional. Esta metempsicosis transforma
lo inmanente de la cambiante materia en lo transcendente de la energía
inmaterial. La estructuración de una mismidad singular como reflejo de la
actividad psíquica de su particular deliberación es el máximo logro de la
evolución que, a partir de materia individual, produce energía estructurada.
Así, el ser humano puede definirse, más que como animal racional, como un
animal transcendente que transita de lo animal a la energía personal. Desde
esta perspectiva el sentido de la vida es doble: vivir plena y conscientemente
la vida y estar consciente de la vida eterna y sus demandas. Estas
explicaciones son especulativas y no se asientan ciertamente en conocimiento
científico alguno, pues están fuera del ámbito de lo material, ya que solo
conocemos lo sensible, pero está en sintonía con los sucesos místico y parapsicológico
reconocidos y surge de superar el dualismo del ser metafísico por la energía
que incluye tanto lo material como lo inmaterial.
Y cuando la muerte, propia de todo organismo biológico,
desintegra la estructura del individuo, subsiste la persona, que es propiamente
la estructura del yo mismo puramente de energías diferenciadas que se han
unificado en la conciencia profunda durante su vida. La muerte supone la
destrucción irreversible del vínculo de la energía estructurada del yo mismo,
inmortal, con su cuerpo de materia estructurada que la contenía,
manifiestamente incapaz ahora de existir. Considerando que ya no resulta
necesario satisfacer los instintos biológicos de supervivencia y reproducción,
como tampoco estar sujeto a ningún otro instinto, en su nuevo estado de
existencia el yo personal se libera del consumo de energía de un medio material
y, por tanto, de la entropía, lo que significa también que su acción ya no
puede tener efectos sobre la materia. Asimismo, desaparecen nuestros atesorados
conocimientos y experiencias de la realidad del universo material que
percibimos a través de nuestros sentidos animales como también nuestra forma de
pensamiento racional y abstracto y memoria basados en el cerebro biológico.
Surgiría una forma nueva, inmaterial, transcendental, de pura energía, pero
implícita en la conciencia profunda, incomparablemente más maravillosa para
conocer y relacionarnos que corresponde a esa insondable y misteriosa realidad
que se presentaría, todavía imposible de conocer en nuestra vida terrena. Pero
la persona, ahora reducida a lo esencial de su ser, necesitaría y buscaría
afanosamente un contenedor de su propia y estructurada energía para poder
manifestarse y expresarse en forma plena de conexión. La esperanza es que quien
en su vida ha reconocido de alguna manera a Dios y ha sido justo y bondadoso
según, por ejemplo, la enseñanza evangélica, estará finalmente, cuando muere,
en condiciones de acceder al Reino de misericordia, amor y bondad, que Jesús
conoció (¿a través del fenómeno EFC?) y anunció, y existir colmadamente. De ahí
que su condición en la “otra vida” sea un asunto de opción moral personal
durante su vida terrena. Al no estar inmerso en la materialidad, ya no se
interpone el espacio-tiempo que lo mantiene separado de Dios. Así, la energía
liberada originalmente por Dios retorna a Él estructurada en el amor.
Los libros de esta obra se enumeran y titulan como sigue:
Libro I, La materia y
la energía (ref. http://unihum1.blogspot.com/),
es una indagación filosófica sobre algunos de los principales problemas de la
física, tales como la materia, la energía, el cambio, las partículas
fundamentales, el espacio-tiempo, el big bang, la forma y el tamaño del
universo, la causa de la gravitación, agujeros negros, y llega a conclusiones
inéditas.
Libro II, El
fundamento de la filosofía (ref. http://unihum2.blogspot.com/),
analiza lo que relaciona y lo que separa a la filosofía y a la ciencia; expone
la concepción histórica de la relación entre la idea y la realidad, la razón y
el caos; critica a la filosofía tradicional en lo referente a la dualidad
espíritu y materia que proviene de la antigua antinomia de lo uno y lo
múltiple, y sienta nuevas bases para una metafísica a partir del conocimiento
científico.
Libro III, La clave
del universo (ref. http://unihum3.blogspot.com),
expone la esencia de la complementariedad de la estructura y la fuerza como el
fundamento del universo y sus cosas, que es coextensiva del ser y que es el
tema tanto de la ciencia como de la filosofía, con lo que se supera toda
contradicción entre ambas ramas del saber objetivo.
Libro IV, La llama de
la mente (ref. http://unihum4.blogspot.com/),
se remite a una teoría del conocimiento que identifica las funciones
psicológicas del cerebro, en tanto estructura fisiológica, con generadores de
estructuras psíquicas, siendo ambas estructuras propias de nuestro universo de
materia y energía, y descubre que las imágenes y las ideas son estructuraciones
en escalas superiores que parten de las sensaciones y las percepciones de
nuestra experiencia.
Libro V, El
pensamiento humano (ref. http://unihum5.blogspot.com),
desarrolla una nueva epistemología que busca descubrir los fundamentos del
pensamiento abstracto y racional en las relaciones ontológicas y lógicas que
efectúa la mente humana a partir de las cosas y sus relaciones causales.
Libro VI, La esencia de la vida (ref. http://unihum6.blogspot.com/), se refiere principalmente al reino animal, del cual el ser humano es un miembro pleno, en cuanto es una estructuración de la materia en una escala superior.
Libro VI, La esencia de la vida (ref. http://unihum6.blogspot.com/), se refiere principalmente al reino animal, del cual el ser humano es un miembro pleno, en cuanto es una estructuración de la materia en una escala superior.
Libro VII, La decisión
de ser (ref. http://unihum7.blogspot.com/),
trata de una de las funciones de los animales, la efectividad, que
específicamente en el ser humano se estructura como voluntad, que proviene de
su actividad racional, que se manifiesta en su acción intencional, que es
juzgada por la moral, la ética y la norma jurídica, y que confiere sustancia y
sentido a su vida.
Libro VIII, La flecha
de la vida (ref. http://unihum8.blogspot.com/),
en las fronteras de la reflexión filosófica y aún más allá, intenta explicar la
relación de lo humano con lo divino, la que comienza por la capacidad natural
del ser humano para reconocer y alabar la existencia de lo divino, y la que
termina en una invitación divina a una existencia en su gloria.
Libro IX, La forja del
pueblo (ref. http://unihum9.blogspot.com/),
analiza una filosofía política que parte del ser humano como un ser tanto
social como excluyente, tanto generoso como indigente, para indicar que la
máxima organización social debe estar en función de los superiores intereses de
la persona, finalidad que se ve entorpecida por anteponer artificiosamente el
derecho al goce individual a los derechos de la vida y la libertad.
Libro X, El dominio
sobre la naturaleza (ref. http://unihum10.blogspot.com/),
estudia el contradictorio esfuerzo humano de supervivencia y reproducción para
conquistar y transformar su entorno a través de una asignación desequilibrada
de recursos económicos, entre los cuales la tecnología, como creación de la
mente humana, es una prolongación del cuerpo para reemplazar su esfuerzo, la
demanda por capital es proporcional a la oferta de trabajo, y la naturaleza
resulta demasiado limitada para las ilimitadas necesidades humanas que
satisfacer.
Deseo expresar mi reconocimiento y mis más vivos
agradecimientos a mi esposa Isabel Tardío de Valdés. Sin su paciencia, apoyo
moral y cariño esta obra no habría sido posible.
Patricio Valdés Marín
CONTENIDO
Prólogo
Introducción
Capítulo 1. El organismo biológico
Nucleótidos y polinucleótidos
La supervivencia y la reproducción
Capítulo 2. El origen y la evolución de las especies
El organismo biológico y la especie
La selección natural
El origen de la vida
Sociobiología
Capítulo 3. El sistema de la afectividad en la perspectiva de una psicología filosófica
Adaptación y autonomía
El mecanismo de placer-dolor
Las escalas de la función afectiva
Conciencia de sí
Nucleótidos y polinucleótidos
La supervivencia y la reproducción
Capítulo 2. El origen y la evolución de las especies
El organismo biológico y la especie
La selección natural
El origen de la vida
Sociobiología
Capítulo 3. El sistema de la afectividad en la perspectiva de una psicología filosófica
Adaptación y autonomía
El mecanismo de placer-dolor
Las escalas de la función afectiva
Conciencia de sí
Capítulo 4. La especie y el medio
La ecología
Productores, consumidores y descomponedores
El metanicho ecológico de la especie humana
Agotamiento del ecosistema
Moral ecológica
El determinismo biológico
Capítulo 5. La evolución del homo sapiens
La etapa acuática como origen del filum sapiens
El distintivo desarrollo cerebral
Capítulo 6. La psicología ultramundana.
Tres funciones
Conciencias
Conciencia profunda
PRÓLOGO
La vida, en el sentido de estructura y actividad biológica,
es un fenómeno distintivo que presenta la naturaleza en la biósfera terrestre,
al menos hasta donde podamos saber, ya que en el resto del universo no se la ha
observado de modo alguno. El que una cosa se alimente, crezca y se reproduzca
resulta algo muy especial respecto a toda otra cosa conocida. Resulta asimismo
un puzzle extraordinario que estas funciones puedan ser efectuadas por una cosa
cuyas partes son enteramente físicas, como átomos y moléculas. La combinación
especial de estas partes produce algo enteramente animado con fuerza propia.
Después de Mendel, Watson y Crick, sabemos que de sus
progenitores un organismo biológico ha recibido un código que no sólo indica
cómo debe estructurarse, sino que también interviene como estructurador. Pero
un problema aún no resuelto es cómo fue que en el universo, o al menos aquí en
la Tierra, apareció alguna vez –y una sola vez– la vida, pues para poder
existir este código requiere primeramente de la estructura que consigue
conformar. Probablemente, la respuesta esté en que el principio estructurador
que posee la materia es superior a alguna tendencia hacia una entropía
desorganizada. La generación de vida que pudiera sobrevivir y que además
pudiera reproducirse fue un logro muy importante de la materia y de su
capacidad para estructurarse.
Cada especie, como agrupación de organismos vivientes en el
tiempo, se distingue de otras porque los individuos que la componen son
fértiles cuando se aparean, procreando individuos similares. Luego, cada
especie posee un genoma distintivo. Para subsistir cada especie demanda de sus
miembros que sobrevivan y se reproduzcan. No sólo un individuo que no es
exitoso a este mandato no logra traspasar sus aptitudes al banco hereditario de
su especie, sino que los individuos de una especie exitosa son aquellos que
resultan con buenas aptitudes para sobrevivir y reproducirse en un medio dado.
En consecuencia, el genoma de una especie trata principalmente de los
caracteres que permiten a los individuos que la componen sobrevivir y
reproducirse con éxito.
El ser humano pertenece a una de las numerosísimas especies
del reino animal. Este enunciado lo pone en medio de una larga compañía y lo
define plenamente como un ser biológico. Incluso aquello que lo distingue del
resto de los animales –su capacidad de pensamiento abstracto y racional, de
sentimientos y de acción intencional– pertenece a funciones psíquicas de su
cerebro, el cual es un órgano plenamente biológico, similar al de los
individuos de otras especies biológicas. Todos los cerebros están compuestos de
neuronas y glía, que son propiamente sus células específicas; y estas células
funcionan en forma similar en todos los distintos cerebros. La única diferencia
entre los animales y el ser humano está relacionada con un relativamente mayor
volumen y una mayor organización, lo que permite al segundo relacionar más
eficientemente sus representaciones psíquicas y superar escalas. En todo lo
demás el ser humano es un animal más del planeta Tierra.
Por consiguiente, el ser humano está destinado a sufrir las
mismas vicisitudes que sus parientes biológicos. Su comportamiento está
condicionado por su genoma, que casi no se diferencia del de sus parientes
biológicos más cercanos, como el chimpancé. Igual que todos los demás
mamíferos, crece, se nutre y se reproduce. Lo mismo que cualquier otro
organismo viviente, debe luchar para sobrevivir en un medio tanto providente
como hostil. Vive entre gozos y dolores para luego irremediablemente morir.
Sin embargo, la pequeña diferencia en su genoma descubre una
gran diferencia que lo aparta del resto de los seres vivientes. En su origen,
hace unos 200.000 años, y donde el homo sapiens evolucionó posteriormente el
medio fue acuático y rico en proteínas. De este medio adquirió las
características que lo separaron del homo ergaster y que produjeron, ya hace
60.000 años, el hombre moderno. La característica más distintiva fue el
desarrollo del cerebro para permitirle el pensamiento abstracto y racional, los
sentimientos y la capacidad de la acción intencional. El pensamiento netamente
humano le confiere la capacidad para tener conciencia de sí y hacer proyectos
de futuro; en tanto la acción intencional le permite concertar acciones
complejas y generar una cultura que posibilita no sólo adaptarse con gran éxito
a variados medios, sino que dominarlos y controlarlos.
Este libro es una indagación de aquello que hace del ser
humano no un miembro aparte de los otros animales, sino que un miembro pleno
del reino animal.
INTRODUCCION
La existencia de la vida, su origen, su evolución y su
esencia son los temas que tratará este ensayo. Algunos de estos temas tienen
larga data. Aristóteles describía los seres tanto del reino vegetal como del
reino animal como capaces de crecer, nutrirse y procrear. Además, desde antiguo
se ha considerado a los seres del tercer reino, el animal, capaces de
desplazarse a diferencia de los vegetales, como animados. De allí el nombre
“animal” para designarlos.
Todas las cosas existentes en el universo han sido
construidas y se construyen a partir de la energía primigenia. Esta energía se
materializó en las partículas fundamentales, las cuales han generado
estructuras funcionales en sucesivas escalas progresivas, cada vez más
complejas y funcionales. Esta ley general de la materia puede explicar la
existencia de los organismos vivos sin necesidad alguna de recurrir a fuerzas
extrañas al universo.
La evolución del universo y su estructuración según la
termodinámica han desembocado, en nuestro planeta Tierra, en una organización
que llamamos vida. Cabe señalar que si en la Tierra la estructuración de la
materia ha producido vida, no existe impedimento alguno que evoluciones
similares de la materia que se estructura no pueda producir vida en otros
tantos lugares del amplio universo. Los componentes o unidades discretas de
estas estructuras vivas, que son sus subestructuras, son propias del mundo
físico natural, como átomos, moléculas y cadenas peptídicas y proteicas, con
sus propias funciones específicas. La vida como la conocemos define estructuras
que se auto-estructuran y se desarrollan, interactúan con el medio, son
internamente estables –propiedades que se puede englobar en el término
“supervivencia”– y se reproducen según pautas determinadas por códigos
genéticos que portan.
La vida también define al ser humano en su totalidad. Tal
como los vegetales se distinguen de los animales en que los segundos tienen
capacidad para interactuar móvil y activamente con el medio, los seres humanos
se distinguen de los animales porque tienen conciencia de sí. Sin embargo, todo
lo que el ser humano es proviene íntegramente del mundo natural y de las
potencialidades que tiene éste para estructurarse a partir de la energía y
llegar a estructuras capaces de un pensamiento racional y abstracto. Esta
facultad cognitiva está prefigurada en el sistema nervioso central de los
animales superiores y ha sufrido un desarrollo ulterior generado por la
evolución biológica, pero de ninguna manera se puede llegar a conclusiones como
que se trata de una facultad de naturaleza espiritual.
Esta visión unitaria difiere radicalmente del dualismo
tradicional de la cultura occidental, como también de muchas otras culturas,
por el que se concibe al ser humano compuesto por una vida biológica con
comienzo y fin en el tiempo en conjunción de una vida espiritual extratemporal.
La actitud opuesta típica es el monismo. Éste se caracteriza por la negación de
una de las dos naturalezas del dualismo. El materialismo es la negación de lo
espiritual, pero deja sin explicación posibles realidades que pudieran
transcender lo puramente material.
La cúspide de la organización biológica es un cerebro con
capacidad de pensamiento racional y abstracto, una de cuyas funciones psíquicas
es pensarse a sí mismo y a lo que lo transciende. Esta actividad psíquica
pertenece al modo de ser del universo y de las posibilidades de estructuración
de la materia. Sin embargo, hasta donde podemos saber, esta estructuración es,
claro está, la mayor que alcanza la materia.
La vida tuvo probablemente su punto de partida en casuales y
aleatorias combinaciones entre cadenas nucleicas y cadenas polipeptídicas, hace
unos tres mil quinientos millones de años atrás o poco más, al menos en nuestro
planeta Tierra, dando origen a una primitiva célula que no sólo sobrevivió,
sino que originó otra réplica de sí misma; la segunda también se replicó, y
así, sucesivamente, hasta que la vida siguió extendiéndose por sobre la faz de
la Tierra. En este desarrollo la vida fue cambiando sus formas y se hizo más
funcional en la perpetua búsqueda por una mejor adaptación a las duras e
inestables condiciones del medio, siguiendo un mecanismo de pervivencia que
denominamos evolución biológica. Mientras las formas vivientes evolucionaban en
la Tierra, la alteraban irreversiblemente, dándole un aspecto necesariamente
más acogedor. En cualquier caso, hasta ahora la acción de sus habitantes no ha
llegado al punto que el ambiente de este terruño haga imposible el
sostenimiento de la vida, como sí los humanos pueden amenazar.
La primera forma primitiva de vida que logró sobrevivir y
reproducirse transmitió estas dos características muy especiales (que llamamos
instinto) –la supervivencia y la reproducción–, arduamente conseguidas, a su
progenie. Los individuos de esta primitiva vida son los primeros antepasados de
todas las formas vivientes que han existido, que existen y que existirán en el
planeta Tierra. Todos los seres vivientes terrestres pertenecemos a una gran
familia que no ha tolerado emigrantes alienígenas ni familias de origen
paralelo, a juzgar por nuestros componentes genéticos. Es posible que la vida,
como surgió originalmente, haya tenido mayor aptitud intrínseca y fuerza vital
que cualquier otro intento por colonizar nuestra biosfera, habiéndole impedido
cualquier manifestación.
Precisamente, la supervivencia y la reproducción son las dos
características fundamentales que definen todo organismo vivo, incluido el ser
humano. Sin ellas cada uno de nosotros no sólo no pudo haber comenzado a
existir, sino que tampoco podría haber sido capaz de subsistir a las severas
condiciones del medio. En la generación de cada nuevo organismo viviente, son
éstas dos características, comunes a todos los organismos vivientes, las que,
insertadas en el genoma, son fundamentalmente recibidas de sus progenitores y
que eventualmente transmitirá a su progenie. Así, pues, las características
particulares de la especie consisten fundamentalmente en el modo particular que
tienen sus individuos para sobrevivir y reproducirse en un medio determinado.
La existencia humana, incluida sus manifestaciones que nos
parecen más espirituales, ha sido producto del mismo principio de
estructuración universal mencionado. Este principio nos ha sido posible
comprenderlo después del advenimiento en plenitud del conocimiento científico,
en nuestra propia época. En la actualidad, para explicar nuestra humanidad, ya
no es necesario recurrir a dualismos de materia-espíritu, pues son ajenos a las
fuerzas universales. Nuestras funciones propiamente humanas, tales como el
pensamiento abstracto y lógico, los sentimientos y la actividad libre e
intencional han sido generadas por las fuerzas de la naturaleza, las que hemos
llegado a comprender. Sabemos ahora de su acción en la estructuración de las
cosas hasta aquellas más funcionalmente complejas, como es el cerebro humano y
sus funciones psíquicas.
Este punto de partida, que en la actualidad no es de manera
alguna novedoso ni original, es, no obstante, radicalmente distinto del que
había sido empleado tradicionalmente por milenios y que muchos no están aún
dispuestos a abandonar. En gran medida, ello es así porque tenemos un cierto
orgullo ancestral de considerarnos seres espirituales, radicalmente distintos
de los animales, plantas y rocas. Sin embargo, en plena era científica, que
está provocando una revolución cultural de impredecibles consecuencias y de la
que no estamos si quiera enteramente conscientes, esta tradicional postura se
ha tornado imposible de sostener.
CAPITULO 1. EL ORGANISMO BIOLÓGICO
Un organismo biológico
se caracteriza porque es una estructura cuyas funciones fundamentales son la
capacidad para autoestructurarse, para interactuar con el medio y para
reproducirse. Esta definición no es lejana de la de Aristóteles, para quien la
vida es la capacidad para crecer, nutrirse y procrear. El punto de vista
adoptado es el de una estructura funcional, que es lo que caracteriza a todo
ser existente, siendo el ser viviente una estructura extraordinariamente
funcional.
Organismo y máquina
Un organismo biológico es una estructura viviente, pero no
es una máquina, como supusieron Descartes y los mecanicistas. Lo que lo
diferencia de una máquina es la capacidad para estructurase a sí mismo y que su
existencia depende de esta actividad. Si se le cortara el suministro de
cualquier insumo tan simple como el oxígeno, el agua o la vitamina B12, no
podría subsistir por no poder seguir auto-estructurándose. Esta
auto-estructuración es, en la perspectiva del ecosistema, un depósito rico de
proteínas y nutrientes que satisfacen la auto-estructuración de otros
organismos vivientes, o comensales, claro está.
Un organismo viviente funciona como máquina sólo en forma
muy secundaria, siendo corrientemente su producción de cosas el mero desecho de
su propia actividad de auto-estructuración. En cambio, la máquina está ya
estructurada previamente y no requiere modificación alguna para producir cosas
ajenas a su propia estructura a partir de un flujo de insumos. Y si se le
cortara el suministro de cualquier insumo, no sufriría ni menos moriría como un
organismo biológico, sólo dejaría de producir o produciría ineficientemente.
Humberto Maturana R. (1928-) y Francisco Varela G.
(1946-2001) inventaron el neologismo “máquina autopoiética” para referirse al
organismo biológico. Ahora bien, si se lo define únicamente como máquina, se lo
debe distinguir enseguida de una máquina por dos razones. Primero, su
producción de componentes, partes y piezas está destinada a sí mismo. Segundo,
su actividad se realiza según los requerimientos retroalimentados
homeostáticamente por el mismo. Podría existir un problema formal en definir el
organismo biológico meramente por “máquina”, por cuanto este concepto no es
exactamente el término genérico, que debe ser especificado para definir el
concepto "organismo biológico", como sí lo es para el concepto
"sistema", pues su extensión es menor que el término que debe
definir. No obstante, cuando máquina es especificada con el concepto
“autopoiético”, que significa producirse a sí mismo, la definición responde a
la realidad de lo que es un organismo biológico.
Tampoco un organismo biológico es alguna cosa que puede
crecer y desarrollarse por simple y espontánea agregación de partes, como la
cristalización de alguna solución salina o la formación de un volcán. Sólo el
organismo biológico crece y se desarrolla en forma activa, diferenciada,
orgánica y funcional por causa de fuerzas que genera y controla internamente.
La definición funcional, de Gerald Joyce (1956-) y adoptado
por la NASA, de ‘vivo’ como “un sistema químico autosostenible con capacidad
para llevar a cabo una evolución darvinista” adolece de dos errores
fundamentales. 1. La estructura de un ser viviente no es un sistema químico,
sino que sus subestructuras son órganos funcionales compuestos por tejidos, y
éstos están a su vez constituidos por moléculas químicas funcionales, en que
dicho sistema químico, en tanto estructura, está a más de dos “órdenes de
magnitud” de escala de inferioridad o simplicidad respecto a la estructura del
ser vivo. 2. Lo ‘vivo’ es una cualidad de un ‘ser viviente’ individual y no de
un conjunto de seres vivos; por consiguiente, lo vivo no se caracteriza porque
tiene una capacidad para cambiar filogenéticamente, sino porque principalmente
interactúa con el medio, cambiando ontogenéticamente en este proceso; es
incorrecto afirmar por tanto que la especie –aquello que evoluciona de modo
darwinístico– sea lo vivo. En consecuencia, sólo la característica
“autosostenible” es lo único rescatable de la definición de lo viviente de
Joyce.
Organismo y sistema
Un organismo biológico es, desde el punto de vista causal,
el único sistema capaz de generar fuerzas destinadas a su propia estructuración
fisiológica según las exigencias demandadas por sí mismo, y esta función es
precisamente la que lo caracteriza. Presenta mecanismos propios de control y
regulación de fuerzas de auto-estructuración. Estos mecanismos actúan en todas
las escalas estructurales a partir de la molecular, propia del ADN. Además, un
organismo de este tipo posee mecanismos específicos para regenerar su propia
estructura ante un eventual daño.
Por lo tanto, desde el punto de vista formal, un organismo
biológico es un sistema (más que una máquina) que se auto-estructura según
mecanismos autónomos de control y regulación. Algunos de estos mecanismos son
homeostáticos; otros son estructuradores o productores; otros interactúan con
el medio; otros más son reproductores, e incluso hay mecanismos
des-estructuradores que terminan irremisiblemente con la muerte del organismo
biológico en particular, pasando éste a la cadena trófica. Los organismos
biológicos más evolucionados buscan activamente los insumos que les sirven para
auto-estructurarse y se protegen de elementos del ambiente que pueden serles
potencialmente destructores o des-estructuradores.
La materia prima de la estructuración biológica son
principalmente los aminoácidos. En la cadena trófica los vegetales se
distinguen de los animales en que los primeros producen aminoácidos a partir
del consumo de sus componentes, más la acción fotosintética, y los segundos
consumen a aquéllos para conseguir los aminoácidos que no pueden fabricar. Los
aminoácidos son las unidades discretas que forman las proteínas. Éstas son las
unidades discretas de los orgánulos y partes de las células. A su vez, las
células son las unidades discretas de los distintos tejidos y órganos del
organismo biológico.
Organismo y genoma
Los organismos se construyen a sí mismos mediante el control
ejercido por la dotación genética, o genoma, que hereda de sus progenitores,
que se haya contenida en los cromosomas de sus células y que contiene una
enorme cantidad de información para estructurar las proteínas específicas requeridas
en el lugar y el tiempo preciso. Los cromosomas están compuestos por ácido
desoxirribonucleico (ADN), cuyas unidades discretas son los genes. Estos son
segmentos de ADN y cada uno de ellos está compuesto, a su vez, por un conjunto
de los cuatro tipos de bases que componen la cadena de doble hélice del ADN
–adenina, timina, citosina y guanina–. Consecuentemente, los genes son
segmentos variables de tripletes de bases de ADN.
El mecanismo de estructuración de proteínas a partir de
aminoácidos depende de los mecanismos de traducción y replicación del ADN, y
éste es tan preciso que las proteínas que codifica llegan a conformar células
muy específicas. En los organismos pluricelulares, las células, ya
funcionalmente muy específicas, llegan a conformar estructuras mayores, también
funcionalmente muy específicas, y así sucesivamente, pasando por tejidos,
órganos y sistemas, hasta que se conforma la estructura total de un organismo
biológico, el que es funcional para sobrevivir y reproducirse.
Así, pues, el crecimiento y la multiplicación celular
dependen de innumerables reacciones químicas, y en cualquier momento en la
existencia de cualquier organismo biológico, el número de reacciones químicas
que ocurren en sus millones de células es simplemente incalculable. Su conjunto
conforma el metabolismo a escala celular, y consiste en la elaboración de los
constituyentes celulares. Las células de todos los seres vivos, incluyendo los
seres unicelulares, están constituidos de las mismas dos clases principales de macromoléculas:
proteínas y ácidos nucleicos. A su vez, estas macromoléculas están formadas por
el ensamblaje de los mismos radicales, en número muy determinado: veinte
aminoácidos para las proteínas, cuatro tipos de nucleótidos para los ácidos
nucleicos.
Las proteínas son moléculas muy grandes y tienen un peso
molecular que varía entre diez mil a más de un millón. Están estructuradas por
la polimerización secuencial de aminoácidos que conforman una cadena que se
denomina polipeptídica. Análoga a las letras del alfabeto que son las unidades
de palabras y frases, los veinte aminoácidos conforman las proteínas de todos
los seres vivientes. Mientras los aminoácidos tienen un peso molecular cercano
a cien, una proteína contiene entre cien a diez mil radicales aminoácidos.
Puesto que existe variación tanto en la secuencia como en la cantidad de
aminoácidos, los tipos de proteínas que pueden estructurarse son incontables.
Una simple bacteria contiene unos dos mil quinientos tipos de proteínas
distintas y un ser humano cuenta con más de un millón.
Nucleótidos y polinucleótidos
Es encomiable el enorme esfuerzo que realizan miles de
biólogos para entender y explicar el proceso de estructuración biológica. Este
es un proceso que ocurre innumerables veces a cada instante en cualquier
organismo biológico. A través de su mecanismo se puede apreciar el verdadero
significado de la segunda ley de la termodinámica. A pesar de que sale un poco
de la idea de este ensayo, que trata los temas desde una perspectiva más filosófica,
se ha incluido a continuación un breve resumen de dicho proceso central del
fenómeno biológico, donde se estructuran proteínas muy
funcionales a partir de aminoácidos, que pasan a ser sus unidades
discretas.
El origen de la estructuración del organismo biológico
pertenece a la función de traducción del ADN, y su proceso culmina en la
construcción de las proteínas. Los ácidos nucleicos son macromoléculas que
resultan de la polimerización lineal de cuerpos llamados nucleótidos. Estos
están constituidos por la asociación de un azúcar con una base nitrogenada por
una parte, y con un radical fosforilo por la otra. La polimerización es mediada
por los grupos fosforilos que asocian cada residuo de azúcar al precedente y al
siguiente, formando así la cadena polinucleotídica. Como dije más arriba, los
nucleótidos son cuatro, difieren por la estructura de la base nitrogenada
constituyente y se denominan adenina, guanina, citosina y timina. Están unidos
secuencialmente entre sí mediante enlaces químicos covalentes. Una unión
covalente es la compartición de orbitales electrónicos entre dos o más átomos.
La formación de las uniones requiere un potencial químico y un catalizador que
es la enzima ADN-polimerasa.
El ADN está constituido por dos fibras polinucleotídicas de
largo indefinido, paralelas entre sí, formando una doble hélice y asociadas
mediante las uniones no covalentes de los nucleótidos. Por razones estéricas,
la adenina tiende a formar espontáneamente una asociación con la timina,
mientras que la guanina se asocia con la citosina. Las dos fibras son por tanto
complementarias. La estructura puede componerse de todas las secuencias
posibles de pares y no está limitada en cuanto a su longitud.
Polinucleótidos y
polipéptidos
El mecanismo de traducción de la secuencia de nucleótidos en
secuencia de aminoácidos es complicado. Así, la estructura de una proteína, que
define sus funciones específicas, está determinada por el orden lineal de los
radicales aminoácidos en el polipéptido. Esta secuencia está determinada por la
de los nucleótidos en un segmento de fibra del ADN. El código genético es la
regla que asocia una secuencia polipeptídica a una secuencia polinucleotídica
dada. Como hay veinte aminoácidos a especificar y sólo cuatro nucleótidos en el
alfabeto del ADN, cada letra está constituida por una secuencia de tres
nucleótidos (un triplete) específicos para un aminoácido (entre veinte) en el
polipéptido.
La maquinaria de traducción no utiliza directamente las
secuencias nucleotídicas del ADN, sino la transcripción de una de las dos
fibras a un polinucleótido, llamado ácido nucleico mensajero (ARN mensajero).
El ARN es leído secuencialmente de triplete a triplete, a lo largo de la cadena
polinucleotídica. Una enzima cataliza en cada etapa la formación de la unión
peptídica entre el aminoácido que lleva el ARN y el aminoácido precedente, en
la extremidad de la cadena polipeptídica ya formada, que aumenta así en una
unidad.
El mecanismo está comandado por las enzimas. Estas actúan en
las reacciones químicas que forman las proteínas. Las enzimas son una especie
de catalizadores, pero se diferencian de éstos porque cada una cataliza
únicamente una sola reacción, porque las uniones que cataliza son no covalentes
y porque, por lo general, una enzima es activa con respecto a un solo cuerpo
susceptible de sufrir este tipo de reacción.
El mecanismo de replicación, necesario tanto para la
multiplicación de las células como para la estructuración de los gametos que
dan origen a un nuevo organismo viviente, procede por separación de las dos
fibras del ADN, seguida por la reconstitución, nucleótido a nucleótido, de las
dos fibras complementarias. Cada una de las dos moléculas así sintetizadas
contiene una de las fibras de la molécula madre y una fibra nueva, reconstituida
y complementaria, formada por el emparejamiento específico. Estas dos moléculas
son idénticas entre sí y también a la madre. El secreto de la replicación sin
variación del ADN reside en la complementariedad estereoquímica del complejo no
covalente que constituyen las dos fibras asociadas en la molécula.
En consecuencia, si un organismo tiene las aptitudes para
sobrevivir y reproducirse, es gracias a la funcionalidad de cada uno de sus
componentes en cada una de las múltiples escalas a partir del ADN. Los biólogos
distinguen entre genotipo y fenotipo. El genotipo de un organismo es su genoma
particular que contiene una determinada información genética. Su fenotipo son
los caracteres propios del individuo como resultado de esta dotación, esto es,
su propia funcionalidad.
La estabilidad
interna
Un organismo biológico es capaz de crecer y desarrollarse,
pero también tiene la capacidad para permanecer el mismo y mantener su propia
identidad, independiente de los cambios enormes que pueda sufrir el ambiente
donde existe. Muchos mecanismos actúan al interior del organismo para
independizarlo de fuerzas desestabilizadoras del medio externo.
Claude Bernard (1813-1878), padre de la fisiología,
estableció que la "libertad del medio interno es el requisito esencial
para la vida libre". La investigación posterior confirmó este principio.
La composición química de los tejidos y fluidos de un organismo permanece
constante dentro de unos límites extremadamente estrechos, indistintamente de
las variaciones del medio externo.
Más tarde, Walter B. Cannon (1871-1945) demostró que estos
procesos están controlados en gran parte por el sistema nervioso autónomo y el
sistema endocrino. Él acuñó la palabra "homeóstasis" que deriva de
las palabras griegas "permanecer igual". Esta permanencia no es
inmóvil, sino de un estado que puede variar, en especial como reacción a las
fuerzas desestabilizadoras del medio externo. Existe en el organismo una
cantidad de sistemas que funcionan como mecanismos homeostáticos para controlar
y regular el medio interno. Cada uno está diseñado para enfrentar algún
problema específico: temperatura interna, esfuerzo, cicatrización, metabolismo,
etc. La acción homeostática es un caso de la retroacción que se observa en
otros procesos tanto naturales como artificiales. La retroacción es un efecto
que repercute sobre su propia causa, modificándola. Puesto que la causa
modificada modifica a su vez el efecto, se origina un circuito cerrado,
autocontrolado.
Pero la acción homeostática en un sentido es
desestabilizadora en otro. La eficiencia de un mecanismo en un sentido produce
fallas en otro sentido. En el ser humano, por ejemplo, la regulación
homeostática funciona bien hasta los 25-30 años; después su funcionamiento
comienza a producir efectos secundarios negativos en el organismo. El fisiólogo
Alex Confort decía que envejecer "es característicamente un aumento en el
número y variedad de los fallos homeostáticos y, cuando fallan las funciones
orgánicas necesarias, el organismo muere."
La supervivencia y la reproducción
La lucha por la
supervivencia.
El proceso de crecimiento, desarrollo, nutrición,
estabilidad y reproducción del organismo consume energía que debe adquirir
activa y selectivamente del medio externo. Por ello, en el caso de este tipo de
estructuras de organismos individuales ya no cabe hablar de
"subsistencia", sino de "supervivencia".
El concepto de supervivencia, el que se empleará en lo
sucesivo para designar la subsistencia de un organismo biológico, significa un
estado en el que el organismo genera autónomamente fuerzas para aprovechar la
energía del medio y/o contrarrestar aquellas fuerzas que tienden a destruirlo.
Este estado no es estático, sino que implica una continua lucha por subsistir;
esto es, comprende el esfuerzo que debe generar el mismo organismo biológico
para mantenerse vivo y no morir. Según la segunda ley de la termodinámica la
lucha por la vida de un organismo implica la muerte de otro organismo, al menos
en el caso de los consumidores. Para crecer, desarrollarse y reproducirse un
organismo necesita consumir otros organismos, pues son fuentes de energía y
elementos nutritivos. En el caso de los productores, que son corrientemente los
vegetales cuya clorofila produce macromoléculas nutritivas a partir del Sol,
agua y carbono, son organismos que nutren a otros sin ser ellos mismos
consumidores.
En la lucha por la supervivencia un organismo no sólo
compite con sus similares de la especie, sino que con organismos de otras
especies que comparten el mismo nicho, sobreviviendo el más apto. La
competencia que deben sufrir los vegetales entre sí es principalmente por el
espacio donde crecer.
En consecuencia, la supervivencia debe entenderse como la
lucha por la existencia. Es la lucha de un organismo biológico para procurarse
la energía que gasta en luchar y desarrollarse. Es una capacidad no sólo para
autoestructurarse, sino también para regenerar y curar aquello que ha sido
dañado. Es un estado tensional entre la vida y la muerte, entre el desarrollo y
la decadencia en un medio determinado. En términos existencialistas, es el
esfuerzo por ser y es el rechazo a la nada, y ello está inserto en el código
genético. La vida es lucha y conflicto. En términos biológicos la capacidad o
esfuerzo netamente animal de supervivencia y reproducción obedece al instinto,
siendo en efecto la supervivencia y la reproducción los dos instintos más
poderosos de los animales.
Instinto y razón
La estructuración biológica ha diseñado mecanismos
funcionales a la supervivencia y la reproducción que están relacionados con el
comportamiento del organismo. Uno de ellos es relativamente determinista, no
admitiendo opciones. Se trata de lo que se entiende corrientemente por un
instinto rígido que reacciona sin mayores opciones frente a un determinado
estímulo. Un mecanismo instintivo más plástico y flexible, propio de los
animales más evolucionados y que ciertamente admite opciones y decisiones,
corresponde a un estado dinámico en el sentido de que implica alcanzar la
satisfacción de necesidades vitales impulsado por la búsqueda de placer,
bienestar y alegría y el rechazo al dolor, desagrado y sufrimiento, captando
activamente la energía contenida en el ambiente providente y defendiéndose de
los peligros del ambiente agresivo.
En los seres humanos este estado, que en su aspecto más
simple responde a los mismos estados afectivos animales, implica alcanzar
además la prosperidad y la felicidad. Pero también el ser humano tiene la
capacidad para trascender mediante su razón este relativamente inflexible
mecanismo biológico que surge de la sensación de placer-dolor. En una especie
de economía propiamente hedonista del placer-dolor su razón puede indicarle qué
opciones generan mayor placer y evitan mayor dolor; y en una economía del tipo
estoico ella le indica también en cuáles situaciones es más conveniente sufrir
un poco más para alcanzar un gozo mayor. Más aún, en una actitud que descansa
en valoraciones netamente morales y mediante su razón un ser humano puede optar
por el sacrificio y sufrir consciente, intencional y deliberadamente por otro
ser.
Aptitud
No toda acción del organismo biológico destinada a
satisfacer sus apetitos conduce directamente a su propia supervivencia. En los
animales el apetito sexual, cuya satisfacción les produce indudablemente gran
gozo, tiene por finalidad la propagación de la especie. Luego, la reproducción
debe entenderse como el mecanismo que la evolución biológica ha seleccionado,
en el sentido de ‘aparecer’ o ‘surgir’ casualmente, para que las especies
animales puedan prolongarse sobre la base de la satisfacción sexual de los
individuos que las componen. Así, mientras la satisfacción de los apetitos es
funcional a la supervivencia, la satisfacción del apetito sexual y del sentido
principalmente de maternidad son funcionales a la prolongación de la especie.
En general, el apetito sexual está en relación directa a la dificultad que
tienen los individuos para sobrevivir y en relación inversa a la cantidad de
prole procreada. Las plantas y otros organismos biológicos emocionalmente
insensibles poseen otras estrategias de supervivencia y reproducción.
Es necesario subrayar que los apetitos o instintos de
supervivencia y reproducción son las funciones fundamentales de todo animal, de
las cuales todas las demás funciones le son dependientes. Incluso la crianza es
también una función de post-procreación que ha surgido con fuerza en los
animales superiores. Lo que es decididamente fundamental es que si un organismo
nace a la vida, es porque sus progenitores sobrevivieron y se aparearon. Estas
características funcionales básicas se transmiten genéticamente y evolucionan
en las distintas especies para ser aún más eficientes. Aquella especie que no
consigue mejorar ambas condiciones en los individuos que la componen y adaptarlas
al cambiante ambiente, más temprano que tarde se extingue. El organismo que
nace naturalmente las posee, y su acción durante su existencia se comprenderá
por esas funciones decisivas.
En realidad, ambas características fisiológicas de
supervivencia y reproducción contienen la totalidad de los caracteres que se
transmiten genéticamente, denominados ‘aptitud’, siendo precisamente esto en lo
que consiste la genética; y la evolución biológica no es otra cosa que el
perfeccionamiento de estas características para un medio cambiante y
competitivo. Las especies actualmente existentes contienen ambas
características en sus mejores expresiones hasta el momento presente, y nuestra
especie, en la actualidad la más exitosa en la empresa de sobrevivir y
reproducirse, aparentemente las posee en su máxima expresión, aunque
ciertamente no en su perfecta u óptima. En consecuencia, el hecho de heredar
genéticamente las aptitudes para sobrevivir y reproducirse es el punto de
partida para comprender el dinamismo de la estructura y la fuerza biológicas.
No obstante, desde el punto de vista de la evolución, existe
una distinción en la prioridad entre ambas características. Si la supervivencia
es la lucha por la existencia, y la reproducción es la aptitud para lograr
mayor descendencia fecunda, ocurre ciertamente que quien es más apto es aquél
que ha logrado no morir antes de reproducirse. Empero, aunque la dramática
lucha por la supervivencia es directamente el agente de la evolución biológica,
su condición es la mutación benéfica que se transmite genéticamente por medio
de la reproducción y que genera una mayor aptitud para sobrevivir y
reproducirse.
CAPÍTULO 2. EL ORIGEN Y LA EVOLUCION DE LAS ESPECIES
Carlos Darwin había descubierto que existe una íntima
relación entre el organismo biológico individual con la variabilidad de su
especie en el tiempo, apuntando que aquellas mutaciones genéticas operadas en
un individuo y que le permiten una mayor aptitud en un ambiente, posibilitan
una mayor adaptabilidad a su especie, ya que transmite estos nuevos caracteres
a la especie mediante su progenie, mezclándose a los caracteres de la especie
en el proceso de su prolongación. En un medio cambiante la continuada
agregación de nuevos caracteres por selección natural, se adicionan caracteres
más favorables para la prolongación de la especie, desaparecen recíprocamente
otros menos favorables y se produce la evolución de la especie. El sujeto de la
evolución biológica no es el organismo biológico individual, sino que es la
especie.
El organismo biológico y la especie
En cuanto estructura una especie biológica condiciona su
funcionalidad a su subsistencia, prolongándose en los individuos que la
integran que pueden potencialmente aparearse entre sí y tener descendencia
fértil. De hecho, una especie se define como el conjunto de organismos
vivientes que pueden potencialmente aparearse entre sí y tener descendencia.
Una especie depende de la mecánica determinada por la selección natural para
que los individuos que la componen, que consiguen sobrevivir y reproducirse,
transmitan a su descendencia las características biológicas, determinadas por
el código genético, que le permitieron precisamente sobrevivir y reproducirse
eficazmente.
Estas características consisten en una mejor aptitud
fisiológica que posibilita a los individuos de la especie buscar estados más
estables de equilibrios termodinámicos, en parte a través de la adquisición de
estructuras cada vez más funcionales para la obtención ventajosa de energía, en
parte buscando cerrar el propio sistema mediante el desarrollo de estructuras
de defensa frente a un medio agresivo, en parte desarrollando estructuras para
apropiarse de algún determinado nicho ecológico y defenderlo de especies
competidoras o ser más eficientes que éstas. Sobre todo, estas características
consisten en generar mecanismos eficientes de reproducción de individuos
similares.
Así, en el curso de los milenios, mediante el éxito para
sobrevivir y reproducirse de muchos individuos, las especies han ido incorporando
por la selección natural las características genéticas que posibilitan la mejor
aptitud de estos individuos. En este proceso que persigue una mejor adaptación
a un ambiente las especies particulares van evolucionando, a veces rápidamente,
para aprovechar las nuevas oportunidades que va presentando el cambiante medio.
Una especie se distingue a sí misma como una estructura
específica simplemente porque los individuos que la componen pueden procrear
individuos similares y fértiles. Una raza pasa a ser una especie particular
cuando los individuos que la integran no pueden procrear individuos fértiles
tras acoplarse a individuos de otras razas de la misma especie. En ese punto
del tiempo y el espacio el filum se bifurca irreversiblemente.
La vida
Toda cosa puede definirse por lo que hace, por sus
componentes y por su pertenencia a algo. En el caso de la vida hablamos de
organismo biológico, pudiendo ser una bacteria, una planta o un mamífero y
comprendiendo la vasta gama de cosas que va desde los seres unicelulares hasta
organismos con complejos órganos y aparatos fisiológicos, y su objetivo es
sobrevivir y reproducirse. Un organismo biológico, ya sea unicelular,
pluricelular, animal o planta, surge con una funcionalidad extraordinaria que
le permite nutrirse, crecer y reproducirse. Al tiempo de mantener su propia
identidad, se caracteriza fundamentalmente porque se desarrolla y crece
auto-estructurándose y porque se reproduce replicando genéticamente su propia
estructura biológica. Su crecimiento y desarrollo no es una simple agregación
de partes unifuncionales, como podría serlo la simple cristalización de una sal
soluble al irse solidificando, sino que es la estructuración de múltiples
partes plurifuncionales que integran con interdependencia e interacción este
maravilloso edificio que es vida.
Un segundo aspecto que caracteriza un animal, o una planta,
y que, además, lo diferencia de una máquina, es la complejidad y la gran
interrelación causal de sus funcionales subestructuras. Un organismo biológico
integra toda la funcionalidad de las estructuras constituyentes desde la escala
subatómica hasta escalas que superan el mismo organismo, como son la manada y
la especie, en una sinergia múltiple. Cualquier falla funcional de cualquier
subestructura afecta de alguna u otra manera el funcionamiento del todo. Si una
hormona no consigue sintetizarse, si el ácido desoxirribonucleico no se replica
exactamente en una célula, si la presión sanguínea no se mantiene dentro de
cierto rango, si un músculo no logra mover el miembro que comanda, si escasea
el alimento, si aumenta el número de los depredadores, o si cualquier función
de las incontables existentes tiene alguna falla o sufre algún cambio, el
organismo biológico queda en una relativa desventaja funcional para sobrevivir
y reproducirse, peligrando no sólo su existencia, sino también la subsistencia
de su especie. Por el contrario, una máquina no tiene dichos objetivos, y la
funcionalidad requerida compromete subestructuras bastante más simples: ciertos
esfuerzos estructurales, cierta ejecución de movimientos, ciertas fuentes de
energía, cierto ejercicio de fuerzas, cierta resistencia al desgaste, ciertos
controles.
Un tercer aspecto que caracteriza un animal, o una planta, o
un ser vivo microscópico es que conforma un sistema que para sobrevivir y
reproducirse debe mantener múltiples y permanentes relaciones causales con la
estructura de la cual es una unidad discreta, siendo imposible su supervivencia
o reproducción si permanece aislado. La ecología estudia precisamente tal
estructura de escala mayor, que denomina ‘ecosistema’, desde el punto de vista
de las relaciones causales entre sus unidades discretas; esto es, se interesa
por el funcionamiento interno, más que por su composición o morfología, de la
que se preocupan la botánica y la zoología, y ha llegado a establecer la
economía de la materia orgánica, que es la estructura fundamental del
intercambio energético y estructural entre los organismos vivientes. Asimismo,
ha llegado a determinar que los distintos ecosistemas se encuentran en la
biosfera, estrecha zona comprendida entre unos seis mil metros de altitud y
unos seis mil metros de profundidad en el mar, aunque concentrándose la mayor
parte en unos pocos metros de espesor sobre y bajo la superficie terrestre no
gélida ni seca, y en los pocos metros bajo el agua donde alcanza la radiación
solar para energizar algas y plancton. No obstante, existen organismos
biológicos que se nutren de la energía que emana del plasma terrestre que surge
a través de la corteza en ciertos lugares termales y fallas geológicas.
Dentro de este tercer aspecto estructural del que un
organismo biológico es parte debe mencionarse la especie biológica. Todo
organismo biológico desciende y procrea descendencia de otros organismos
biológicos que son genéticamente similares, compartiendo un fondo genético
común. La reproducción es precisamente una de las funciones principales de todo
organismo biológico y que lo refiere a una población con la que comparte su
genoma.
En fin, un cuarto aspecto que caracteriza un animal, o una
planta, es que el medio donde debe sobrevivir y reproducirse es bivalente. El
ambiente no sólo es el providente potencial, sino también es el destructor
potencial. Es fuente de la energía y los elementos químicos que el organismo
requiere, brindándole además la seguridad del abrigo y el cobijo.
Simultáneamente, el mismo ambiente contiene los depredadores del organismo en
cuestión, y en él existen una diversidad de fuerzas potencialmente
destructoras, como las inundaciones, el fuego, la sequía, los terremotos, las
pestes, etc. También una parte de los elementos y la energía no están
disponibles en abundancia, sino que el organismo debe buscarlos y
apropiárselos. Para sobrevivir y reproducirse en este ambiente, el organismo
debe desarrollar sistemas de información y de respuesta para acceder al
alimento, defenderse de los elementos agresivos y cobijarse del asechante
peligro.
La selección natural
En la actualidad, exceptuando algunos fundamentalistas
religiosos bastante ignorantes y fanáticos que creen que la Biblia –siendo
pretendidamente palabra divina, es inerrante– asegura que las especies
biológicas fueron creadas por Dios desde el comienzo del universo, nos parece
natural el conocimiento de que las especies evolucionan. Pero llegar a esta
verdad indiscutible requirió algunos grandes descubrimientos de la biología: el
gen portador de los rasgos hereditarios por Gregor Mendel (1822-1884), la
evolución selectiva por Carlos Darwin (1809-1882), la identificación química
del gen por Oswald Avery (1877-1955) y la estructura del gen por James Watson
(1928-) y Francis Crack (1916-2004).
Antes que ocurrieran estos descubrimientos, Jean Baptiste
Lamarck (1744-1829) había supuesto que la evolución de las especies se produce
porque la aptitud conseguida por mérito del individuo se constituye en
característica genética transmisible a su progenie. Fundamentaba su teoría con
la explicación que la causa para que el cuello de la jirafa fuera tan largo en
la actualidad se debía a muchas generaciones de individuos que habían hecho el
esfuerzo por estirar su cuello para alcanzar hojas cada vez más a mayor altura.
Pero esto es lo mismo que sostener que la necesidad crea al órgano o que la
función genera la estructura, revirtiendo la relación de causa-efecto.
Por el contrario, Darwin, en 1854, revolucionó el
pensamiento del mundo cuando publicó su libro El origen de las especies. No podía dejarse de concluir que el ser
humano –creado a imagen y semejanza de Dios– provenía por evolución de
antepasados simios. Él indicó que el mecanismo evolutivo es adaptativo, por el
cual los individuos más aptos adquieren mayores posibilidades para sobrevivir y
reproducirse, y es producto de la selección natural. Dichos individuos
traspasan su aptitud al fondo genético de la especie, y tendrán mayor
descendencia si su aptitud es mayor que la de otros para sobrevivir y
reproducirse, aunque sea en una mínima proporción, pues en un medio
extremadamente competitivo cualquier ventaja tiene consecuencias importantes en
la descendencia y en la especie. La selección natural trata de la lucha por la
vida, término acuñado por Herbert Spencer (1820-1903) en su erróneo intento de
extender la evolución darvinista a la sociedad humana, más la tasa diferencial de
reproducción.
Con el importante descubrimiento realizado por Watson y
Crick, la estructura genética de transmisión hereditaria ha podido ser
explicada plenamente. La teoría de Darwin, que no tenía una explicación causal
física, como aún no la tiene la teoría de la gravitación universal de Newton,
ha sido fundamentada por la teoría molecular del código genético. Watson y
Crick precisaron que el ADN, que son las unidades discretas de los cromosomas,
contiene las unidades discretas que Gregor Mendel (1822-1884), un siglo antes,
había postulado en sus otrora muy despreciados e incomprendidos, pero ahora muy
conocidos y reconocidos experimentos sobre la herencia, y publicados en 1866.
El mecanismo
evolutivo
La evolución biológica es un mecanismo de estructuración de
la materia viva en estructuras funcionales cada vez más complejas y de escalas
cada vez mayores. Es un mecanismo acumulativo en cuanto no sólo traspasa los
cambios que se producen en los organismos biológicos de una generación a las
generaciones futuras, sino que todo organismo biológico es el resultado de las
estructuraciones y mutaciones ocurridas en sus antepasados. Así, un organismo
contiene las estructuras que se han ido acumulando a través del proceso. Pero
también es un mecanismo sumamente conservador y direccional, lo que impide que
la materia se pueda estructurar en cualquier forma imaginable.
En el mecanismo de la evolución biológica intervienen dos
tipos de relaciones causales que se interrelacionan. Por una parte está la
ocurrencia de pequeñas mutaciones genéticas en los individuos que prevalecen en
la especie por ser neutras o genéticamente favorables. Por la otra, están los
cambios ambientales que van favoreciendo los caracteres genéticos más
adaptables a las nuevas condiciones y que a veces son de tan gran magnitud que
una especie puede desaparecer o favorecer únicamente a los individuos que
poseen un determinado carácter.
Si en la dotación genética que un organismo recibe de sus
progenitores viene un gen mutado, la estructuración del organismo sería algo
diferente de la usual de la especie. Una mutación podría tener cuatro efectos
distintos: 1. Que la estructura generada sea simplemente inviable. 2. Que sea
desfavorable para sobrevivir en el medio. 3. Que sea favorable. 4. Que sea
neutra para el medio dado. Si es desfavorable, el gen mutante tiende a no
incorporarse a la especie. Lo contrario ocurre si es favorable, tendiendo a
propagarse en la especie. En caso de ser neutro, el gen, junto con otros más,
puede tornarse favorable o desfavorables si el medio cambia, tendiendo a
propagarse o desaparecer según sea el caso.
Lo anterior se explica porque la aptitud para sobrevivir y
reproducirse de un individuo debido a su dotación genética, causante de su
propia autoestructuración, es también funcional a la estructuración del fondo
genético de su especie, condicionándola a tiempo futuro. En el futuro, las
unidades discretas de una especie serán los genes de los individuos más aptos
del presente, es decir, de aquellos que logran traspasarlos a un mayor número
de descendientes gracias al mecanismo de selección natural.
La selección natural opera como un sistema de control de
calidad. Los caracteres que resultan ser los más favorables frente a los
embates del medio tienden a prevalecer, de modo que una especie se prolonga a
través de los individuos más aptos.
Replicación, mutación
y selección
En especial, el mecanismo de la evolución se explica por
tres procesos biológicos fundamentales: la replicación, la mutación y la
selección. A partir del mecanismo de la replicación del ADN, por el cual éste
genera su doble exacto, la evolución trata de pequeñas e imprevisibles
mutaciones en su rígida estructura. Una mutación se produce por la sustitución
de un solo par de nucleótidos por otro, por la supresión o adición de uno o
varios pares de nucleótidos, o por diversos tipos de cambios que alteran el
texto genético tales como la inversión, la replicación, la transposición o la
fusión de segmentos de secuencia más o menos larga.
La causa de una mutación es alguna fuerza externa que impide
su exacta replicación en la formación del gameto, como la acción química de
poderosos reactivos o las radiaciones energéticas que inciden sobre el material
hereditario, intercambiando, suprimiendo o agregando moléculas en los genes.
Estos cambios no están determinados, sino que se producen por el azar; por lo
que el cambio evolutivo es absolutamente casual. Una mutación puede tener en el
organismo un efecto extraordinariamente significativo y distintivo.
En consecuencia, el código genético no es inviolable. Las
mutaciones que rompen su rigidez se producen en forma aleatoria. El que éstas
persistan y se integren en la especie sigue el principio de la oportunidad.
Estas relativamente poco frecuentes mutaciones en la estructura genética de
transmisión hereditaria produce muy ocasionalmente individuos más funcionales,
o más aptos, como diría Darwin, para sobrevivir y reproducirse en un medio
competitivo. Si la mutación resulta ser favorable al individuo para su supervivencia
y reproducción, se transmitirá a la descendencia y terminará necesariamente por
propagarse a la especie, produciendo un incremento del número de individuos que
la poseen, al ser más aptos y estar mejor adaptados al medio. En el curso de
generaciones, las mutaciones favorables se van acumulando y la especie se va
transformando.
Toda mutación es un acontecimiento raro (alrededor de 1
mutación por cada millón a cien millones de generaciones celulares). No
obstante, en la escala de una población la mutación no es la excepción, sino la
regla. La presión de selección se ejerce en el seno de la población, no en los
individuos. En el ser humano algunas mutaciones que provocan enfermedades
genéticas fácilmente señalables aparecen de diez mil a cien mil. Si el medio se
modifica, que es lo que ocurre necesariamente en el tiempo, también se modifica
la aptitud, de modo que otras características específicas resultarían ser más
funcionales para sobrevivir y reproducirse en este nuevo medio.
Causalidad recíproca
La selección natural se explica por una doble causalidad
circular recíproca: la que ejerce una subestructura sobre la funcionalidad del
todo y la que ejerce el todo para la permanencia, la protección y la
propagación de aquella subestructura. A pesar de que el ADN interviene
únicamente en la formación de proteínas, afecta también la funcionalidad del
organismo biológico, pues su funcionalidad depende de la funcionalidad de
dichas proteínas, al igual que de la funcionalidad de todas sus subestructuras
en sus correspondientes escalas. Así, pues, esto no sólo significa que una
mutación en el ADN, que es una unidad discreta de una subestructura de escala
muy inferior en un organismo biológico, afecta de una u otra manera su
funcionalidad total, sino que también significa que una mutación favorable,
resultado de la mutación de un ínfimo gen, puede generar profundos cambios en
el genoma de la especie.
Esto puede ser ilustrado con un ejemplo hipotético
(hipotético en el sentido de que es probable que los pasos precisos de un
cambio evolutivo nunca lleguen a aparecer en los registros fósiles). La
facultad de marcha bípeda en el caminar y el correr, que caracteriza a los
homínidos, fue posiblemente el resultado de la mutación de un gen que
interviene en la formación de la estructura ósea del pié, produciendo un talón
y una planta de pie en forma de bóveda, y que resultó en una mejor aptitud para
desplazarse en terreno plano que el balancearse y el pisar con los bordes de
las palmas de las extremidades inferiores, característicos de los antropoides.
La mejor aptitud de los homínidos en la supervivencia fue
consecuencia de numerosas ventajas que proporciona el bipedismo. Para comenzar,
la marcha bípeda es más eficiente en el consumo de energía. En seguida, en un ambiente
que se ha deforestado, se consiguen mayores velocidades. Adicionalmente, en un
ambiente que se ha hecho más cálido el organismo, ahora erguido, presenta menor
superficie a la radiación solar y se aparta del aire más caliente que existe a
ras del suelo. También libera los brazos que ahora sirven para acarrear
alimentos y armas. En fin, los ojos, ahora a mayor altura, permiten otear sobre
la maleza posibles presas y depredadores.
Pues bien, la postura erguida que resultó de esta nueva
disposición de las extremidades inferiores hizo posible, entre otros numerosos
efectos, que la cabeza reposara verticalmente sobre el tronco, lo que, a su
vez, tuvo por efecto la disminución de las ligaduras musculosas requeridas para
mantener la cabeza en postura horizontal. Esta disminución liberó la caja
craneana del aprisionamiento muscular, posibilitándola para crecer junto con su
contenido.
Esta doble causalidad circular recíproca se puede también
ejemplificar en el probable hecho que dio origen al homo erectus, hace 2
millones de años, mediante una mutación genética del gen causante de la
formación de los músculos que permiten a la mandíbula presionar fuertemente
contra su alimento. Una menor masa muscular, ejerciendo menor presión, debió
coincidir con la apropiación de un nuevo nicho de alimentos más blandos y
nutritivos. Como efecto secundario, el cráneo sufrió una segunda liberación de
ataduras musculares y volvió a crecer junto con su contenido.
Mutación y cambio
Sin duda, cualquier nueva disposición estructural general
tiene numerosos efectos sobre el fondo genético de la especie con relación a
las nuevas aptitudes que llegan a aparecer. Ante un cambio del medio
estructuras favorables se tornan desfavorables al otorgar menor aptitud a los
individuos, y estructuras neutras se vuelven ahora favorables. Aquellos genes
que causan estructuras desfavorables tienden a desaparecer del genoma de la
especie, y aquellas que originan estructuras favorables llegan a asentarse
firmemente en dicho genoma. Así, en un plazo relativamente breve en el pausado
ritmo de la evolución biológica una leve mutación genética puede generar no
solo individuos muy distintos de sus antepasados, sino que producir también una
transformación importante en el fondo genético de la especie; y si la especie
cuenta con pocos individuos, este gran cambio puede tardar tan pocas
generaciones en realizarse, por lo que es difícil que queden huellas fósiles de
estos eslabones de la cadena evolutiva, que se pierden definitivamente en el
tiempo, sin dejar rastro alguno.
Esta explicación puede resolver un problema que se plantea
en el hecho de que un cambio evolutivo observado sea en general importante en
circunstancias de que una mutación produce directamente sólo un cambio muy
pequeño. La respuesta no radica obviamente en atribuir al azar, que está tras
cada mutación, los numerosos cambios pequeños que dan cuenta del gran cambio
que se observa, pues el azar no puede estar tras la coordinación requerida por
los numerosos cambios que intervienen. La respuesta tampoco radica en suponer
que cada cambio pequeño implicado directamente en el gran cambio se deba a una
mutación producida contemporáneamente.
La respuesta radica simplemente en la hipótesis de que todos
los pequeños cambios de origen genético se deben indudablemente a mutaciones y
que estas variaciones del ADN se encuentran latentes en el fondo genético, sin
manifestarse explícitamente en los individuos supervivientes de la especie.
Pero cuando se produce alguna mutación decisiva, como la formación del talón y
la bóveda plantar para caminar erguidamente del ejemplo expuesto más arriba,
algunas características genéticas ya existentes en el genoma y que eran
neutras, e incluso desfavorables, adquieren preeminencia para la aptitud
general del nuevo individuo y entran a participar activamente en el fondo
genético de la especie, mientras ésta va evolucionando significativamente. La
razón es que una mutación favorable modifica parcialmente la funcionalidad del
organismo, abriéndose además la posibilidad para la generación de estructuras
complementarias. La evolución biológica es, en el fondo, la creación nueva o la
modificación de una subestructura u órgano en el organismo biológico como
resultado de la mutación en su genoma del gen que comanda la formación de dicha
subestructura, y que origina una subestructura más funcional para la
interacción del organismo con su ambiente.
Cambio y salto de
escala
Si el mecanismo de la evolución biológica mediante pequeñas
mutaciones que resultan favorables explica la relativamente rápida adaptación
de una especie a un cambio determinado del medio a causa de la aparición de una
serie de nuevas aptitudes que aparecen como consecuencia, también explica el
gran cambio que resulta en un salto de escala, como el que permitió a ciertos
celurosaurios transformarse en aves en el jurásico. Considerando que la
evolución es aleatoria y relativamente lenta, y que las características que
subsisten son aquellas que resultan ser favorables para un medio concreto, para
que un reptil completamente pedestre se haya tornado en un ave voladora, en
algún momento de la historia necesitó este reptil adquirir previamente una
cantidad de características nuevas: plumas, músculos especializados, un
cerebelo capaz de coordinar maniobras complicadas, esqueleto liviano y
resistente, esternón con quilla, extremidades superiores largas, etc.
El problema es que para dar el salto de pedestre a volátil
se deben explicar la existencia de estructuras que son útiles y necesarias
tanto para el vuelo como para caminar, antes de que se hubiera intentado
siquiera volar. Así, pues, es posible explicar que las plumas surgieron en
primer lugar no para volar, sino que para aislar el cuerpo, pequeño y
endotérmico de un celurosario, que necesitaba mantener una temperatura más alta
para acelerar su metabolismo, aumentando su agilidad, como habría sido el caso
del archeopteryx. También sería
posible explicar el surgimiento de las otras características estructurales
necesarias para el vuelo, sin que fuera el vuelo la causa para su aparición,
como hubiera pensado Lamarck, conocido por su famosa, pero errónea, idea de que
“la función crea el órgano”. Una estructura ósea y liviana y el bipedismo
sirvieron tanto al velociraptor como
al archeopteryx para correr
velozmente.
Pero también la ventaja del vuelo pudo haber sido causa del
volar. Así, para aumentar la velocidad, algún antecesor del velociraptor (se supone que por
problemas de contemporaneidad el archeopterix
no pudo ser su antecesor directo) se ayudaba probablemente de aleteos mientras
corría, saltando trechos cada vez mayores, ayudado por la pendiente y pequeñas
alturas del terreno, hasta que el vuelo, que resultó en una ventaja adaptativa,
se le hizo natural. Una vez en posesión de la protoave, las estructuras funcionales
para una variedad de objetivos pasarían a ser subestructuras de la estructura
cuya función es volar, sin que por ello perdieran sus funciones originales. Por
último, los grandes cambios se completan con perfeccionamientos secundarios que
resultan en una mejor adaptación al nuevo medio. Similar raciocinio puede
emplearse para explicar otros tantos saltos evolutivos sorprendentes, como
pasar de organismo unicelular a organismo pluricelular.
Las pequeñas mutaciones que explican el mecanismo de la
evolución son efectivamente favorables para la supervivencia y la reproducción
de los individuos de una especie en la medida de la disponibilidad y de las
exigencias de algún nicho ecológico particular disponible. Pero si éste no está
vacante y no existiendo alternativa, se produce una lucha por ganarlo con la
especie que lo está ocupando. En el largo plazo un mismo nicho no puede ser
propiedad de dos especies competidoras. Esta lucha la termina ganando la
especie que mejor logre adaptarse a dicho nicho.
El origen de la vida
Las modernas especies son el resultado de la evolución de la
vida a partir el primer organismo viviente que pudo replicarse a sí mismo y
traspasar sus características a su progenie. Este acontecimiento único surgió
probablemente en un lugar de la Tierra hace algunos miles de millones de años y
fue también probablemente irrepetible a causa de la de la difícil concurrencia
de algunos factores decisivos para producir vida, a pesar de la funcionalidad
intrínseca de la materia para llegar a estructurar la vida.
Desde hacía algunos miles de millones de años se habían
estado formando, a partir de metano, agua y amoniaco, los constituyentes
químicos necesarios para la vida, pues dichos compuestos son los precursores de
los nucleótidos y los aminoácidos. Posiblemente, estos compuestos se
sintetizaron en presencia de catalizadores no biológicos, empleando fuentes
energéticas, como las chispas eléctricas de tormentas y el calor volcánico. En
caldos concentrados diversas macromoléculas pudieron formarse por
polimerización de sus precursores aminoácidos y nucleótidos. En laboratorio se
han obtenido polipéptidos y polinucleótidos parecidos por su estructura general
a macromoléculas modernas. La formación de la primera macromolécula capaz de
promover su propia replicación se debió obtener después de múltiples ensayos y
errores.
Jacques-LucienMonod (1910-1976) anota que esta etapa de la
formación de la vida no deja de ser enigmática, pues el código genético no
puede ser traducido más que por productos de su propia traducción. El misterio
del origen de la vida es, por lo tanto, que, sin enzimas, el ARN no podría
haberse copiado a sí mismo y evolucionado; pero sin ARN altamente evolucionado
no se tienen enzimas. Se reedita, pues, la vieja interrogante biológica de si
fue primero el huevo o la gallina. También disminuye la probabilidad de que el
fenómeno que dio origen a la vida pueda repetirse tanto en nuestro planeta como
en cualquier otro. En nuestro planeta la posibilidad que se genere una vida
distinta a la existente resulta además más difícil, habiendo tan inmensa
cantidad de potenciales depredadores que se alimentan incluso de los
precursores que posibilitarían esta nueva vida. En cambio, en otro planeta,
verificándose las condiciones mínimas, especialmente la existencia de agua
líquida, hay suficiente tiempo para que se origine la vida. Probablemente, el
problema principal es que se den dichas condiciones mínimas, entre las que se
cuenta una cierta estabilidad ambiental en un tiempo prolongado.
Como es sabido, el ARN (al igual que el ADN) depende de
enzimas para replicarse. Estas complejas moléculas envuelven su filamento y,
utilizando este original como plantilla, unen moléculas que funcionan como
unidades de construcción básicas, llamadas nucleótidos, en uno complementario,
el cual es una especie de negativo fotográfico del original. Luego las enzimas
repiten el proceso en el filamento complementario para construir una copia
exacta del original. Las enzimas, que están hechas de proteínas, se encuentran
ensambladas a su vez de acuerdo a las instrucciones moleculares insertadas en
el ARN. En otras palabras, el ARN dirige el ensamblaje de proteínas que forman
las enzimas que le permiten replicarse.
Partiendo de la teoría según la cual un filamento de ARN que
se autorreplica fue el precursor de la vida, algunos biólogos, como Tom Cech
(1947-) y posteriormente Jack W. Szostak (1952-), han querido resolver el
enigma de cómo hizo la naturaleza para producir el primer
polinucleótido-polipéptido, con capacidad para replicarse y para sintetizar
enzimas a la vez, esto es, para cortarse a sí misma y separar sus partes y
también para entretejer nucleótidos haciendo una copia perfecta de sí misma. La
búsqueda se ha centrado en encontrar un filamento de ARN suficientemente largo
que pueda actuar como enzima, pero lo bastante corto para que pueda replicarse
a sí mismo con cierta facilidad. Esto representaría el principio de la vida. La
complejidad posterior hubo de deberse a la conexión de este filamento corto con
otro filamento, y así sucesivamente hasta obtener un filamento más largo y
complejo, y también al mecanismo de la evolución.
Es probable que en algún momento dado, hace unos 3.500
millones de años, cuando ya debieron coexistir tanto polipéptidos como polinucleótidos,
un polipéptido penetró en el ámbito de un polipéptido, a modo de un virus que
ingresa a una célula, y se fusionaron ambos funcionalmente. Ello dio como
resultado la primera unidad de vida en la historia de la Tierra. Así, pues, dos
estructuras enteramente distintas, pero de una misma escala, se convirtieron de
este modo en unidades discretas de una estructura de una escala superior con la
doble funcionalidad de metabolizar la energía del medio en su propia
autoestructuración y de reproducirse de modo idéntico.
Estos primitivos organismos biológicos que se reproducían de
modo idéntico pasaron a constituir, junto con el ambiente particular, las
unidades discretas de la estructura llamada ecosistemas. Sin embargo, la
capacidad para transmitir genéticamente su propia estructura a otro individuo
es natural pero no temporalmente anterior al mecanismo evolutivo de la
selección natural. En la exacta replicación siempre existió una pequeña falla:
ocasionalmente se daban mutaciones. Algunas de estas mutaciones resultaron
tener ventajas adaptativas que permitieron a los organismos mutantes conquistar
su ambiente con mayor facilidad y desplazar a los no mutantes. Incluso algunas
mutaciones resultaron ser beneficiosas en otros ambientes o cuando el ambiente
propio cambiaba.
Así, pues, después de este difícil parto del principio de la
vida algún largo tiempo se requirió para estructurar gradualmente las partes
funcionales que constituyeron la célula primigenia, de la cual todos los seres
vivientes del planeta Tierra somos su progenie. Se estima que hace entre mil
millones a cuatro mil millones de años atrás surgió esta célula en su estado de
perfección. Aunque primitiva, ya contuvo el mismo código genético y la misma
mecánica de traducción y replicación que las células modernas. Su éxito se
debió a su capacidad para reproducirse y llegar a adaptarse a un medio en
perpetuo, aunque generalmente lento, cambio.
Sociobiología
En este punto de nuestro análisis conviene dedicar algunas
líneas a la teoría de Edward O. Wilson (1929), explicada en su libro Sociobiología: la nueva síntesis, 1975,
al relacionar la sociobiología con la zoología, y que busca carta de ciudadanía
en la ciencia. Esta teoría se fundamenta en la suposición de que los genes son
las unidades biológicas, últimas y subsistentes, siendo los creadores de los
dispositivos llamados cuerpos que ellos fabrican para ser perpetuados. Aunque
al construirlos los primeros cedieron control a los segundos y pasaron a
depender de éstos, los cuerpos fueron fabricados de tal modo que su
comportamiento está determinado completamente por los intereses de los genes.
Dicho comportamiento se define como la búsqueda para elevar su aptitud al
máximo, entendiéndose por aptitud el éxito que el cuerpo tiene para reproducirse
y transmitir los genes que porta, replicándolos para que se perpetúen en
futuros cuerpos. Así, cualquier determinación de su comportamiento está en
función de transmitir sus genes a su descendencia.
La falacia de la teoría radica en una serie de supuestos
errados. Me haré cargo de cinco de ellos. El primer supuesto se refiere a que
los mencionados cuerpos u organismos son funcionales a los genes y no al revés.
Lo que hemos analizado hasta ahora puede rebatir el referido supuesto. La
tendencia de la materia es su estructuración en escalas cada vez más complejas
en las cuales las funciones son más versátiles y autónomas, y jamás se
estructuran para favorecer a alguna subestructura en especial, excepto en el
caso que posea intencionalidad y finalidades propias, como el ser humano. Por
el contrario, las subestructuras le son dependientes. Si un organismo biológico
muere, toda la colosal estructuración se viene al suelo, como un gigantesco
castillo de naipes, hasta las escalas de los átomos y de las moléculas simples.
El segundo supuesto errado de la teoría sociobiológica se
relaciona con que con la afirmación de que los genes subsisten en cuerpos
corruptos se está dando a entender que los cuerpos fenecen mientras los genes
se perpetúan, y se está suponiendo que el criterio de la supremacía de una
estructura es la duración de su subsistencia. Por el contrario, diré
simplemente que los genes de algún cuerpo no son los mismos que los del cuerpo
de su antepasado, sino que son meramente réplicas de aquéllos.
El tercer supuesto sociobiológico es afirmar que la causa
del hecho biológico son los genes. Por mi parte afirmaré que el hecho biológico
no lo definen únicamente los genes. Esto es como sindicar a las vergas de la
arboladura de un navío, o cualquiera otra parte de éste, por su navegación,
olvidando otras causas, como las velas, el viento, la dinámica y flotabilidad
del casco y el mismo navío como tal. De este modo, la especie biológica tiene
tan buenos títulos, o mejores, como los genes para oficiar de causa de los
hechos biológicos, pues en su amplia estructura de intercambio genético
mediante la acción sexual de una cantidad más o menos grande de individuos, que
conduce a la procreación de la generación siguiente, se combinan las características
selectivas, transmitidas genéticamente, que pueden asegurar su prolongación.
En realidad, el hecho biológico es de enorme complejidad y
puede ser en cierto modo explicado a través de la noción de estructura y
fuerza. En ésta podemos observar cada unidad de cada estructura y subestructura
funcionando dentro de sus respectivas escalas para lograr una estructura de
escala superior que las englobe y les otorgue la necesaria subsistencia, como
es el caso de un organismo vivo respecto a sus unidades, siendo sus genes las unidades
discretas de una subestructura cuya función es controlar la fabricación de
proteínas, unidades discretas de sus células; pero en ningún modo controlar,
siquiera indirectamente, el comportamiento y funcionalidad del organismo
viviente.
La cuarta suposición equivocada de la teoría de Wilson está
referida a la afirmación de que la función del mencionado cuerpo sería un
ropaje pasajero y corrupto para los subsistentes genes. Señalaré, por el
contrario, que son los genes las subestructuras funcionales de tales cuerpos,
participando además en un organismo con una doble función. En primer lugar, los
genes actúan como unidades discretas del código genético que sirve de plano de
construcción de cada organismo y hasta de programadores para su destrucción final
con la muerte. En segundo lugar, en la reproducción ellos intervienen indirecta
y no intencionadamente para transmitir al organismo que es procreado las
características acumuladas por las generaciones pasadas que permiten tanto la
supervivencia y la reproducción como la auto-estructuración. En consecuencia,
cada organismo transmite por la procreación y a través del conjunto de genes
las funciones fundamentales que caracterizan la especie, si acaso no le hace
correcciones y aportes adicionales mediante mutaciones genéticas que el
organismo ha demostrado con su propia existencia que son favorables.
Por último, podemos rebatir la premisa sociobiológica
diciendo que los genes no pertenecen al individuo, sino que al genoma de la
especie. La especie ha buscado a través del mecanismo de la reproducción sexual
las formas de cómo alguien de un sexo se aparea con alguien del sexo opuesto
con el objeto de mantener los genes más favorables y eliminar los menos
favorables para mejorar la aptitud de los individuos que la componen. En
consecuencia, el sujeto de la acción no son los genes, sino que la especie, la
que no pretende mantenerse invariable.
Así, pues, el fondo genético de la especie registra
únicamente los éxitos de la evolución, siendo en realidad un compendio de lo
que un organismo biológico debe poseer para tener mejores probabilidades de
éxito respecto a su propia supervivencia y reproducción, pero no tiene
injerencia alguna sobre la acción particular de su portador, quien actúa varias
escalas funcionales superiores según las oportunidades que se le van
presentando. A diferencia de la estructuración de un organismo biológico que es
controlada por su genoma, su propia supervivencia y reproducción no es un
asunto controlado directamente por los genes, sino que es el resultado de las
características funcionales de su estructura, de su acción de supervivencia y
reproducción y de las oportunidades que da el medio.
El fondo genético de una especie biológica es análogo a la
cultura de un pueblo. Esta no emplea a las personas para perpetuarse, sino que
las personas la utilizan para tener mejor probabilidades de éxito en su
existencia. Por lo tanto, el objeto de los genes no es perpetuarse mediante los
organismos biológicos, sino que es permitirles su estructuración y facilitarles
su supervivencia y su reproducción en un medio cambiante, pues éstos son
transmitidos a otros organismos precisamente por los organismos que han logrado
estructurarse, sobrevivir y reproducirse.
Si me he detenido para intentar explicar la sociobiología,
ha sido para contribuir a que no se repitan los trágicos efectos sobre las
estructuras social y cultural de la acción política propulsada por este tipo de
teorías biológicas aberrantes, como en su tiempo lo fueron la frenología y el
racismo. Éstas, mostrando una fachada científica, no sólo han buscado imponer
el poder de grupos sociales fuertes sobre minorías, sino que han llegado hasta
eliminarlas en horrorosos asesinatos colectivos. Si la sociobiología tuviera
certeza fuera del campo de la selección artificial de los animales domésticos,
la ética podría llegar a proponer quienes podrían existir y quienes podrían
reproducirse para transmitir sus genes.
CAPÍTULO 3. EL SISTEMA DE LA AFECTIVIDAD EN LA
PERSPECTIVA DE UNA PSICOLOGÍA FILOSÓFICA
La función general del
sistema nervioso de un animal es permitirle relacionarse con el medio externo
para recibir información, procesarla y reaccionar consecuentemente sobre éste,
y se especifica en tres órdenes de funciones psicológicas particulares:
cognitiva, afectiva y efectiva. En la
estructuración afectiva más primitiva de esta función se encuentra el mecanismo
de placer - dolor que impele a un animal a actuar en procura de su
supervivencia y reproducción. A partir de este mecanismo básico, se estructuran
mecanismos en escalas superiores que poseen la capacidad para generar emociones
y además, en los seres humanos, producir sentimientos.
El sistema de la afectividad es de naturaleza biológica y
ocurre en el sistema nervioso central de un animal, lo que llamamos cerebro.
Éste es una estructura fisiológica que tiene por función general relacionarse
con el medio externo para recibir información, procesarla y reaccionar
consecuentemente sobre éste. Las unidades discretas de esta estructura son células
especializadas en transmitir señales que se llaman neuronas. Éstas están
densamente interconectadas a través de conexiones llamadas sinapsis. Las
señales que recorren cada neurona son de naturaleza eléctrica, pero para cruzar
las sinapsis se transforman en señales de naturaleza química.
La función general del sistema nervioso central se
especifica en tres órdenes de funciones psicológicas particulares: cognitiva,
afectiva y efectiva. Cada una tiene por objeto la producción de estructuras
psíquicas distintivas que permiten al animal relacionarse de manera particular
con su medio externo. La función cognitiva elabora contenidos de conciencia; la
afectiva produce estados de ánimo, y la efectiva genera deseos. Estas
estructuras psíquicas se relacionan entre sí y se unifican en la conciencia. A
este conjunto estructural psíquico que produce el sistema nervioso central se
le llama mente. Estas tres funciones del cerebro se explican por las exigencias
biológicas del animal para sobrevivir y reproducirse.
El sistema nervioso central se relaciona con el medio
externo a través de tres redes neuronales: dos redes aferentes y una red
eferente. Mediante la red neuronal aferente cognitiva el centro de cognición
del sistema nervioso central está conectado con órganos de sensación, los
comúnmente llamados “sentidos de percepción”, ubicados principalmente en la
periferia del animal. Éste recibe un flujo constante de información sensorial
en forma de señales (visual, olfativa, táctil, auditiva, gustativa) que
provienen de los órganos de sensación, y éstas son procesadas para producir
estructuras psíquicas en una estructuración integradora de escalas inclusivas
cada vez mayores. En este proceso sintético las unidades discretas de una
escala se integran en una estructura de la escala siguiente y superior, la que
pasa a ser una unidad discreta para una nueva estructura en la escala superior
que sigue. Primero las señales se estructuran en percepciones, y éstas se
estructuran en imágenes. Solo en los seres humanos las imágenes se estructuran
en ideas y conceptos, y éstas en proposiciones y juicios. Las percepciones, las
imágenes y las ideas son representaciones psíquicas de la realidad objetiva
cognoscible y se llaman contenidos de conciencia. Junto con la información
almacenada en la memoria las representaciones son procesadas para conocer el
entorno.
La cognición de un organismo biológico no es una entidad
puramente epistemológica, de conocimiento frío de su medio externo. Ella está
íntimamente vinculada a su afectividad, que pertenece al segundo orden de
funciones psicológicas. Para ser funcional en el propósito de la supervivencia
y la reproducción, necesita involucrarse afectivamente con el objeto cognitivo,
ya sea relacionándose, ya sea rechazándolo. El centro afectivo del sistema
nervioso central se involucra con el entorno a través de la red aferente
afectiva que transmite información sensible y cuyo extremo son terminales
nerviosos. Éstos son estimulados por acciones físicas del medio externo, como
la temperatura y la presión. Los estímulos son transmitidos codificados hasta
el centro afectivo, donde son decodificadas como sensaciones de placer o dolor,
o una mezcla de ambos. Además, ambas redes aferentes comparten algunas señales.
Los objetos que el organismo conoce y que lo pueden afectar son sentidos por el
mismo organismo mediante estas sensaciones de placer y dolor, reforzando la
calidad de bueno o malo para sí de lo que conoce. Este orden será el objeto del
análisis de este ensayo.
Mediante el tercer orden de funciones psicológicas el animal
reacciona ante lo que conoce, revestido por la calidad impresa por su
efectividad. En su escala más simple la respuesta del organismo es frente a
estímulos. En una escala mayor y más compleja, la acción responde a la conciencia
de lo otro y es instintiva. En la escala del ser humano, que es el de la
conciencia de sí, la acción es intencional. A través de la red eferente el
sistema nervioso central del organismo posee conexiones nerviosas para comandar
y dirigir el sistema motor de los músculos, que en combinación con las partes
de su esqueleto, permiten su acción física sobre su entorno en cada situación.
Adaptación y autonomía
En la existencia biológica nunca se llegan a satisfacer
definitivamente los apetitos ni tampoco se llega a superar la amenaza de
peligro. Para sobrevivir un organismo biológico necesita permanentemente
energía del medio y ciertas condiciones ambientales mínimas de seguridad. La
supervivencia significa tanto la satisfacción de las necesidades que continuamente
surgen, como la obtención de un estado de seguridad que esté libre de la
amenaza de depredadores y de otras amenazas a la vida.
En la evolución biológica las aptitudes de supervivencia y
reproducción se incrementan cuando los organismos biológicos obtienen mayor
autonomía, pues consiguen apoderarse de nichos ecológicos más abundantes y
nutritivos y protegerse de posibles depredadores. Esta mayor autonomía se ha
conseguido mediante la estructuración del sistema nervioso, cuya función es la
transmisión de señales electroquímicas y la elaboración de contenidos de
conciencia, que funciona en la psiquis de los seres cerebrados.
Las funciones, aptitudes, instintos, impulsos, tendencias o
necesidades biológicas fundamentales de supervivencia y reproducción
condicionan el comportamiento del organismo biológico. Ellas surgen en el ser
viviente como consecuencia de haberlos heredado de sus progenitores. De ellas
depende la subsistencia de su especie. Es más, ambos impulsos, que para usar
términos freudianos vendrían a ser el anti-thanatos
y el eros, determinan la totalidad
del comportamiento del organismo hacia su medio externo.
Tal vez, un vegetal no está tan presionado por su
supervivencia desde el momento que sus cloroplastos logran alimentarlo fácilmente
en el mismo sitio donde ha echado raíces, dependiendo más de sus
características hereditarias que de su escasa o nula autonomía. Una especie
vegetal sin autonomía alguna puede mejorar la aptitud de sus individuos para
sobrevivir y reproducirse en un medio seco, favoreciendo superficies expuestas
al ambiente más reducidas para limitar la evapotranspiración, hojas más
carnudas para conservar el agua, raíces más largas para que penetren más
profundamente y logren alcanzar la humedad de las aguas subterráneas. Si el
medio donde un vegetal debe sobrevivir y reproducirse es de muchos y voraces
consumidores secundarios, los caracteres que una especie vegetal favorecerá
serán un tronco leñoso, espinas por su superficie, savia de sabores repugnantes
o venenosos.
La evolución biológica puede verse como un avance en la
autonomía de los organismos biológicos para perseguir su supervivencia y
reproducción, pues asegura mejor la prolongación de la especie. Una mayor
autonomía y movilidad implica una mayor complejidad orgánica. Un animal es más
complejo que un vegetal. En este sentido, la evolución favorece las
características que permiten respuestas más autónomas y, por tanto, más
versátiles y plásticas a las presiones y exigencias del ambiente; y también
tiende a mejorar las características hereditarias frente a las cambiantes
demandas del medio.
Cualquiera sea la adaptación de que se trate, un organismo
biológico tenderá a responder más ventajosamente a la amplia variedad de
situaciones ambientales. Uno de estos cambios ventajosos es dotar a la especie
de una mayor autonomía y movilidad para los individuos que la componen. En este
caso, una mayor capacidad para acciones autónomas y plásticas, surgidas del
mismo organismo biológico a causa de una mayor funcionalidad de su
condicionamiento genético, es ciertamente una gran ventaja adaptativa. De este
modo, el sistema nervioso central de los animales, junto con sus funciones
psicológicas cognitiva, afectiva y efectiva, ha sido un salto evolutivo
extraordinario para conseguir una mayor autonomía en la necesidad biológica de
sobrevivir y reproducirse.
El mecanismo de placer – dolor
Los animales, incluido el ser humano, adquieren estados
afectivos de agrado o desagrado, de bienestar o sufrimiento, de atracción o
repulsión, de euforia o ansiedad, de seguridad o temor, de tranquilidad o
desasosiego, buscando el primer término y rehuyendo del segundo. El principio
de dichos estados es la sensación de placer o dolor, o una mezcla de ambos. La
explicación conductista basada en el mecanismo estímulo-reacción de una “caja
negra” se queda en lo superficial del comportamiento del animal y no llega a
explicar que su comportamiento es menos determinista y más autónomo gracias al
mecanismo más fundamental de la búsqueda activa del placer y el rechazo del
dolor.
Este mecanismo es psíquico, pues se estructura a partir de
las funciones psicológicas del cerebro que conforma la mente de los animales.
Se fundamenta en las sensaciones afectivas de placer y dolor, llegando a ser
una de las funciones principales de la red eferente afectiva del sistema
nervioso. Dichas sensaciones no se dirigen hacia los sentidos de percepción,
sino que son conducidas directamente desde sensores nerviosos que están
ubicados virtualmente en toda la extensión del cuerpo del organismo hacia el
centro afectivo, en el hipotálamo, en cuya área dorsal se ubica el centro de
control del placer y que discrimina entre lo placentero y lo doloroso.
Todo animal con centro afectivo persigue activamente el
placer y rechaza el dolor. La función de un sistema sensorial acoplado a un
centro afectivo sirve para forzar la conducta del animal ante estímulos
externos, dando respuestas autónomas más adecuadas. En el orden afectivo todo
aquello que motiva a un animal a luchar por su existencia y por reproducirse es
la búsqueda del placer y el rechazo del dolor. Actuando únicamente para obtener
placer y evitar el dolor, un animal consigue sobrevivir y reproducirse mejor.
La satisfacción de los apetitos y de las carencias que
posibilitan la supervivencia y la reproducción produce placer. En cambio, los
apetitos no satisfechos son dolorosos. El hambre, la sed, el frío, la soledad,
el rechazo sexual producen dolor, pero pueden disminuir hasta eliminarse
temporalmente si los apetitos que los producen son satisfechos. En la medida
que la necesidad se va satisfaciendo, se produce un estado placentero y va
disminuyendo el dolor. No sólo hay placer cuando se satisface una necesidad,
sino que el mismo acto de satisfacción es placentero. Un bocado elimina el
dolor punzante del hambre, a la vez que produce un sabroso agrado en el
paladar.
Por otra parte, produce dolor todo aquello que afecte a un
animal haciendo peligrar su integridad, como las enfermedades o las heridas,
incluyendo la sobre-satisfacción de un apetito. El temor y el miedo pertenecen
a una escala mayor del dolor y son reacciones para evitar el peligro y obligar
al animal a actuar en su defensa. Surgen de la experiencia y del instinto. No
es tanto la posibilidad de morir como la posibilidad de experimentar el dolor
lo que hace que un animal huya del peligro que lo amenaza de muerte, pues la
idea de la muerte es abstracta y, por tanto, inaccesible para la capacidad de
comprensión de los animales; en cambio, la imagen de dolor que produce la
dentellada de un depredador es muy concreta en su imaginación.
Las escalas de la función afectiva
El mecanismo de placer-dolor que impele a un animal a actuar
en procura de su supervivencia y reproducción es funcional en todos los
organismos con sistema nervioso central. A partir de este mecanismo básico, se
estructuran mecanismos en escalas superiores que poseen la capacidad para
generar emociones y además, en los seres humanos, producir sentimientos. Así,
mientras las sensaciones básicas de placer y dolor se estructuran en la menor
escala de la afectividad, en animales con mayor conciencia se estructuran, en
el centro afectivo del sistema nervioso central, emociones y sentimientos.
El centro afectivo del sistema nervioso central es el lugar
que acopla un tono afectivo muy particular a los contenidos de conciencia
estructurados que de otro modo permanecerían objetivamente fríos y distantes.
Básicamente, el tono pertenece a algún grado afectivo que va desde la escala
del simple placer o dolor hasta la escala de los sentimientos. Inversamente, en
el ser humano el pensamiento debe mantenerse habitualmente muy frío para no
verse influenciado por pasiones y sentimientos en su búsqueda de verdad. La
función afectiva se desdobla en cuatro escalas incluyentes: una escala básica
sensible, una escala media estimulante, una escala mayor emotiva y una escala
superior de sentimientos.
Cada escala de estructuración del sistema afectivo tiene sus
correlativas en los sistemas cognitivo y efectivo. En cada escala se encuentran
las tres funciones cerebrales interactuando entre ellas. Sólo una máquina tiene
un input y un output sin afectividad alguna que dé curso, detenga, apure,
paralice, suspenda, acelere, atenúe, acentúe una respuesta según necesidades
evaluadas de supervivencia o reproducción, y actúa con la total frialdad de un
mecanismo.
La conciencia
primitiva
Para resumir, la evolución biológica ha producido un
mecanismo de protección y desarrollo de los animales que produce en éstos dos
tipos de reacciones diametralmente opuestas y muy intensas: el placer y el
dolor. Un animal acepta los estímulos que le producen la sensación de placer y
rechaza aquellos que le producen la sensación de dolor. Los estímulos que
producen placer resultan generalmente beneficiosos para un animal, y los que
producen dolor le resultan perjudiciales. Por tanto, las sensaciones afectivas
de placer y dolor son funcionales para la supervivencia y la reproducción del
animal y, por consiguiente, son funcionales también para la prolongación de la
especie. Ambas sensaciones se encuentran en la escala fundamental de la
estructuración afectiva de todos los animales con algún tipo de sistema
nervioso.
La función de la afectividad que acompaña a los elementos
cognitivos que el organismo recibe del medio es ayudar a producir una respuesta
efectiva. La sensación afectiva de placer o dolor aparece como el estímulo más
primitivo y fundamental para exigir respuesta al organismo ante las demandas
del ambiente. La respuesta del sistema efectivo en esta escala básica es la
pulsión. Desde las simples lombrices, las poseen todos los organismos con
sistema nervioso y que pueden de alguna manera u otra reaccionar ante este tipo
de acciones del medio externo. En los seres más evolucionados, que han
estructurado escalas superiores de relacionarse con el medio, este mecanismo
sigue siendo válido en su sistema autónomo por constituir su principio o
fundamento.
Conciencia del medio
externo
En la siguiente escala de conciencia en orden creciente de
estructuración está la conciencia del medio externo. En esta escala se produce
la percepción en el orden funcional cognitivo, y corresponde a la atracción en
el orden afectivo. En el orden efectivo el organismo responde con un instinto
rígido ante un atractivo. A partir de las sensaciones fundamentales de placer y
dolor todos los animales (incluido el ser humano) con sistema nervioso central
y con órganos de sensación consiguen estructurar esta escala. Las respuestas
de esta conciencia ante estímulos externos son afectivamente más complejas. En
dichos estados, las sensaciones fundamentales de placer y dolor han sido
estructuradas, en esta escala, en los estados afectivos siguientes: agrado -
desagrado, ataque - retirada, agresividad - apaciguamiento.
A partir de esta escala el centro afectivo del organismo
biológico persigue activamente aquello que le produce placer y rehúye de
aquello que le produce dolor. Esta actividad se torna agresiva cuando confronta
alguna dificultad, como el enfrentarse a un competidor. De modo similar, el
rehuir de aquello que produce dolor va asociado con el miedo, emoción que
reafirma la acción de rechazo. En consecuencia, el contrario de agresividad es
miedo, y un animal, incluido el ser humano, puede pasar del uno al otro en
cuestión de un instante, pues es la vida misma la que se debe preservar sin
arriesgar momentos vitales en la duda. Deberá actuar aunque se equivoque en su
apreciación.
Conciencia de lo otro
Una escala aún mayor de la estructuración psíquica es la de
la conciencia de lo otro en tanto otro. Allí las percepciones se estructuran en
imágenes, aparecen los instintos más plásticos y se ubican los estados
afectivos más complejos que manifiestan en especial los vertebrados. Sin duda,
la capacidad para tener conciencia de lo otro significó una ventaja adaptativa
enorme en la evolución del sistema nervioso. El otro se impone al sujeto como
el objeto de la relación causal que posibilita o amenaza su supervivencia o
reproducción. Dentro de una conciencia más desarrollada de la conciencia de lo
otro, como en los mamíferos –que en la función cognitiva se constituyen
imágenes más completas–, en la función afectiva se estructuran las emociones
fundamentales de alegría - sufrimiento.
Todos los organismos biológicos que llegan a tener
conciencia del otro poseen emociones. Las emociones son de relativamente corta
duración y persisten desde un clímax hasta que se adormecen por agotamiento de
los terminales sensibles del sistema nervioso. Las emociones están en la misma escala
que las imágenes. Una imagen no es sólo una representación puramente cognitiva.
Contiene valoraciones afectivas de diversa índole, que radican en la dicotomía
placer - dolor. Un león no aparece únicamente como un cierto cuadrúpedo
melenudo de color pardo. En su tamaño, rugir, dientes, garras, agresividad,
velocidad, puede surgir también una representación terriblemente amenazante que
puede incluso afectar al sujeto con dolor y muerte.
Secundariamente aparecen en esta escala emociones tales como
seguridad - temor, ilusión - desilusión, confianza - desconfianza, euforia -
depresión, simpatía - antipatía, ira - miedo. En esta escala son posibles emociones
mixtas, como los celos, el arrojo, el enojo, la furia, la timidez, la pena, la
soledad, el tedio, el asco y muchos otros más. El erotismo, que es una emoción
tendiente a la reproducción, se estructura en esta escala, teniendo como
algunas de sus unidades discretas el gozo sexual, el atractivo sexual, las
señales sexuales, etc. En esta escala el orden funcional efectivo, propio de
los animales superiores, la respuesta efectiva es instintiva, pero con gran
plasticidad.
Conciencia de sí
La estructuración de la conciencia de sí, que poseemos sólo
los seres humanos y que es el del pensar, sentir y hacer, produjo una autonomía
aún mayor como ventaja adaptativa al medio, pues el individuo se ve a sí mismo
como un sujeto de una acción intencionada y reflexionada según su pensamiento
racional y abstracto. Indudablemente, dicho salto evolutivo del sistema nervioso
demandó la mayor estructuración y complejidad conocida de la materia.
La escala superior de la estructuración psíquica, que es el
de la conciencia de sí, es la de las ideas, los conceptos y las proposiciones y
juicios. En esta escala el orden funcional cognitivo pasa a llamarse
propiamente cognoscitivo, pues tiene la capacidad para efectuar complejas
relaciones ontológicas y lógicas. Estas funciones psíquicas pueden ser
efectuadas únicamente por los humanos, que son seres dotados mentalmente con la
capacidad para estructurar conceptos abstractos y razonar lógicamente. Sólo la
capacidad del pensamiento abstracto y lógico permite al sistema nervioso
central, o más apropiadamente a la mente, reflexionar sobre sí misma, adquirir
conciencia de su subjetividad aparte de las cosas y, por referencia a éstas,
llegar a adquirir conciencia de una identidad propia y única, distinta de las
cosas. En la escala de la conciencia de sí, el orden funcional efectivo
corresponde a la acción intencional que se llama voluntad.
Asimismo, en la escala de la conciencia de sí, en el orden
funcional afectivo, se encuentra la estructura de los sentimientos. La
actividad de esta conciencia ante los simples estímulos que producen las
primitivas sensaciones de placer y dolor, y que pasa por la estructuración de
las emociones, es la estructuración de los sentimientos. Los sentimientos
producen la motivación para actuar. Una decisión racional debe estar más
motivada por sentimientos que por emociones. Inclusive la voluntad necesita a
menudo controlar las emociones.
El sentimiento es lo más propiamente humano en la
afectividad. Solamente los seres humanos poseemos la capacidad para tener
sentimientos, pues esta reacción afectiva se estructura a partir del
pensamiento abstracto y racional y en esta misma escala. En la funcionalidad
animal la afectividad juega un papel decisivo, pues impele a la acción dándole
una dirección y una intensidad particulares. Por ejemplo, el hambre obliga a un
animal renunciar a su tendencia al ocio y buscar activamente su sustento.
Igualmente, en la funcionalidad humana el sentimiento está en el primer plano
en la deliberación previa a una acción intencional. Le confiere el color, el
tono, el aroma, el sabor y otras metáforas similares a la fría decisión
racional. Incluso el sentimiento puede primar sobre la razón. Todas las
argumentaciones más sensatas, articuladas, lógicas, objetivas y fundamentadas
que puedan darse se hacen añicos frente al sentimiento.
A diferencia de una argumentación lógica, que puede ser
objetiva y sujeta a análisis, el sentimiento es una valoración completamente
personal, subjetiva, incomunicable y no medible, excepto en la forma indirecta
que pudieran manifestarse las emociones asociadas. Depende de reacciones
personales particulares a experiencias, estados de ánimo, conformación
caracteriológica, desarrollo de la personalidad, momento vivencial, etc.,
dentro de la estructura cognoscitiva humana.
Por el sentimiento más que por el raciocinio existen
cosmovisiones particulares de enorme impronta y de tan larga duración que
pueden permanecer toda la vida. Éstas son determinantes para establecer
colectivamente el curso de acción de una decisión mayoritaria para alcanzar un
objetivo concreto. Puede que toda una comunidad valore, por ejemplo, la
justicia social, pero aquellos de sentimientos más tradicionales tendrán una
apreciación distinta de quienes albergan sentimientos más radicales. Es
probable que, más que intereses comunes, sean los sentimientos afines la causa
primordial que conforma partidos políticos específicos.
La felicidad y la tristeza son la estructuración fundamental
afectiva en la escala de la conciencia de sí y que proviene del placer y dolor
propio de la escala más primitiva de la afectividad. A partir de estas valoraciones
afectivas contrapuestas algunos pretenden explicar la complejidad de la
realidad como una división dualista entre lo bueno y lo malo (en la filosofía
oriental sería la dualidad del yin y
el yang).
El estado de felicidad es aquel en el que las necesidades y
carencias están colmadas, existiendo además la sensación de seguridad de que
habrá bienes disponibles para satisfacer las necesidades a medida que se
presenten, y un ámbito protegido de peligros y amenazas. Se manifiesta como una
condición general de satisfacción y gozo junto con una sensación de realización
en la que se siente estar alcanzando las metas proyectadas. En tanto este
estado está condicionado por una proyección de futuro, la felicidad es una
situación propiamente humana, pues los animales son inmediatistas en sus
acciones de supervivencia y reproducción. Este estado revela la existencia de
un ser humano que ha tenido éxito en su afán de supervivencia y reproducción.
Es un indicio de funcionalidad apropiada, de adaptación al medio y de tener la
fortuna de existir en un ambiente favorable y de lograr los resultados
propuestos.
Aunque es el objetivo final de toda acción particular, la
felicidad no es el objetivo de la existencia del individuo. La felicidad es
simplemente una señal de vivir en la forma más plena posible, siendo un síntoma
de que la persona lo está haciendo muy bien. Por su parte, la tristeza y la
angustia son síntomas de que la vida es problemática y difícil, llena de
fracasos, temores, insatisfacciones e inseguridades.
La felicidad como finalidad de la vida entró en los
objetivos individuales que ha propuesto la cultura occidental a partir del
Renacimiento, constituyendo sin duda un valor radicalmente distinto del ser
penitente del medioevo. Este valor fue un paso importante con respecto a los
epicúreos del siglo III a. C., que buscaban sólo el máximo placer y el mínimo
de dolor, o de los estoicos, que para evitar el dolor cultivaban la
indiferencia con desdeñosa indolencia. Por ejemplo, el renacentista Tomás
Hobbes (1588-1679) sostuvo que la finalidad del ser humano es la felicidad, y
el Estado tiene la función de imponer orden y paz para que los individuos
pudieran lograrla; y la Constitución de los EE.UU. propuso que la finalidad de
todo ciudadano es, además de la vida y la libertad, la prosecución de la
felicidad.
Siguiendo la mentalidad renacentista, pero ya en plena edad
Moderna, fue aparentemente loable el deseo del utilitarista inglés Jeremías
Bentham (1748-1832), quien un siglo y medio más tarde pensaba que el Estado
debe procurar la mayor felicidad al mayor número de individuos, idea precursora
del Estado de bienestar. Para Bentham lo útil es lo que conduce a la felicidad.
Siendo que para él el ser humano sólo posee experiencias directas de placer y
dolor, las demás sensaciones son derivadas de éstas. Él clasificó los placeres,
haciendo un verdadero cálculo hedonista, según el grado de intensidad,
duración, certidumbre, proximidad, fecundidad y pureza. Cuanto mayor la
cantidad, mayor es el placer. Para él la felicidad es entonces el placer de
duración prolongada.
Sin embargo, en contra de Bentham, la felicidad no es un
término unívoco, y las unidades de felicidad, o que producen felicidad, no son
intercambiables. Aún para un mismo individuo, algo que lo hace feliz en alguna
ocasión lo puede hacer infeliz en la próxima. Por tanto, la finalidad del
Estado no puede ser suministrar las cosas que hacen feliz al individuo, sino
que es posibilitar que éste se desarrolle libremente, pues siendo libre podrá
autodeterminarse, actualizando sus potencialidades, y así él será además feliz.
Si bien la capacidad para hacer proyectos de futuro con el
objeto de ser feliz supone la capacidad racional, ésta surgió evolutivamente
como una forma más eficiente para responder con la mayor autonomía posible a la
multicausalidad del medio para así mejorar las posibilidades de supervivencia y
reproducción. De ahí que, en el ser humano, la respuesta racionalmente autónoma
para satisfacer las necesidades de supervivencia y reproducción constituyen el
punto de partida de la psicología y la ética, de la familia y la sociología, de
la política y la economía. Sigmund Freud (1856-1939) tenía en gran medida razón
cuando hacía depender el comportamiento humano de su apetito sexual. En
realidad, los estímulos sexuales tras el impulso de reproducción se confunden
con los estímulos para sobrevivir en el comportamiento del individuo y llega a
ser posible concluir parcial, pero erróneamente, como lo hizo Freud, que el
comportamiento humano tiene siempre base sexual.
El sentimiento primario, que proviene directamente de las
sucesivas estructuraciones a partir de la sensación de placer y dolor, es el
estado de felicidad – tristeza o angustia. De este sentimiento derivan
secundariamente, en la misma escala, una serie de estados de ánimo de gran
complejidad. Consideremos los siguientes entre otros muchos: amor - odio,
confianza - angustia, valentía - cobardía, esperanza - desesperanza, optimismo
- pesimismo, perdón - venganza, desprendimiento - codicia, euforia -
pesadumbre, arrojo - temeridad, amistad - rencor, sonrisa - congoja. También
esta conciencia estructura reacciones mixtas de sentimientos de una escala de
complejidad superior: arrogancia, melancolía, desazón, amargura, admiración,
arrepentimiento, vergüenza. Por último se producen actitudes de comportamiento
con fuertes elementos sentimentales, como el orgullo, la soberbia, la envidia,
la avaricia y tantas más.
Lo notable es que todas las emociones y los sentimientos son
estados de ánimo complejos a soluciones de supervivencia y reproducción, y que
se estructuran a niveles superiores a partir de las sensaciones más simples de
todas, las de placer y dolor. Además, indirectamente, la conciencia que cada
ser humano tiene de la muerte que fatalmente acabará con su existencia
individual lo impulsa a preservar su propia vida. Aunque también, si la vida se
le presenta difícil y penosa, lo tiente el suicidio en la opción de preferir la
nada antes que la infelicidad.
CAPÍTULO 4. LA ESPECIE Y EL MEDIO
Un organismo biológico
es una unidad discreta de la estructura especie. A su vez, una especie es una
unidad discreta de la estructura biocenosis. La biocenosis junto con el biotopo
son las unidades discretas de un ecosistema. Cada especie posee en el
ecosistema un nicho ecológico. Sólo la especie humana trasciende la barrera de
los nichos ecológicos, teniendo el potencial para ocuparlos todos y desplazar
las especies que los ocupan hasta su total extinción. Toda especie biológica
depende que sus unidades discretas, los organismos biológicos que pueden
potencialmente aparearse entre sí y tener prole fecunda, lleguen a sobrevivir
para que justamente puedan procrear y prolongarla hacia el futuro y propagarla
a través de la geografía.
La ecología
El ecosistema
Un organismo viviente es un sistema autónomo en cuanto
generador de fuerzas que persiguen su propia autoestructuración, supervivencia
y reproducción. Para generar las fuerzas requeridas, obtiene la energía de un
medio providente, del que depende. Así, un organismo biológico es también un
sistema abierto que encuentra su equilibrio en el intercambio con su medio
externo, que llamamos ecosistema. Pero también en dicho medio operan una
multiplicidad de fuerzas que hacen permanentemente peligrar su propia
existencia, por lo que debe ser muy funcional para conseguir sobrevivir allí.
En el ecosistema su propia estructura, rica en energía, es apetecida por otros
organismos vivientes. Además, no todas las fuerzas que operan allí le son
beneficiosas.
Un ecosistema particular, que comprende el medio externo de
todo organismo biológico que existe allí, es una estructura compleja formada
por dos subestructuras suficientemente homogéneas que interactúan entre sí en
un espacio particular, o biotopo. Un ecosistema comprende, por una parte, un
sustrato químico de elementos inorgánicos que componen el suelo, el agua y el
aire, y ciertas condiciones físicas, como temperatura, radiación solar,
presión, densidad, fuerza de gravedad, etc.; y, por la otra, el conjunto de
organismos vivos, o biocenosis, que sobreviven en dicha estructura
físico-química.
Las unidades discretas básicas de los organismos vivos se
caracterizan por ser estructuras macromoleculares orgánicas, es decir, no
pueden estructurarse espontáneamente a partir de elementos químicos, ni incluso
de moléculas inorgánicas más sencillas, sino que son producidas, en su
totalidad, por los propios organismos vivos. A su vez, las unidades discretas
últimas de estas macromoléculas orgánicas corresponden a determinados elementos
químicos. En la composición química de los organismos vivos intervienen no más
de 60 elementos, de los cuales doce son invariables, pues se encuentran en
todos los organismos, y seis de éstos (carbono, nitrógeno, oxígeno, hidrógeno,
fósforo y azufre) entran en la composición de toda materia orgánica. Los otros
seis (calcio, magnesio, sodio, potasio, hierro y cloro) tienen importancia en
los distintos aspectos del metabolismo.
Procesos
Un ecosistema no es una estructura estática, sino que
experimenta permanentes cambios a consecuencia de la variación de las
condiciones físicas y como efecto de la acción de los organismos que lo
integran. Posee fundamentalmente dos procesos. El primero conforma un ciclo
cerrado, denominado ciclo del carbono. Desde el punto de vista de la
estructura, su estado inicial son los elementos químicos invariables. El
proceso comprende primeramente la estructuración de las macromoléculas
orgánicas y, posteriormente, su paulatina desestructuración, hasta retornar al
estado inicial de elementos originales desestructurados, manteniéndose
relativamente constante la cantidad de elementos.
El segundo proceso es el de la energía. Un ecosistema no es
un sistema cerrado. Requiere el aporte permanente de energía, de modo que gran
cantidad de energía, proveniente en el principio desde fuera del ecosistema, es
consumida por el mismo. Esta energía –principalmente luminosa– consigue
estructurar –a través de la fotosíntesis– variados elementos químicos en
macromoléculas orgánicas de glucosa. Éstas, a su vez, aportan la energía
acumulada según los requerimientos del organismo viviente al irse
posteriormente desintegrando.
La energía inicial proviene principalmente del Sol, en
especial de su espectro visible. En un proceso denominado fotosíntesis, la
energía de las radiaciones luminosas es captada y absorbida por moléculas de
pigmentos, como las clorofilas y los carotenos. Estos cloroplastos transforman
la energía luminosa en energía química produciendo, en ausencia de oxígeno, trifosfato
de adenosina (TPA) a partir de difosfato de adenosina (DPA) y es empleada para
sintetizar las macromoléculas orgánicas de almidón a partir de sustancias
inorgánicas tan simples como el agua y el dióxido de carbono (6H2O + 6CO2 ->
C6H12O6 + 6O2).
Estas moléculas orgánicas gigantes constituyen las primeras
macromoléculas energéticas de hidrato de carbono, de las cuales los seres
vivientes obtienen la energía para vivir en una sucesión de pasos de cesión
energética, hasta la final desestructuración molecular, cuando ya no queda
energía aprovechable. Los enlaces químicos de estas estructuras
macromoleculares almacenan la energía recibida. En realidad, sólo el 1 % del
total de energía lumínica que llega a una superficie cubierta por vegetales es
utilizado en la fotosíntesis. Cuando la estructura se desintegra en su
totalidad, ya no queda energía aprovechable. Los elementos desintegrados
vuelven a estructurarse nuevamente en frescos cloroplastos a causa de la
fotosíntesis en un proceso sin fin.
El consumo
Sin embargo, en la perspectiva de la biosfera, mientras la
energía proveniente del exterior es inagotable, los elementos químicos que
conforman los recursos terrestres aprovechables por la materia orgánica son
limitados. Esta distinción reviste especial importancia en nuestra época, más
preocupada por obtener recursos energéticos que por preservar los recursos
biológicos. En la limitación de las estructuras que conforman la materia
orgánica se oculta el fantasma de Malthus, el que tantas veces ha amenazado
manifestarse sin haber aún aparecido en su anunciado horror, excepto en algunas
pobladas y primitivas regiones de la Tierra, abatidas por el hambre. Tomás
Roberto Malthus (17766-1834) sostenía que mientras la población aumenta en
progresión geométrica, los alimentos aumentan sólo en progresión aritmética. En
una escala menor numerosas han sido las civilizaciones que han desaparecido en
el pasado a causa de la excesiva explotación de los recursos naturales. Basta
recordar los mayas, los nubios, los pascuenses o los caldeos. Estas
civilizaciones son recordatorios de lo que puede ocurrir a una escala mayor.
La energía contenida en los enlaces químicos de las
macromoléculas orgánicas va siendo posteriormente utilizada por los organismos
vivientes en su actividad de supervivencia, reproducción y auto-estructuración.
Una gran cantidad de energía se consume, por ejemplo, en el desplazamiento y en
el metabolismo propio de un organismo vivo. Esta energía va siendo consumida de
manera discreta en un sutil proceso de degradación oxidativa de los productos
metabólicos, en el que los compuestos fosfatados, ya mencionados, son
determinantes.
Cada compuesto de este tipo funciona como batería recargable
que se descarga discretamente cuando transfiere a las células del organismo una
cantidad discreta de energía y se transforma en DPA, y se carga nuevamente como
TPA al recibir nueva energía de la escalonada degradación de las
macromoléculas. Una serie de moléculas de TPA proporciona la energía necesaria
para el proceso metabólico, transformándose cada una de ellas en DPA al quedar
sin su propia cantidad de energía cuando se le es solicitada. Pero el DPA es
vuelto a recargar, volviéndose en TPA, cuando una macromolécula se degrada en
otra de menor valor energético, cediéndole su cuota discreta de energía.
El mecanismo de cesión energética-degradación química de la
macromolécula orgánica termina con la total desestructuración orgánica de sus
elementos químicos constituyentes y la transformación de la energía química en energía
mecánica, eléctrica y calorífica necesaria para la supervivencia. Este
mecanismo se conoce como el ciclo de Krebs, por su fundador, el bioquímico
alemán Hans Adolf Krebs (1900-1981), y es el fundamento del metabolismo
celular. El metabolismo depende de una secuencia de procesos, encadenados unos
con otros, engranados como los dientes de un mecanismo de precisión por el cual
el ácido acético se transforma en ácido cítrico tras un proceso que comprende
nueve etapas. Estos procesos se llevan a cabo en cada célula, específicamente
en sus mitocondrias, que ofician de centros oxidativos o talleres de producción
de proteínas del ciclo mencionado. Allí se ubican tanto las unidades de TPA
como los ribosomas con gran contenido de ARN (ácido ribonucleico) que controlan
la síntesis de proteínas.
La biomasa
Un ecosistema particular contiene una cantidad de materia
orgánica denominada biomasa. Esta se mide corrientemente en peso (peso fresco,
peso seco, peso de carbono, etc.) por unidad de superficie terrestre. La
producción de biomasa depende de la variedad de la biocenosis. Mientras esta
última contenga una mayor cantidad de especies, la competencia entre los
organismos vivientes será mayor, sobreviviendo los individuos de aquellas
especies más eficientes en obtener alimentos y utilizar energía. Toda
diversidad de nichos ecológicos podrá ser ocupada.
Si la variedad de especies biológicas disminuye, también
disminuirá la capacidad del ecosistema para producir biomasa y, por tanto, la
capacidad para aprovechar la energía que ingresa. Pensemos, por ejemplo, en las
estériles arenas de un desierto originado tras la tala de árboles y quema de
abrojos de una otrora ricamente biodiversificada selva tropical.
También la producción de biomasa depende de las condiciones
del biotopo. Si sus condiciones varían, también se modificará su producción.
Por ejemplo, un biotopo puede contaminarse con toxinas o puede empobrecerse de
sus elementos invariables por la erosión, lo que implica una disminución neta
de la producción de biomasa. Inversamente, el biotopo puede ser fertilizado
mediante la incorporación de nutrientes y agua de riego para una producción
mayor de biomasa, como un agricultor bien lo sabe. La "revolución
verde", que es la aplicación de la tecnología a la producción selectiva de
biomasa, ha logrado aumentar la productividad a límites antes insospechados.
Aún no se sabe cuál será el tope útil para dichos límites.
Productores, consumidores y descomponedores
La materia orgánica es alimento y las especies biológicas se
distinguen entre sí, desde el punto de vista ecológico, en cuanto a la función
particular de obtención de materia orgánica. Según la forma de obtención del
alimento, se encuentran diferentes tipos de organismos vivos, los que conforman
una cadena trófica de cuatro eslabones básicos: productores primarios,
consumidores primarios, consumidores secundarios y descomponedores. No
obstante, la idea de cadena es una abstracción que hacemos para comprender la
complejidad de las múltiples cadenas tróficas presentes en cualquier
ecosistema, las que semejan más bien a una red trófica. Las relaciones de los
organismos vivos de un ecosistema no son lineales, sino que existen muchas
relaciones tróficas colaterales, como parásitos, comensales, simbiontes,
coprófagos, carroñeros.
Es evidente que si la dependencia por alimento de parte de
los organismos vivos que ocupan los eslabones posteriores es total respecto a
los eslabones primeros, y que si cada organismo consume energía para sobrevivir
y reproducirse, devolviendo cuando muere menos energía de la que ha recibido,
el peso total de los organismos, aunque no necesariamente el de los individuos,
va decreciendo a medida que se avanza por la cadena alimentaria. Por ejemplo,
en un ecosistema particular, hay menos peso en zorros que en conejos.
Sin duda que la idea de cadena trófica está lejos de
satisfacer el ideal de paz y armonía concebida por quienes describieron el
Paraíso Terrenal en el libro del Génesis. La realidad muestra que el león no
puede convivir de esa forma idealizada con el cordero. Ambos establecen una
relación depredador-presa, donde el segundo es una víctima "inocente"
de la "despiadada" necesidad de alimentación del primero. No obstante
la "ley de la selva", que es la imposición de la voluntad del más
fuerte, no existe en la selva. Cada ser viviente de la selva persigue
sobrevivir y reproducirse actuando estrictamente según los condicionamientos
que son comunes a todos los individuos de su propia especie. Jamás podrá un
individuo actuar de un modo distinto en su ambiente natural. En algunas
ocasiones él será un depredador de determinados seres vivientes y en otras,
será presa de otro grupo determinado de seres vivientes.
Los productores primarios comprenden la totalidad de los
vegetales, exceptuando los hongos, y ciertos microorganismos dotados de
determinados pigmentos semejantes a las plantas superiores. Mediante la
fotosíntesis, éstos estructuran primeramente hidratos de carbono, a los que les
incorpora además una serie de elementos químicos que obtienen del medio, hasta
formar las variadas y complejas macromoléculas orgánicas cargadas de energía,
descritas más arriba, que conforman las unidades discretas de las diversas
subestructuras de sus propias estructuras. Se denominan autótrofos porque son
organismos que se procuran alimentos por sí mismos.
Los consumidores obtienen de los productores primarios, o de
otros consumidores, las moléculas ricas en energía y materia orgánica cuya
utilización dependerá en definitiva de las características bioquímicas del
alimento y de las características metabólicas del consumidor. Se dividen en
consumidores primarios y consumidores secundarios. Los primeros son
principalmente herbívoros y obtienen su alimento de los productores primarios,
o sea, las plantas verdes. Con este alimento y otros elementos del biotopo
(agua, oxígeno, sales, etc.) se autoestructuran y ejercen fuerza. Igual cosa
ocurre con los consumidores secundarios, excepto que ellos obtienen su alimento
ingiriendo principalmente a los consumidores primarios, pues son carnívoros.
La energía por unidad de peso contenida en la carne es muy
superior a la contenida en los vegetales, ya que éstos poseen componentes
–leñosos– que sirven para estructurarse en el espacio y que son en general poco
nutritivos, y un trozo de carne engullido en pocos bocados mantiene a un animal
satisfecho por muchas horas. En contra de los buenos deseos de los vegetarianos
para con el ecosistema y la supervivencia de tantos ingenuos e inocentes pero
apetitosos animales, los seres humanos somos principalmente consumidores
secundarios, pues no conseguimos sintetizar todos los aminoácidos que
necesitamos a partir de los vegetales que consumimos, ni aunque los cocinemos.
El déficit en aminoácidos proviene de los herbívoros que sí digieren los
componentes más simples, sintetizándolos. Posteriormente, nosotros los
ingerimos ya metabolizados en forma de carne y productos lácteos. No deja de
ser horrible el pensamiento de que para alimentarnos y gozar de ello como un
buen gourmet debamos sacrificar criaturas cuya vida es un gozo de percepciones,
emociones y convivencia.
Todos los organismos que mueren y no son devorados por
otros, sean productores primarios o consumidores, así como toda clase de restos
orgánicos, como hojas y ramas caídos de los árboles, excrementos, e incluso
bacterias, son degradados en último término por los descomponedores. Estos
organismos vivientes consumen lo último que va quedando de energía en los
últimos enlaces químicos de las ya degradadas macromoléculas orgánicas
originales. Descomponen los restos orgánicos mediante una especie de digestión
externa y absorben más tarde las sustancias resultantes que les son útiles,
quedando el resto mineralizado.
Así, si los productores primarios incorporan a la materia
orgánica una serie de elementos minerales del medio, los descomponedores
devuelven a éste esos mismos elementos, mineralizados. Los descomponedores
cierran el ciclo de la materia orgánica y ponen nuevamente a disposición de los
productores primarios los elementos y las moléculas inorgánicas que necesitan
para la síntesis de su propio alimento. Si solamente los organismos vivientes
pueden estructurar las macromoléculas orgánicas, solamente los organismos
vivientes las pueden corrientemente desestructurar. Un pedazo de madera muerta,
por ejemplo, duraría prácticamente en forma indefinida si no existieran
descomponedores. Es gracias a éstos que la biosfera no es un solo cementerio de
vegetales y animales muertos, desde hace tiempo, en un suelo agotado de recursos
hace mucho.
El metanicho ecológico de la especie humana
Los ecólogos han llegado a determinar que cada especie
biológica tiene su propio nicho ecológico, es decir, sus propias especies
presas y su propio espacio de donde los individuos que la componen obtienen el
particular sustento. La competencia entre dos especies sobre el mismo recurso y
el mismo espacio, más el mecanismo de la selección natural que especializa
mejor a la especie para un medio específico, termina siempre con la victoria de
una de ellas para un mismo nicho.
En un ecosistema existen muchos nichos, y mientras más
variedad de especies contenga, más son los nichos ocupados y más eficiente
resulta la transformación de la materia orgánica. La ocupación de un nicho
exige de la especie una tan particular especialización que si este nicho
desapareciera por extinción de la especie presa, aquella especie no tendría
probablemente la capacidad para ocupar otro nicho, habida cuenta de que la
adaptación es un lento proceso que depende de la evolución, y también se
extinguiría.
No obstante, existe una relación directamente proporcional
entre inteligencia y ocupación de una multiplicidad de nichos. Una inteligencia
más desarrollada permite una mayor capacidad para reconocer el valor
alimenticio y satisfacer el hambre con una mayor variedad de alimentos. Un
animal omnívoro es ciertamente más inteligente.
La especie humana es una especie animal que para subsistir
se rige bajo las mismas leyes que rigen las demás especies, siendo parte del
ecosistema. Pero podemos observar que la especie humana trasciende la barrera
de los nichos. A pesar de ser la menos especializada de todas, es, por otra
parte, la más multifuncional en la procura de su sustento. Ello le ha permitido
subsistir en los más diversos medios y no solo alimentarse de las más variadas
fuentes, tanto vegetales como animales, sino que ha llegado a industrializar la
producción de alimentos.
Su multifuncionalidad proviene de su inteligencia que le ha
permitido no sólo adaptarse mejor al medio, sino también adaptar el medio a sus
propias necesidades. Así, la tecnología, producto de su inteligencia que genera
extensiones funcionales artificiales para suplir sus propias deficiencias, le
permite no sólo adaptarse a cualquier hábitat y extraer los recursos contenidos
en forma eficiente, sino que también transformar el ecosistema de acuerdo a sus
propios requerimientos. Interviniendo en los distintos ecosistemas, los
transforma para satisfacer sus propias necesidades en favor de algunas
determinadas y realmente pocas especies vegetales y animales, que son las que
más le favorecen y a las cuales se esmera no sólo de recolectar, cazar y
pescar, sino también de cultivar y criar.
Cabe aún preguntarse por qué el ser humano llega a extinguir
especies. Es sabido que las poblaciones de las especies se regulan por la
relación surgida entre depredador y presa. Si el número de zorros aumentara en
un ecosistema dado, el de conejos tendería a disminuir al existir mayor presión
sobre su población para ser ingerida por la mayor cantidad de zorros. Luego, la
población de conejos disminuiría. Pero esto dejaría a los zorros con menos
alimentos y, por tanto, hambrientos y débiles. Pronto los zorros disminuirían
también en número. Pero si disminuyen mucho, los conejos aumentarían su número.
Un número mayor de conejos los haría fácil presa de los zorros, posibilitando
que aumentara el número de ellos. En consecuencia, en un ecosistema el número
de ambas poblaciones se mantiene relativamente estable y la proporción entre ambas
permanece relativamente en equilibrio.
Sin embargo, la especie humana no depende de un sólo tipo de
presa para su subsistencia. Su falta de especialización para un determinado
nicho sumado a su inteligencia le permite acceder a casi todos los nichos
ecológicos que ella desee o que le sea económicamente más favorable, pues tal
es su ingenio. En consecuencia, el ser humano puede perfectamente acabar con
una población completa y seguir subsistiendo de otras especies. También puede
eliminar una especie que no le es directamente provechosa o le es claramente
dañina, mientras favorece a otra que sí le es más útil. En fin, en el proceso
de seleccionar determinadas especies, puede acabar con algunas especies sin
haber sido esa la intención.
Agotamiento del ecosistema
El ser humano en cuanto especie animal tuvo sus orígenes
como un consumidor principalmente secundario tras haber provenido de
antepasados eminentemente herbívoros. En el curso del desarrollo cultural, que
presupuso un sustancial avance evolutivo de su inteligencia, adquirió
proporcionalmente mayor eficacia como depredador, evitando a la vez ser presa
fácil de sus propios depredadores. Pero también aprendió a conocer los
mecanismos del ecosistema para aprovecharse mejor de la energía que contenía.
Paulatina, pero exponencialmente, comenzó a dominar su propio medio y a
extenderlo a todos los ámbitos de la Tierra, trasponiendo o destruyendo nichos
ecológicos cada vez más numerosos.
El uso del fuego, hace medio millón de años atrás, y su
dominio, hace tan sólo unos cien mil años atrás, significó que diversas
materias orgánicas ricas en energía y en aminoácidos, que derivan directamente
de los productores primarios, pero que no eran comestibles, se transformaran en
alimentos mediante la cocción, la que rompe sus moléculas de almidón,
haciéndolas digeribles. La agricultura, nacida hace unos diez mil años atrás,
permitió apropiarse de algunos variados biotopos, y el pastoreo, surgido por la
misma época, significó seleccionar, adaptar y domesticar las variedades para él
más productivas de la biocenosis. Cada una de estas revoluciones tecnológicas
ha posibilitado a la especie humana una apropiación mayor de la energía y de la
materia orgánica contenida en la biosfera, acceder a más ecosistemas para transformarlos,
independizarse de la precariedad de la supervivencia y aumentar
exponencialmente el número de su población.
En la actualidad, como muchas voces anuncian alarmadas, la
especie humana, por su creciente número de individuos, su cada vez más avanzada
tecnología, su enorme y creciente capital acumulado y su insaciabilidad, ha
transpuesto posiblemente el umbral que permite la subsistencia de los
ecosistemas y, por tanto, de la biosfera. Los seres humanos no sólo están
agotando los limitados recursos orgánicos del ciclo de la materia orgánica,
sino que los están deteriorando aceleradamente por la contaminación que genera
su desenfrenada producción y consumo por poblaciones cada vez más numerosas y
ávidas.
El desarrollo creciente de la especie humana tiene por
contraparte el agotamiento de los recursos naturales. Aquí el problema no es
tanto la futura escasez de energía, aunque nuestro desarrollo económico tenga
por base los hidrocarburos fósiles, ya en proceso de extinción. El problema que
se avecina lo constituye la supuesta creciente disminución de macromoléculas
orgánicas, base de la alimentación de los seres humanos, actualmente sufriendo
un explosivo crecimiento demográfico. También el problema se refiere a las
especies animales que integran las cadenas alimentarias, muchas de las cuales
están extintas irreversiblemente o están en real peligro de extinción.
Así, pues, mientras la energía es abundante y la tecnología
puede encontrar otros medios para obtenerla, el volumen de biomasa es limitado
y está en acelerada disminución. Esta biomasa es la que se produce mediante la
fotosíntesis, proceso en el cual la tecnología aún no puede intervenir si no es
para ayudar a que se realice con mayor efectividad. Ella está limitada por la
cantidad que está quedando en la biosfera, espacio del universo muy
restringido, y que constituye nuestro único hábitat posible. Por su parte, el
consumo de más energía por parte de los seres humanos termina principalmente
por intensificar la explotación de los recursos biológicos que restan.
Lo peculiar del caso es que no es toda la población humana
por igual la causante del fuerte desequilibrio ecológico en el que nos estamos
sumiendo, sino las minorías altamente consumidoras y cada vez más poderosas de
los países desarrollados. Éstas, además, inducen una explosión demográfica que
no sólo causa mayores penurias a los más desvalidos, cuyo número sigue
aumentando, sino que también los mismos miserables, por su elevado número,
contribuyen con su cuota, de ninguna manera marginal, al agotamiento de la
biosfera.
Moral ecológica
El ser humano es parte del todo social, pero cada uno
constituye un todo en sí mismo, con derechos inalienables que el todo social
debe respetar. En forma análoga, podemos suponer que la especie humana no
solamente es la cúspide de la evolución biológica, sino que también del
universo, precisamente por la capacidad de pensamiento abstracto y racional de
sus individuos. Sin embargo, también es parte de la biosfera, de la cual
constituye una especie más de la biocenosis.
En este segundo respecto no existe derecho alguno que excuse
la voracidad y la multiplicación de sus individuos. El amplio mandato expresado
al comienzo del libro del Génesis:
"Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios los creó, y los
creó macho y hembra; y los bendijo Dios, diciéndoles: «Procread y multiplicaos,
y henchid la tierra; sometedla y dominad sobre los peces del mar, sobre las
aves del cielo y sobre los ganados y sobre todo cuanto vive y se mueve sobre la
tierra»" (Gen 1, 27-28), está imponiendo a la especie humana el límite más
obvio de todos: no destruir la Creación divina. "Dominad" significa
también cuidad, conoced, respetad. La limitación de su derecho proviene del
hecho que la especie humana es parte del gran ecosistema terrestre, y si
subsiste allí es porque necesita convivir con otras especies.
Del mismo modo como la moral obliga respecto a la vida de
otro ser humano, no existe moral "objetiva" alguna que permita a la
especie humana multiplicar sus números sin límite alguno. El límite lo impone
la capacidad de la biosfera, que el ecosistema en su conjunto, para sustentar a
la especie humana. La existencia de la biosfera depende de sutiles equilibrios
que pueden ser rotos fácilmente por la voracidad humana. Si no se ejerce algún
tipo de control sobre la natalidad y la fecundidad con los tipos de
anticonceptivos disponibles, que no implique ciertamente el aborto ni la
eugenesia, entonces los mecanismos ecológicos se harán cargo de reducir el
número de los seres humanos con grandes costos en guerra, pestes, hambre y
muerte. Si el tema demográfico se lleva al terreno ético-moral, se debe
compatibilizar el derecho del individuo a reproducirse con su deber dentro del
ecosistema del cual forma parte. La multifuncionalidad del ser humano contiene
funciones que las sociedades civiles deben controlar para poder preservar tanto
su propia subsistencia como la de su medio.
Por el contrario, observamos que en el intento de fortalecer
a ultranza la estructura familiar, la autoridad eclesiástica católica ha
centrado ciegamente su enseñanza ética en contra de los medios anticonceptivos.
No logra apreciar que arrasa simultáneamente con una cantidad de otros valores
éticos cuya observancia sería posible si la familia tuviera el número de hijos
que pudiera formar y educar apropiadamente, y el medio ambiente tuviera una
menor tensión demográfica. Un ejemplo del segundo caso fue el sanguinario
conflicto entre utus y tutsis ruandeses que se debió al explosivo crecimiento
demográfico que rompió el equilibrio establecido ancestralmente entre los
pastores tutsis y los campesinos utus. Es probable que en dicho aumento
demográfico hayan contribuido las buenas intenciones de misioneros y médicos de
la región en una prolongada política ejercida para salvar la vida de todo
recién nacido, oponiéndose simultáneamente a la planificación familiar. De ser
así, hubiera sido una bendición para estos pueblos no haber contado jamás con
la asistencia de dichos benefactores. De igual modo, en nuestra época de
acelerado desarrollo tecnológico y crecimiento de capital, es un imperativo
ético el consumo mesurado de las riquezas naturales, siendo el despilfarro y el
consumismo un atentado contra la biosfera, nuestros hermanos menores (los
ingenuos animales) y, desde luego, nuestros semejantes.
Su inteligencia ha llevado al ser humano, por una parte, a
constituirse en la especie biológica más exitosa de la biosfera, y, por la
otra, al límite mismo de las posibilidades de la biosfera, pasado el cual es
predecible tanto su propia destrucción como gran parte de su ambiente. La
pregunta que sigue es: ¿podrá también su inteligencia salvarlo de este
manifiestamente terrible destino? La respuesta es desconocida en el presente, y
muchos ecólogos aseguran que no va quedando mucho tiempo para responderla.
Además, quien tiene la inteligencia es la persona individual, pero ni la
sociedad ni la cultura la poseen. La inteligencia individual no es rival del
ímpetu de la masa. Muchas veces los movimientos sociales y culturales alteran
la historia con la fuerza de su falta de inteligencia.
La paradoja de la especie humana con relación a la biosfera
es que, por una parte, su inédito éxito se ha debido a la ingenio de algunos
pocos de sus individuos que han producido tecnologías eficientes e innovativas,
junto con la gran capacidad de aprendizaje y comunicación de los individuos que
la constituyen. Por decenas de milenios, a los seres humanos les bastó el hacha
de piedra. La lanza tardó mucho tiempo en aparecer. El arco y la flecha fueron
grandes innovaciones. La innovación tecnológica es en la actualidad una
ocurrencia cotidiana. Tanto la inventiva como el aprendizaje han posibilitado a
los seres humanos la obtención de recursos desde toda la biodiversidad y de
todos los nichos del ecosistema. Este hecho los diferencia radicalmente de las
otras especies que depredan dentro de su propio nicho biológico. Además, la
destrucción de la biodiversidad que acompaña su explotación trabaja contra su
propio éxito. La demanda que actualmente hace la biosfera a la noosfera, por
así decir, es simplemente el establecimiento del desarrollo sustentable, amén
de evitar holocaustos nucleares.
El determinismo biológico
Si el destino de la especie humana es incierto, el destino
de todo organismo viviente es fatalmente seguro: terminar como alimento de
otro. Sin embargo, un organismo mientras vive, sobrevive en la necesaria
interrelación depredador-presa del ecosistema, porque posee una cierta
funcionalidad para sobrevivir frente a la agresividad del medio ambiente hasta
que decae y muere o es muerto.
La razón fundamental es que lo que interesa al mecanismo de
la prolongación de la especie, forjadora de un código genético cada vez más
eficiente, es que el organismo sea apto, es decir, que pueda reproducirse y
criar prole a su vez apta, lo que significa tener la capacidad para sobrevivir
en un medio en transformación. La selección natural que caracteriza el
mecanismo de la evolución biológica no es otra cosa que la subsistencia de
aquellas unidades genéticas de la especie que contribuyen a que los individuos
lleguen a sobrevivir y procrear prole fecunda en un medio competitivo y
cambiante.
Evidentemente no interesa en esta perspectiva lo que al
organismo individual pueda ocurrirle después de ese cometido o función, por muy
miserable y penosa que se torne su existencia posterior. Así, en muchas
especies la totalidad de los individuos terminan sus existencias violentamente
como alimento de sus depredadores cuando dejan de ser funcionalmente aptos, cuando
las respuestas del organismo se debilitan, y antes de que sobrevenga una muerte
natural más apacible. En otras, la vejez es fuente de dolencias sin remisión y
de sufrimientos que sólo la muerte termina por aplacarlos. El objetivo de la
supervivencia individual, para el cual evitar el dolor es funcional, deja de
tener importancia en el desarrollo del organismo biológico cuando el periodo
para la reproducción se ha cumplido y ya no puede seguir desempeñándose.
Ciertamente, la evolución no contempla dentro de las ventajas adaptativas la
vejez feliz. Tal condición se da según la sabiduría y espiritualidad
individual.
El mecanismo de la evolución biológica puede conformar
estructuras para funciones específicas relacionadas con la supervivencia y la
reproducción y que, además, pueden ser extremadamente funcionales en otros
aspectos. La extraordinaria funcionalidad del cerebro humano, por ejemplo, nos
permite realizar una enorme cantidad de funciones intelectuales que no son
realmente imprescindibles para nuestra supervivencia y reproducción. De este
modo, una estructura que emergió para una finalidad determinada puede
desempeñar funciones mucho más complejas que la finalidad para la que se
estructuró primitivamente, que subsanan las deficiencias de la evolución para
garantizar una mejor calidad de vida, como asegurar el sustento, curar
enfermedades y aliviar el dolor.
En este orden de cosas, podemos pensar que nuestro mundo es
el mejor mundo posible en la perspectiva de la especie humana, en tanto permite
su subsistencia, pero es evidente que no lo es necesariamente en la perspectiva
de la supervivencia de un ser humano individual, quien está consciente de su
diario sufrimiento y de que algún día deberá morir, y sobre todo cuando su
mente le permite imaginar mundos mucho mejores, como contraste con tener
conciencia de su desmedrada situación y con lo terrible que puede llegar a
imaginar su propio destino.
Es apropiado considerar aquí que si nuestro mundo es el
mejor mundo posible para la subsistencia de la especie humana, es ilusoria la
pretensión de las ideologías milenaristas que creen en la posibilidad de un
mundo ideal, pues contradice los hechos biológicos. Podemos pensar que el
advenimiento de cualquier mundo distinto del que nos hemos biológicamente adaptado
supone un peligro para la subsistencia de nuestra especie, pues es probable que
ésta no llegue a contar con la complejidad de los medios requeridos que le
permitan la subsistencia. A pesar de todos los defectos que podamos atribuirle
a nuestro mundo como efecto de nuestra acción intencional, como la injusticia,
la guerra, la pobreza, para no incluir los efectos naturales, como las pestes,
los terremotos, las inundaciones, difícilmente una voluntad general inclinada
por la paz y el amor podría llegar a subsanarlos sin alterar los complejos
mecanismos que nos permiten subsistir, aun cuando supongamos que es posible que
la subsistencia de la especie humana pueda depender de la buena voluntad de la
generalidad de los seres humanos.
Los resultados de las buenas intenciones y el voluntarismo
tras los movimientos sociales, políticos y religiosos en esa materia son por lo
general imprevistos y no deseados, aunque también, a no dudarlo, estas acciones
han generado cambio. El hecho natural es que cualquier acción impuesta
ideológicamente, aunque tenga la mejor intención, puede romper los delicados
mecanismos y leyes biológicas que regulan la subsistencia de nuestra especie,
sobre todo cuando muchas veces estos mismos mecanismos y leyes, liberados a su
libre acción, pueden ser más beneficiosos para la subsistencia de la especie.
En efecto, si pensáramos que la subsistencia de la especie
tuviera que depender exclusivamente, por ejemplo, de la educación de los niños,
deberíamos aceptar que un periodo histórico de mala educación haría peligrar la
especie. Puesto que la subsistencia de cualquier especie, incluida la humana,
depende de su condicionamiento biológico, éste debiera ser respetado en
cualquier decisión política. Este conocimiento no surge de principios filosóficos
a partir de la razón y que luego se codifican en un supuesto derecho natural,
sino que deriva de hallazgos científicos cuyas teorías pueden sintetizarse a un
nivel superior que podríamos llamar, ahora sí, filosofía. Hasta ahora las
toscas y burdas ingenierías sociales, que no han tenido el más mínimo respeto
por la persona ni por el delicado entramado de la biología, han causado las
espantosas tragedias humanas de las que el siglo XX ha tenido que padecer tan a
menudo.
A través de generaciones, el mecanismo de la evolución
biológica tiende a modificar en el tiempo estructuras para que adquieran
determinadas funciones solicitadas por un medio pródigo en posibilidades.
Anteriormente dimos el ejemplo de las alas. Y también la evolución biológica puede
modificar una estructura particular para que pueda desempeñar una determinada
función. Por ejemplo, el pico de una especie de aves puede irse estructurando,
al cabo de algunas generaciones, en una diversidad de formas, de modo que una
subespecie podrá con la nueva adaptación succionar néctar, otra, atrapar
insectos, y una tercera, agarrar semillas, y así una cantidad de nichos
ecológicos ser explotados, como muy bien lo observó Darwin en la variedad de
pinzones, cuando visitó las islas Galápagos.
Pero un organismo biológico es más que un tubo digestivo con
coordinación centralizada que, mediante sus propios sistemas de digestión,
utiliza y consume la energía del medio, y que, para obtener la energía
aprovechable de manera eficiente, dispone de sistemas apropiados tales como
aletas, hojas, patas, cilicios, alas, raíces u otro dispositivo de locomoción y
acceso al medio nutritivo, un sistema de control, un sistema de información
sobre el medio externo, sistemas de defensas contra la agresión del mismo medio
y, por supuesto, sistemas genéticos de reproducción. Un organismo biológico es,
en esencia, una estructura autónoma compuesta por sistemas, aparatos y órganos
estructurados, funcionales y dependientes de un control central cuyo propósito
último es su propia supervivencia, reproducción y auto-estructuración. Esto es,
un organismo biológico se define por sus funciones primordiales que son la
supervivencia, la reproducción y la auto-estructuración, y no por otras
funciones, como la ingesta de alimentos, que son dependientes de las primeras.
Es conveniente señalar también que una función importante de
una estructura autónoma, que busca sobrevivir en un medio agresivo que
potencialmente puede destruirla, es el engaño, el disimulo, la farsa, el
mimetismo. A través de este medio, el individuo finge poder, persigue
ocultarse, simula peligro o aparenta inocencia para su posible adversario,
depredador o presa. Esta característica funcional, que surge naturalmente a
través del mecanismo de la evolución, en el ser humano es además intencional.
De la extraordinaria capacidad de las estructuras autónomas
podemos inferir que un humilde gusano, habitante de esta partícula cósmica
denominada Tierra, es inmensamente más complejo y, por tanto, más funcional que
una magnífica estrella como, por ejemplo, la colosal y poderosa CanisMajoris.
Es cierto que el primero se va estructurando mientras va consumiendo energía,
en tanto que la segunda se va desintegrando mientras la va produciendo. Pero la
estructuración de un consumidor eficiente requiere mayor funcionalidad y
complejidad que la desintegración de un productor eficiente. La mayor
eficiencia en el empleo de energía da al traste con la concepción de desorden
de la segunda ley de la termodinámica. Por lo tanto, no es legítimo suponer que
un ser viviente es una insignificancia frente a la inmensidad del universo. Su
superioridad reside precisamente en su propia funcionalidad que le permite una
mayor capacidad relativa de subsistencia. La energía es empleada con mayor
eficiencia tanto en su propia estructuración como en sus acciones funcionales
de supervivencia y reproducción. En la perspectiva del tiempo, la vida es un
estallido de estructuración; en la perspectiva de una vida, ella es todo el
tiempo.
En el proceso de estructuración biológica de la materia se
han producido estructuras tan complejas como, por ejemplo, el cerebro de los
mamíferos, que es el órgano terminal de las sensaciones y procesador de las
percepciones, centro de las emociones, lugar de la memoria y la imaginación, y
dotado de conciencia de lo que lo rodea. Además, en el ser humano este órgano
ha desarrollado en alto grado la capacidad de pensamiento conceptual y lógico
que le permite una afectividad de sentimientos, conocer racionalmente, poseer
conciencia de sí y actuar intencionalmente.
CAPÍTULO 5. LA EVOLUCIÓN DEL HOMO SAPIENS
En su origen, hace
unos 200.000 años, y donde el homo sapiens evolucionó posteriormente el medio
fue acuático y rico en proteínas. De este medio adquirió las características
que lo separaron del homo ergaster y
que produjeron, ya hace 60.000 años, el hombre moderno. La característica más
distintiva fue el desarrollo del cerebro para permitirle el pensamiento
abstracto y racional, los sentimientos y la capacidad de la acción intencional.
La etapa acuática como origen del filum sapiens
Hace unos 200.000 años atrás y por una extensión de al menos
unos 80.000 años, la evolución del género homo pasó por una fase acuática que
dio origen a la especie sapiens. Durante este tiempo, el homo sapiens adquirió las características que lo separó del homo ergaster, especie del que provenía.
El medio acuático lo diferenció de su antecesor principalmente porque su dieta
fue muy rica en proteínas cuando supo explotar el nuevo nicho de peces y
moluscos marinos. No sólo esta dieta favoreció el desarrollo del cerebro, sino
que el medio acuático lo separó morfológicamente de sus antepasados.
La evolución marcha rápida y es profunda cuando un grupo
permanece aislado en un ambiente muy distinto del que tenía y está además
constituido por relativamente pocos individuos para que las mutaciones
benéficas puedan propagarse a toda la población en pocas generaciones. Al cabo
de algunas decenas de miles de años, podemos suponer que nuestra especie habría
evolucionado hasta adquirir las características anatómicas que nos caracteriza
y que nos diferencia de los otros homínidos. Estas características han sido
descritas en la “teoría acuática” propuesta por Sir Alister Hardy (1896-1985),
en 1960, y Elaine Morgan (1920-), en Eva
al desnudo, 1972. Esta última antropóloga explica que ciertos rasgos
propios del homo sapiens sólo pudieron aparecer durante una etapa de su
evolución ocurrida en el agua. Aunque ambos postulaban que tal evento ocurrió
en el Plioceno, es mucho más probable que esta etapa pudiera haber sucedido
justamente ya muy avanzado el Pleistoceno, y precisamente en la época indicada
por la teoría del ADN mitocondrial para el origen del homo sapiens.
Entre los rasgos anatómicos distintivos que nos separa de
los demás primates la teoría acuática menciona algunos muy característicos.
Así, no sólo el pelaje desapareció, sino que el escaso vello que quedó está
dispuesto de manera distinta del pelo de los demás primates, pues sigue la
dirección de la corriente de agua en un nadador, dato que puede ser útil al
momento de afeitarse. Las yemas de los dedos del ser humano adquirieron una
marcada sensibilidad, la que puede deberse a la necesidad que tuvo en la era
acuática para tantear moluscos que no se pueden ver con precisión bajo el agua.
Su capa de grasa subcutánea es similar a la de otros mamíferos acuáticos, pero
es distinta de los otros primates, y pudo deberse a la manera de mantener la
temperatura corporal dentro del agua cuando debió reemplazar el pelaje como
abrigo corporal, pero que estorbaba en el agua. El cabello se mantuvo sólo
sobre el cráneo, que el nadador mantenía fuera del agua, probablemente como
protección solar y, en el caso de las mujeres, es más largo para que las crías,
también eximias nadadoras, pudieran asirse. Las crías humanas pueden nacer bajo
el agua y en sus primeros meses los bebes pueden nadar sin ahogarse. Los
lacrimales sufrieron el desarrollo que demandaba el nuevo hábitat marino. A
diferencia de los simios, la nariz humana se prolongó para construir un techo
cartilaginoso, dirigiendo la apertura de las fosas nasales hacia abajo para
impedir que el agua ingrese a las vías respiratorias cuando se aspira con la
cara mojada. Los incipientes cartílagos entre los dedos de nuestras manos
apuntan hacia la función natatoria de las patas palmípedas de los ánades y
otras aves marinas.
El lenguaje articulado fue posible cuando, justamente, en la
etapa acuática de la especie la laringe adquirió una posición más baja en el
cuello, lo que permitía a nuestros antepasados de hace 200.000 a 120.000 años
atrás nadar y sumergirse sin que el agua ingresara a sus pulmones por la
tráquea. Esto produjo un aumento del tamaño de la faringe, que es el espacio
situado entre el fondo de la cavidad nasal y la laringe y que constituye una
cámara inexistente en los restantes animales. La ampliación estructural de la
faringe permitió a aquellos antepasados y permite a nosotros emitir
precisamente los sonidos vocales que requiere el lenguaje articulado.
En el hábitat de praderas el homo ergaster y su antecesor, el homo habilis, habían sobrevivido y
evolucionado para adquirir los rasgos anatómicos que los caracterizaban. Se
supone que lo central de su dieta habría sido la médula de carroña suplementado
por frutas, raíces, semillas y alimañas. Grupos de homo ergaster, que ocupaban zonas costeras con extensiones amplias
de agua de bajo fondo, como el mar Rojo, que eran ricas en las nutritivas
proteínas de peces y mariscos, habían encontrado la técnica de pescar y
mariscar. Esta dieta rica en proteínas posibilitó el crecimiento del cerebro,
condición necesaria para originar el homo sapiens. La nueva expansión del
cerebro ocurrida desde hace unos 200.000 años atrás y que desarrolló los
lóbulos frontales no hubiera ocurrido probablemente si acaso el nuevo hábitat
no hubiera tenido abundancia de alimentos para una dieta suficientemente rica
en nutrientes y calorías, como es el caso de una dieta basada principalmente de
peces y mariscos, para suplir la mayor demanda energética que exige un mayor
volumen cerebral en relación al cuerpo.
Desde el punto de vista del desarrollo del cerebro y de la
expansión de la caja craneana, el filum homo había atestiguado probablemente
dos saltos anteriores. El primero ocurrió cuando un grupo de homínidos adoptó
la postura erguida, hace unos dos y medio millones de años, con lo que el
cráneo se liberó de la musculatura que lo aprisionaba para mantenerlo
horizontal y consecuentemente creció. Posteriormente, hace unos dos millones de
años, posiblemente ayudado por una nueva dieta rica en proteínas que su mayor
inteligencia había descubierto, se produjo en nuestros antepasados una mutación
genética, por la cual el desarrollo muscular de las mandíbulas se vio limitado,
a la vez que el cráneo se vio nuevamente más libre del aprisionamiento
muscular.
También es probable que este aislado grupo deviniera,
durante esa etapa, en la primera tribu de homo sapiens, pues su cerebro habría
adquirido en ese entonces la capacidad de pensamiento racional y abstracto que
toda su descendencia tendría, como también de las características que
caracterizan a la psicología humana. Pero a diferencia de las otras
adaptaciones surgidas como soluciones concretas al nuevo ambiente playero, esta
capacidad no fue probablemente una mejor adaptación, sino una determinada y
novedosa organización cerebral que surgió en forma aleatoria, sin propósito
definido, pero que terminó por demostrar su portentosa utilidad a través del
lento devenir del tiempo.
El pensamiento específicamente humano es aquél de las ideas
abstractas que permiten conceptualizar la realidad, y del razonamiento lógico
que permite obtener un mayor conocimiento de ésta. Adicionalmente, son
específicamente humanos los sentimientos en el plano afectivo y la voluntad de
la acción intencional en el plano efectivo. Todos estos productos psíquicos de
la mente humana, que tienen por fundamento la estructura cerebral y su modo de
funcionamiento, se erigen sobre un substrato neuronal y psíquico que es común a
todos los animales superiores, pero que ha sufrido un extraordinario desarrollo
en el homo sapiens.
Es posible actuar socialmente en torno a un objetivo sin
necesidad de ser ni muy lógico ni muy abstracto. El lenguaje puede surgir sin
tantas habilidades intelectuales. En realidad, tomó casi toda la historia de la
humanidad para que las capacidades intelectuales exhibidas por el homo sapiens
en su comienzo mostraran todo su esplendor en algunos pueblitos de la Grecia
antigua. Incluso en la actualidad, gran parte de la población humana vive su
vida plenamente sin usar mucho su cabeza, sino más bien siguiendo servilmente
el ritual impuesto por la cultura, la ética incluida.
La teoría paleoantropológica, que busca trazar los orígenes
de nuestra especie mediante el análisis del ADN mitocondrial de los diversos
pueblos existentes en la actualidad, postula que es probable que los seres
humanos modernos provengan de una sola “Eva”, que vivió en África hace unos
120.000 a 200.000 años atrás. Es probable también que Eva perteneciera a un
reducido grupo de homo ergaster que
se hubiera establecido en las aisladas playas de la costa africana que van
desde el Mar Rojo hasta el cabo de Buena Esperanza. Justamente en tales lugares
se han descubierto conchales que delatan huellas de asentamiento humano que
datan del Pleistoceno. Durante dicha época este grupo de homínidos evolucionó
en homo sapiens en medio de una dramática presión ambiental que extinguió al homo ergaster y que estuvo a punto de
causar su extinción.
Por otra parte, el ser humano moderno de todas las razas,
cuya característica más distintiva fue el desarrollo del cerebro para
permitirle el pensamiento abstracto y racional, los sentimientos y la capacidad
de la acción intencional, proviene genéticamente de un “Adán” que vivió hace
60.000 años. Sus descendientes se expandieran por todo el planeta. De otro
modo, las razas que existen en la actualidad, repartidas por los continentes,
hubieran sido distintas especies de homo sapiens.
Posteriormente, hace 75.000 años atrás, la emergente
población de homo sapiens sufrió casi una extinción que hizo peligrar su
prolongación a causa de la violenta erupción del súper volcán Toba, en Sumatra.
Las cenizas cubrieron por años la atmósfera, bloqueando la luz del Sol y
produciendo un descenso de 10º C de la temperatura global promedio. Los gases
volcánicos acidificaron la atmósfera y el agua dulce. Tres cuartas partes de la
vegetación pereció y muchas especies se extinguieron. Se estima que la
población humana se redujo a un par de miles de individuos.
Desde entonces y esa tranquila costa en la base del Cuerno
de África, los descendientes con abombadas frentes de esta primera tribu humana
dirigieron sus aventureros y adaptables pasos para conquistar primero Asia,
Europa y el interior de África, según explica la teoría “fuera de África”, y en
el transcurso del tiempo ocupar toda la Tierra, e incluso haber pisado la Luna.
Sus primos erectus y neandertales habían emigrado de África
cientos de miles de años antes, cuando recién habían dejado de ser homo
habilis. En contra de la imagen popular, no sólo eran probablemente tan peludos
como sus parientes simios, y en el caso de los neandertales también su pelambre
se habría tornado mucho más denso para resistir las gélidas temperaturas en la
Europa de la Edad glacial. Al menos no existe ninguna evidencia que apoye la
postura contraria. Por el contrario, las especies y razas de otros animales que
habitan las zonas árticas poseen gran abundancia de pelaje. Pero aunque habían
adquirido una capacidad craneana no sólo significativamente mayor que la de sus
antepasados habilis, sino que incluso algo mayor que la de sus propios primos
desnudos, los neandertales actuaban como sus antepasados más primitivos,
posiblemente de manera algo más sofisticada, pues esa enorme capacidad craneana
no los hacía mejores para razonar ni para conceptualizar los objetos del
conocimiento.
El distintivo desarrollo cerebral
En cuanto a la nueva capacidad de pensamiento racional y
abstracto del recientemente aparecido homo sapiens, ésta no produjo una
revolución tecnológica inmediata distinta de sus primos neandertales. Por
muchas decenas de miles de años ambas especies actuaban de manera similar,
desbastando piedras para fabricar hachas y cuchillos, aguzando y pelando ramas
rectas, cazando, recolectando. Nuestros peludos primos funcionaban
estupendamente bien en un medio helado ocupado por mamut, renos, osos y otros
lanudos animales de aquella época. Pero con el tiempo, más inteligentes para
descubrir las mejores maneras de adaptarse a distintos hábitat, los desnudos
sapiens llegaron también a ocupar el territorio de sus peludos parientes y a
competir con ellos cuando lograron inventar los abrigadores trajes de pieles
tras desarrollar la aguja, el hilo, precisas herramientas para cortar cuero y
métodos para curtirlo. Utilizando una mínima fracción de su gran capacidad de
pensamiento conceptual y lógico, les permitió ocupar y dominar un hábitat para
el cual no estaban naturalmente dotados.
Lo anterior nos está demostrando que no basta con tener la
capacidad neuronal para razonar como Einstein o componer música como Mozart. La
materia bruta del pensar es inútil si acaso no está tallada por la cultura y la
formación individual. Y el resultado es aún mejor cuando la talla es más fina.
Genios potenciales pudieron haber habido multitudes entre nuestro antepasados
en estos 100.000 años o más de existencia del homo sapiens, pero nunca se
destacaron, con toda probabilidad ni siquiera como eximios fabricantes de
lanzas.
Porque fueron capaces de valorar las ventajas que brindaban
ciertas cosas, en forma muy lenta, casi imperceptible, nuestros antepasados se
fueron distanciando del homo ergaster
y fueron atesorando una innovación allí, un descubrimiento allá, una idea
acullá. Nuestros antepasados eran tan rápidos como nosotros para apreciar una
oportunidad, aprender de ella y sacarle el máximo provecho. Lo difícil era,
como lo es hoy, inventar, descubrir o idear algo nuevo. La rueda puede ser algo
tan útil como parecer tan simple, pero fue un invento que apareció sólo hace
unos 4.500 años atrás en Caldea. Ahora moviliza nuestra civilización.
La cultura resultó ser un mecanismo más poderoso que la
evolución biológica como forma de adaptación al medio, pues ha llegado hasta transformarlo.
Ella, que en el fondo no sólo es comunicación, sino principalmente memoria, se
encarga generalmente de que las ideas que han demostrado su utilidad no se
pierdan. Además, una idea trae consigo otra que perfecciona la anterior. El
conocimiento es acumulativo mientras la cultura no sea destruida, como ocurrió,
por ejemplo, con la caída del Imperio romano. En nuestra época somos testigos
de una revolución permanente de la tecnología y de las ideas que día a día van
superando lo avanzado.
Uno de los resultados más sorprendentes del advenimiento del
homo sapiens y su portentosa inteligencia fue la posibilidad de vivir en
tribus. Probablemente, sus ancestros habían vivido socialmente en tropas, como
los actuales chimpancés y gorilas. Una tribu permite una adaptación
extraordinaria al medio, pues el conocimiento de la experiencia individual se
puede transmitir a todos sus miembros y se conserva indefinidamente en la
comunidad, acrecentándose con las experiencias de los demás en lo que
constituye la cultura
Adicionalmente, la inteligencia humana posibilita el
conocimiento íntimo de los alrededor de 60 a 120 compañeros que integraba o
integra corrientemente una tribu. En fin, aquello que distingue una tribu de
una tropa es la formidable acentuación de la solidaridad y la cooperación en la
genética humana, por las cuales se pueden vencer los obstáculos que va
presentando el medio hasta llegar hasta dominarlo y someterlo. Una tribu es una
comunidad humana compuesta por miembros que comunican conceptos abstractos y
lógicos, que se conocen íntimamente, se estiman y se respetan, donde, más que
la simple convivencia, reina la solidaridad y la cooperación. El hábitat
natural de todo ser humano, producto de la evolución genética, es la tribu.
Toda estructuración social que no respete la naturaleza o el modo de ser tribal
produce hondos conflictos psicológicos y morales en los individuos.
Ciertamente, la convivencia tribal nunca ha sido el Edén
bíblico. El afán individual de supervivencia y reproducción choca contra la
necesidad de subsistencia comunitaria, y antes que brote en abundancia el
respeto, la generosidad y la misericordia, a menudo lo que aflora son la
codicia, la lujuria, la gula, la avaricia, la pereza, la ira, la envidia y la
soberbia, que son los vicios englobados como “pecados capitales” en las
enseñanzas morales desde los tiempos de los primeros cristianos.
Además, en la perspectiva inclusión-exclusión social, si los
miembros de la propia tribu son considerados vecinos, colaboradores,
compañeros, camaradas, amigos, los miembros de las otras tribus son juzgados
como foráneos, competidores, rivales, adversarios y hasta enemigos. Esta
situación antropológica genera los principales conflictos sociales, étnicos e
internacionales. La solución ha sido y es englobar las unidades discordantes en
un todo mayor incluyente.
Si la cultura nos permite aprovechar las ventajas del
conocimiento acumulativo y las profundas tendencias psicológicas de solidaridad
y cooperación implantadas en nuestro genoma, no es garantía alguna de
generosidad, humanidad y misericordia. El siglo XX ha sido testigo de las
peores tragedias de matanzas y destrucción que han ocurrido en la larga y
convulsiva historia de la humanidad. Decenas de millones de seres humanos han
sufrido muertes horribles, tempranas, y sobre todo innecesarias, en manos de
sus congéneres. Las peores maldades y destrucciones han sido llevadas a cabo
por personas y pueblos que se suponía eran lo más acabado y refinado de la
civilización cristiana. Incluso ahora, poderosas y muy civilizadas naciones
desvían importantes recursos para construir arsenales militares que podrían
destruir varias veces el planeta donde todos vivimos, y todo ello decidido por
personas sensatas, afectuosas y muy correctas, que aplican todas sus facultades
intelectuales para determinar como matar y destruir con la mayor eficacia
posible.
El pensamiento humano es un arma poderosa que muchas veces
nos presenta la realidad en forma muy distorsionada. Pero la realidad es, por
el contrario, infinitamente compleja, y nosotros, en nuestra soberbia
pretendemos saberlo todo y cometemos graves equivocaciones. Además de la
soberbia, también funcionan en nuestras decisiones la codicia, la venganza, el
odio y otras lamentables pasiones, propias de nuestras limitaciones y de
nuestro afán por la supervivencia y la reproducción.
Si el pensamiento humano es virtualmente nada sin la
cultura, con la cultura puede tornarse en un arma mortal cuando las pasiones no
se le sujetan y cuando, en cambio, no se adopta una actitud de humildad. Sólo
el pensamiento nos permite conocer profundamente la realidad que nos rodea,
poetizar en torno a ella, e incluso postular la existencia de un ser creador
del universo y glorificarlo por ello. Solo cuando llega a ser misericordioso
con el necesitado y busca la justicia y el amor, el pensamiento humano,
finamente tallado por la cultura, la educación y una sabia formación, puede
llegar a ser un cocreador del universo. Solo cuando los más altos valores
humanos se encarnan en la cultura podemos respirar con un cierto alivio
acotando las atrocidades que continuamente asechan el paso de la humanidad por
la historia. sólo cuando se respeta nuestras características genéticas y modo
de ser tribal, podemos ser más humanamente cordiales.
El poder reproducir la realidad en representaciones de
imágenes subjetivas es una capacidad de la inteligencia animal, pero el poder
de representarla en conceptos abstractos es propio del pensamiento humano.
Además, el poder relacionar estas representaciones lógicamente y generar un
orden o una estructura que no es evidente en la pura observación de la realidad
es una capacidad del pensamiento racional. El poder traducir verbalmente los
conceptos es propio de la palabra, y el poder relacionar y estructurar estas
unidades racionalmente es propio del lenguaje comunicativo de la cultura de
cualquier comunidad humana. El poder almacenar los volátiles pensamientos en la
escritura, como tablillas de barro, libros o cintas y discos electrónicos, es
acrecentar la cultura. Para precisar más, el pensamiento humano es la capacidad
para relacionar imágenes, ideas y proposiciones es estructuras más complejas.
Se pueden distinguir dos tipos de procesos de pensamiento netamente humanos
distintos, pero que habitualmente son englobados en lo racional, conduciendo a
graves errores teóricos. Estos son el pensamiento abstracto y el pensamiento
específicamente racional.
El pensamiento abstracto relaciona imágenes e ideas más
concretas en conceptos más abstractos, que son más universales. En esta
relación, importa la verdad, es decir, la mayor o menor correspondencia entre
la idea y la cosa., además del grado de universalidad, que es la cantidad de
cosas o ideas menos universales que son referidos por el concepto. Para lograr
una máxima veracidad el pensamiento debe ejercer el criticismo, que es la
capacidad para volver a la cosa concreta si se quiere pensar y hablar de la
realidad y no de fantasía. Por su parte, el pensamiento racional relaciona los
conceptos en proposiciones o juicios, y éstos, en relaciones lógicas. Lo que
importa aquí es la validez de estas relaciones lógicas. Si las premisas son
válidas y si la mecánica lógica es la adecuada, entonces la conclusión será
también válida. La verdad no compete a la lógica. Pero si las proposiciones son
válidas y verdaderas, y la mecánica lógica es la adecuada, entonces la
conclusión, que no está explícita en las premisas, resulta verdadera. Aunque
las premisas sean válidas, basta que exista alguna falsedad en ellas para que
la conclusión sea falsa.
El pensamiento racional y abstracto del ser humano lo separa
de sus antecesores homínidos y del resto de los animales, y lo coloca en un
lugar muy especial entre las criaturas del universo. Mediante esta capacidad
intelectual, un ser humano adquiere conciencia de sí, comprende lo que vincula
una causa con su efecto, consigue dominar su entorno, comunicar su experiencia
a otros seres humanos y comprender la experiencia de éstos. No sólo puede con
otros humanos generar cultura, sino que puede maravillarse del mundo que lo
rodea y reconocer a su Hacedor.
CAPÍTULO 6. LA CONCIENCIA ULTRAMUNDADA
La psicología humana
se entiende por ser naturalmente un organismo biológico cerebrado que se
relaciona con su ambiente y que persigue satisfacer primordialmente sus
instintos de supervivencia y reproducción. Esta relación se efectúa a través de
tres funciones: cognición, afectividad y reacción. Tenemos tres tipos de
conciencia: conciencia de lo otro, conciencia de sí y conciencia profunda. El
accionar del ser humano es intencional y responsable, ya que emana de su libre
albedrío, que es producto de su razonar deliberado. Si la conciencia de sí
termina en la muerte, la conciencia profunda conduce a la transcendencia. Ésta
viene a ser la estructuración de la energía en conciencia profunda. El ser
humano puede definirse, más que como animal racional, como un animal
transcendente que transita de lo animal a la energía personal. Tras la muerte
de la persona emergería una psicología nueva, inmaterial, pero implícita en la
conciencia profunda, para conocer y relacionarnos correspondientemente con esa
misteriosa realidad que se presentaría más allá de nuestra vida terrena,
imposible de conocer ahora a través de nuestra experiencia sensible.
La discusión acerca de si las personas siguen existiendo de
alguna manera o no después de la muerte sigue latente. Si apoyamos la primera
postura —la transcendencia de la persona— y considerando que no poseemos
ninguna evidencia física de una existencia en un “más allá”, resulta difícil
especular sobre una psicología humana en la otra vida, y menos aún emplear el
método empírico. El único camino a nuestro alcance sería, desde una perspectiva
filosófica, depender de la psicología que podemos conocer en esta vida y advertir
las especulaciones de la parasicología y la mística.
Tres funciones
Entonces veamos primero que la psicología humana se entiende
primeramente por ser naturalmente un organismo biológico cerebrado que se
relaciona con su ambiente y que persigue satisfacer primordialmente sus
instintos de supervivencia y reproducción; siendo ambos instintos funcionales a
la prolongación de la especie, que es lo determinante en la genética de los
organismos biológicos. En todo organismo biológico vertebrado esta relación se
efectúa a través de tres funciones: cognición, afectividad y reacción. Estas
funciones son actividades psíquicas de la estructura biológica y
electro-química del órgano nervioso central animal. Primero, un organismo
biológico acentúa sus posibilidades de supervivencia y reproducción cuando
obtiene información del medio, lo que le posibilita ventajas adaptativas acerca
de alimentación, sexo, cobijo y defensa. A través de la evolución se han
desarrollado órganos de sensación que captan señales de lo que le rodea, las
que se han perfeccionado en el curso de la evolución biológica hasta conseguir,
en al menos los mamíferos, una representación muy fiel y sutil de la realidad.
Una segunda función, la afectiva, se manifiesta primariamente por la
sensibilidad a efectos que producen señales nerviosas que provocan placer o
dolor como un mecanismo adaptativo y ventajoso para la especie. Tercero, la
psicología biológica se completa con la respuesta del organismo frente a las
oportunidades que se le presentan y a los peligros que debe enfrentar para su
integridad. Puede atacar, huir, defenderse, protegerse, etc.
Por su parte, la función principal de la estructura orgánica
cerebral es, específicamente, en una escala superior cognitiva, generar
estructuras psíquicas de percepciones e imágenes a partir de las sensaciones
que proveen los sentidos. Parte relevante del caudal de vivencias cognitivas,
afectivas y reactivas es registrada en la memoria de manera relativamente
estable en forma electroquímica y neuronal (estructural) que realzan las
capacidades intelectivas y le confieren continuidad en el tiempo, creando una
historia individual. Esto es lo que produce la conciencia y fue una importante
adaptación evolutiva. La conciencia animal, incluyendo el ser humano, es conciencia
de lo otro y es la suma de las tres instancias, más la memoria. Por su lado, la
memoria genera la imaginación, que son las representaciones o contenidos de
conciencia que el animal puede producir o rememorar en su mente como una vívida
realidad que no necesita tener presente para desearla o, por el contrario,
temerla, para de esta manera aproximarse a lo apetecido o huir del amenazante
peligro.
En el ser humano, a través del proceso evolutivo que busca
la prolongación de la especie mediante la supervivencia del más fuerte, estas
tres mencionadas funciones psicológicas se manifiestan como conocimiento,
sentimiento y voluntad, respectivamente. Pero a diferencia de todo animal el
más evolucionado cerebro humano adquirió capacidad de pensamiento racional y
abstracto a partir del mismo bagaje neuronal de los animales, pero de manera
aún mucho más compleja, pudiendo estructurar en su mente todo un mundo lógico y
conceptual a partir de percepciones e imágenes, y buscando representar lo más
fiel y prácticamente posible el mundo real que experimenta y comprender el
significado de las cosas y de sí mismo. Él estructura en su mente relaciones
lógicas, ontológicas y hasta metafísicas y también puede comprender las
relaciones causales de su entorno. Estas relaciones o procesos tienen una
secuencia temporal, como el silogismo y la abstracción, y por lo tanto, son muy
de nuestro mundo terrenal de tiempo y espacio. Para ello se ayuda del sistema
del lenguaje que el individuo emplea primariamente para comunicarse simbólicamente
con otros seres humanos y también para acumular información y desarrollar
aprendizaje y cultura. La realidad que conoce es, como todo animal, la sensible
y, por tanto, material. Pero en su mente persigue comprender lo inextricable de
esta realidad enigmática que se le presenta, consiguiendo a veces entender la
unidad de la multiplicidad entre el caos.
En esta misma escala su
afectividad, más allá de sensaciones y emociones, se estructura propiamente en
sentimientos. Naturalmente, un ser humano no es solamente una entidad racional
que actúa objetiva y fríamente según parámetros abstractos y lógicos. Él es
también un ser sujeto a la afectividad. Como cualquier animal, busca, en
función de la mecánica de la supervivencia y la reproducción, el gozo y el
placer, y rehúye el sufrimiento y el dolor. Como todo ser emotivo, experimenta
intensamente las emociones de vivir, siendo, por ejemplo, profundamente
afectado por el aroma de las flores, la tibieza del Sol, la frescura del agua,
la suavidad de la brisa, la placidez del descanso, el sabor y la satisfacción
de la comida, el calor de la compañía, la ternura de la amistad. Además, la
razón incrementa la escala de la afectividad para incluir los sentimientos, y
produce una funcionalidad de una escala superior a la emoción, confiriéndole
una perspectiva plena de sentido y propósito dentro de un contenido moral, pero
donde la felicidad, la tristeza, el amor, el odio y muchos otros sentimientos
más confieren la coloratura humana. Se supone que un ser humano es civilizado
en proporción a su capacidad para dominar sus emociones en función de sus sentimientos.
Conciencias
La conciencia es una función de la
estructura psíquica que el sistema nervioso central genera, unificando toda su
actividad psíquica, en virtud de la cual el individuo —animal o humano— es
capaz de poseer una actitud experimentada y vigilante de su entorno, que le
permite ubicarse temporal y espacialmente y valorar el posible beneficio o peligro
que encierran las cosas que allí percibe. Ella relaciona activamente la
multiplicidad de sensaciones, imágenes, ideas y sus relaciones que el contacto
con el mundo externo suministra, y las compara continuamente con los
contenidos, en sus distintas escalas, evocados por la memoria. La conciencia se
distingue del sueño, aunque en ambas fluyen contenidos de conciencia; pero en
el sueño no existe el control unificador de la conciencia ni la percepción
actual de la realidad, sino que refleja simbólicamente las preocupaciones
cotidianas.
La conciencia es la capacidad que
posee un sujeto, no para obtener un objeto, sino para obtener su presencia. La
capacidad se refiere a la función de una estructura, que en este caso es la
cognitiva y la afectiva. Por tanto, la conciencia se refiere a la cognición y la
afectividad. La obtención por parte del sujeto de la presencia de algo se
refiere, por una parte, a una representación psíquica que se origina en las
sensaciones que recibe de un objeto y que estructura o elabora en percepciones,
imágenes y conceptos, y, por la otra, a una representación psico-fisiológica
que produce un objeto y que se traduce en placer y dolor, en una primera
escala. La presencia es la invasión del sujeto en el campo de sensación del
sujeto. El objeto es todo lo que se pone al alcance del sujeto, como causa de
las sensaciones y emociones del sujeto. En fin, conciencia es el conocimiento
que tiene un individuo de ser sujeto de relaciones causales que pueden comprometer
su existencia en cualquier grado, ya sea como causa o como efecto.
El objetivo de la conciencia es
unificar, filtrar y actualizar tanto la continua y permanente información de la
realidad que llega a través de los órganos de sensación como la información
suministrada por la memoria. También la conciencia está presente en la
elaboración de nuevos contenidos de conciencia (percepciones, imágenes, ideas,
relaciones lógicas y relaciones ontológicas). En fin, la conciencia, en
posesión de todo este conocimiento y afectos-aversiones, puede ejercer un
efectivo control sobre la acción.
Conciencia de lo otro
La más simple de todas es la
conciencia acerca de las cosas que nos rodean. Este tipo de conciencia, que
poseemos todos los animales en mayor o menor grado, proviene de la capacidad
natural de reconocer objetos que pueden ser afectados por nuestras acciones o
que pueden afectarnos a nosotros. La acción que surge de la información
provista por este tipo de conciencia no puede ser llamada precisamente libre,
pues está condicionada por los instintos
y apetitos propios que promueven la supervivencia y la reproducción para los
cuales es específicamente funcional. La intensidad de esta conciencia varía
desde el simple reconocimiento de la existencia de luminosidad o calor hasta la
comprensión de las fórmulas químicas más complejas.
Conciencia de sí
Un segundo tipo de conciencia es la
conciencia de sí. Pertenece a una escala que implica una inteligencia racional,
pues surge de la relación intelectual que un ser racional efectúa entre las
diversas cosas, de las cuales distingue una de éstas, el agente de la acción,
que llega a identificar consigo mismo. No se refiere a la acción de la
causalidad que un individuo siente en sí mismo, reconociendo que la causa es
distinta a sí mismo, pues en eso reside justamente la conciencia de lo otro. La
conciencia de sí establece la distinción sujeto-objeto, donde el sujeto se
concibe a sí mismo siempre por oposición al objeto. Surge por reflexión. Así,
pues, al reflexionar y mirarse a sí mismo como sujeto, éste se concibe como
propio y distinto de las otras cosas.
La conciencia de sí tiene la
capacidad para distinguirse ella misma de la experiencia, identificando su
causa con lo otro, y el lugar de la conciencia que experimenta lo otro, consigo
mismo. El individuo, al reflexionar, reconoce que la conciencia es el lugar del
pensar, de la voluntad y del sentimiento. El origen y lugar de todos estos
procesos los identifica con el yo. El yo se erige en sujeto consciente que
reflexiona y actúa autónomamente. En el acto de reconocer un yo, está también
reconociendo un tú a partir de la conciencia de lo otro.
La acción que surge de este
conocimiento, por la que el sujeto racional se identifica con el sujeto de la
acción y separado de las otras cosas, supone, primero, una acción concebida
como propia, emanada de sí mismo; segundo, una evaluación de sus efectos
probables, y, tercero, una evaluación que hace sobre sus mismos objetos, a los
que ordena axiológicamente, otorgándoles a cada cual una posición dentro de una
jerarquía valórica que él mismo llega a estructurar. La acción, que tiene un
momento de deliberación, tiene otro momento de decisión y ejecución, y un
tercer momento de cambio en el objeto hacia el cual se dirige, hace emerger los
tiempos de pasado, presente y futuro. Cuando surge la conciencia de que el
sujeto puede ser causa del cambio, aparece el proyecto de futuro y la
programación y la planificación de la acción.
La conciencia que cada ser humano
tiene de sí, y por la cual el mismo adquiere una identidad única y propia, en
el tiempo y en el espacio y con relación a las otras cosas, no le proviene por
aquel supuesto ingrediente espiritual denominado alma, sino que es producto de
la estructura psíquica compuesta por los contenidos de conciencia, en especial
las imágenes, ideas y juicios que cada ser humano va estructurando según las
representaciones actuales y evocadas, que convergen precisamente en ella para
hacer de la representación psíquica un todo coherente y referido a la realidad.
Entre estos contenidos de conciencia figuran las imágenes y los conceptos que
cada uno adquiere o elabora como representaciones más o menos verdaderas de la
realidad; el modo particular en que se han ido estructurando; las relaciones
que cada cual va haciendo entre las cosas que percibe; la percepción íntima de
su existencia, de su yo, de su propio desarrollo, de sus carencias y afectos,
de sus posibilidades y debilidades, de sus alegrías y tristezas; el conjunto de
pasadas experiencias y su ordenamiento como sucesos en el tiempo; la emotividad
particular que condiciona toda imagen; los sentimientos que acompañan sus
ideas; las valoraciones éticas que suministra la cultura.. Todo ello constituye
un marco de referencia permanente y un banco de conocimientos de inmediato
acceso; en fin, todo ello constituye un sistema en su conciencia de sí que le
permite deliberar y actuar intencionalmente.
La acción intencional
El accionar del ser humano en el
mundo es intencional y responsable, ya que emana de su libre albedrío, que es
producto de su razonar deliberado. La acción humana es intencional porque
persigue una finalidad que ha sido reflexionada, meditada, pensada, ponderada,
razonada, planificada y hasta imaginada, no por se conoce el futuro, sino como
proyecto de futuro, en términos de una determinación de las múltiples
posibilidades que se presentan y que incluso se crean. Y aunque la mente se
mueva dentro de un contexto estructural de valoraciones, significados, prejuicios,
sentidos, sentimientos y emociones, es suficientemente libre para razonar y
llegar a determinar libremente el curso de la acción. Una acción causal
propiamente humana transcurre en el tiempo: posee un antes que razona, una
fuerza volitiva actuante en el presente y un después causado. Antes de
desencadenar la acción, el sujeto humano estructura los elementos racionales
que imprimirán a la acción su intencionalidad, formulando planes de futuro y
proyectos de conducta. En la estructuración de los planes de futuro existe un
proceso de evaluación y ponderación razonada, un juicio a partir de lo que
conoce y de lo que pretende, de las diversas posibilidades de acción y una
concepción de qué ocurrirá al término de la acción, acompañada o no de
imágenes.
La acción humana es intencional
porque el individuo se sabe, reconociéndose a sí mismo, como sujeto de una
acción, a la cual le ha dado un propósito que ha deliberado o razonado.
Únicamente el ser humano, de todos los demás seres del universo, es capaz de
liberarse del condicionamiento natural, determinista, instintivo, afectivo y
hasta ritual, cuando ejecuta una acción intencional. En comparación, la acción
de un animal es sólo inmediatista, conteniendo una decisión muy simplificada,
cuando no es tan sólo una simple respuesta a un estímulo. La vida es energía
que se consume en el esfuerzo para sobrevivir y reproducirse; la vida humana es
energía que se consume además tras un proyecto de futuro que la razón ha
estructurado como posibilidad; y esta energía que consume en el mundo material
es energía que se estructura en la persona. La acción propiamente humana no
consiste en la capacidad de elegir entre una multiplicidad de medios para
obtener un fin deseado. Esa capacidad la pueden ejercer todos los seres con
sistema nervioso central con mayor o menor habilidad. La acción humana consiste
en actuar según una intención consciente ligada a una finalidad razonada. Las
acciones humanas no deliberadas no son intencionales y pertenecen a la
causalidad determinista del universo.
Del mismo modo como el término de
la acción de todos los seres vivientes, incluido el ser humano, es la
supervivencia y la reproducción, el término de la acción propiamente humana es
la determinación razonada de las múltiples posibilidades u oportunidades que
se le van presentando a un individuo, incluso al margen del contexto biológico
de la supervivencia y la reproducción. De hecho, la acción intencional es mucho
más que una respuesta a los simples instintos de supervivencia y reproducción,
pues se desenvuelve dentro de un contexto moral. La acción intencional,
identificada con el ejercicio de la libertad y con la autodeterminación,
depende de la razón y los sentimientos, siendo lo que caracteriza a la persona
y que se relaciona al otro a través del amor o el odio.
La acción propiamente humana,
cuando produce un efecto en algún objeto, genera también, de alguna manera, un
efecto en el mismo sujeto. A través de su acción, el ser humano se va no sólo
auto-determinando, sino que también auto-estructurando. La estructuración
personal es a la vez intelectual, afectiva y moral. Entre la intención y la
acción está la decisión, que también se denomina voluntad. La decisión es
actualizar, colocando en el presente una intención dirigida hacia un futuro
indeterminado. Esto es especialmente importante en dos sentidos: por una parte,
establece la oportunidad de la acción. Por la otra, ordena la secuencia
respecto de las otras acciones de un proceso.
La acción humana es libre. No lo es
en el sentido de un poder de actuar o de no actuar, de acuerdo a las
determinaciones de la voluntad. Lo es en cuanto se dan dos factores: primero,
la existencia de deliberación razonada antes de la acción; segundo, la
existencia de condiciones objetivas para llevarla a cabo. Por lo tanto, la
libertad humana es el poder de actuar de acuerdo a la propia voluntad racionalmente
determinada y no consiste en elegir una alternativa, sino en la posesión
objetiva de alternativas. Nuestra libertad, que no es una “libertad de”, sino
que es una “libertad para”, cuando es ejercida, queda determinada. No sólo no
podemos hacer todo lo que queremos, y cuando hacemos algo, optando por algún
curso de acción que determinamos, cerramos las posibilidades para hacer otras
cosas. Al tiempo de ejercer la libertad se está limitando los espacios de
libertad por una de las alternativas posibles. Una vez que se elige libremente
una alternativa de las posibles, la libertad se determina a la acción dentro de
dicha alternativa.
La acción es menos libre en la
escala de la conciencia de lo otro, pues los mecanismos causales son bastante
determinados y las condiciones están bastante dadas. Un animal enfrentado a
otro tiene sólo dos posibilidades: atacar o huir. En la escala de la conciencia
de sí, el efecto de una acción humana lleva impresa el sello de su libertad,
pues, a pesar de todos los mecanismos y factores condicionantes, y hasta
determinantes, existe una intencionalidad y una deliberación previa al
desencadenamiento de la acción llenas de significados y valoraciones. El
ejercicio de la libertad es inédito y original. A pesar de ser un producto más
de la evolución del universo, el ser humano puede llegar a tener conciencia no
sólo de las cosas que existen en el universo, como ocurre con todos los
animales en mayor o menor grado, sino también de su misma constitución y de sus
límites. Pero además, el ser humano es el único ser que puede mirarse a sí
mismo, independiente de las cosas y llegar a tener conciencia íntima y
profunda de sí.
Uno podría suponer que todo este
complejo proceso es propio de alguna fuerza inmaterial. Sin embargo, todo aquél
ocurre en nuestra mente que ocupa la aparentemente débil fuerza electroquímica
que opera en la compleja estructura nerviosa de nuestro cerebro, el que según
los estudiosos pesa entre 1200 y 1400 gramos y tiene la apariencia de una masa
gelatinosa de color grisáceo. Allí se relacionan tanto imágenes como relaciones
de imágenes, que son las ideas, y relaciones de relaciones de imágenes e ideas
tan abstractas que no tienen relación a imagen alguna, que son los juicios. Son
estas últimas relaciones las unidades discretas del raciocinio y las que
imprimen la intencionalidad a la acción al valorar tanto sus probables costos y
beneficios para sí y para otros, como también su oportunidad.
La voluntad traduce la intención en
acción valiéndose de la capacidad de la red neuronal eferente, que se ramifica
por toda la estructura muscular, para amplificar la débil fuerza de una
intención, ubicada en la estructura cerebral, en una fuerza capaz de comandar
el aparato motor, o sistema muscular-esquelético, del individuo. Es interesante
advertir que la estructura muscular-esquelética es la unidad funcional que
tiene un individuo para afectar el medio externo, y que la estructura nerviosa
eferente, similar a la aferente, sirve para captar y conducir las sensaciones al
sistema nervioso central y que es coordinada por éste. La red eferente comanda
la estructura muscular-esquelética mediante señales nerviosas precisas que son
amplificadas por los músculos, que se contraen o se dilatan en la dirección,
con la fuerza y la velocidad preseleccionadas y en combinación con los huesos
que actúan de palancas, con el objeto de llevar a cabo la acción intencionada.
La voluntad da la orden que manda a
las manos asir con una determinada presión un hacha por el mango, y a los
brazos descargarla con determinada potencia y precisión sobre un pedazo de
leña; también comanda un dedo dirigirse hacia un botón y apretarlo con una
intensidad determinada, una mano girar un volante a una cierta velocidad o
mover una palanca en una dirección y hasta un punto seleccionado, movimientos
que permiten operar una potente máquina, prolongación del cuerpo humano, para
actuar sobre el medio, centuplicando la fuerza muscular. La voluntad pone una
idea en persuasivas palabras cuando comprime el aire de los pulmones sobre las
cuerdas vocales y mueve, concertando, lengua, mandíbulas y labios para regular
un tono, una intensidad y un ritmo de voz seleccionadas intencionalmente, al
tiempo que ordena a los músculos faciales gesticular y al cuerpo acompañar con ademanes
significativos para reforzar la intención.
Conciencia profunda
Desde una perspectiva filosófica (de la filosofía que hemos
venido propugnando en toda esta obra), la vida y la conciencia de sí ocurren en
el universo material, donde son comprendidas filosóficamente por la
complementariedad de la estructura y la fuerza. Sin embargo, en esta misma
perspectiva, tanto el universo material y dicha complementariedad son
comprendidos a su vez por un concepto mayor, que es el de la energía, que se ajusta
y no se contrapone con lo develado por
la ciencia moderna. Así, la energía, según entendemos, no se crea ni se
destruye, solo se transforma —según reza el primer principio de la
termodinámica—; no debe ser pensada como un fluido, ya que no tiene ni tiempo
ni espacio; su efectividad está relacionada con su discreta intensidad; es
tanto principio como fundamento de la materia; no puede existir por sí misma y
debe, en consecuencia, estar contenida o en dependencia. Este concepto tiene el
alcance que tuvo el ser de la metafísica en la historia de la filosofía, pero
que está obsoleto por su irrelevancia frente al enorme desarrollo de la
ciencia. De hecho, el universo, en toda su diversidad, está hecho de energía y
nada de lo que allí pueda existir puede no estar hecho de energía.
Adicionalmente, la energía comprende una realidad mucho mayor que la de la
materia. Es este nuevo concepto de energía que nos permite hablar de
transcendencia sin contradecir la ciencia, cuyo alcance es solo lo material.
Estas distinciones metafísicas son fundamentales para comprender nuestra
existencia y la del universo y son la base para nuestra tesis de la
transcendencia.
Siguiendo con el hilo conductor
acerca del tema que nos preocupa, desde el punto de vista del propósito de los
tres tipos de conciencia, vimos que el sentido de la conciencia de lo otro está
relacionado con la supervivencia y la reproducción. Esta finalidad biológica
es distorsionada en la conciencia de sí por la ética, la cual busca, a través
de la subsistencia de la comunidad, realzar la propia supervivencia y
reproducción. La conciencia profunda, que es un tercer tipo de conciencia,
adiciona un marco transcendente en el cual la finalidad de supervivencia
individual y subsistencia social se relativizan. Si la conciencia de sí
termina en la muerte, la conciencia profunda conduce a la transcendencia. Ésta
conciencia se encuentra en la escala mayor de estructuración de la conciencia.
No hace que nuestra acción sea más objetivamente libre, sino que hace que uno mismo
sea íntimamente libre al actuar. A diferencia de la conciencia de sí, la
podemos reconocer en ausencia de cualquier referencia con otras cosas, y, por
lo tanto, no requiere ninguna identidad por la que se puede relacionar o
definir, pues se identifica únicamente consigo mismo en una mismidad. Mediante
ella, una persona se reconoce a sí misma como singularidad y como independiente
de otras cosas por referencia, relación o identidad. Esta conciencia es un
reconocimiento de la radical mismidad que puede llegar a subsistir incluso a la
propia corporeidad espacio-temporal, la que la llega a concebir como otra cosa
más, mutable, corrupta y hasta ajena, al menos en los místicos, y que en
lenguaje ordinario, sepulcral, se denomina “los restos”.
Es conveniente entrar a analizar el
concepto de mismidad. Lo primero que resalta es que este concepto es distinto
del de identidad. La identidad supone otras cosas de las que se diferencia; en
especial, supone la ocupación de un espacio-tiempo definido en el universo. En
cambio, la mismidad supone únicamente uno mismo, una unicidad, tal como una
singularidad, y reducido a una pura conciencia, sin ninguna referencia
espacial ni temporal. El yo es sustancial y singularmente el yo mismo, sin
relación a nadie más, autosustentable, polo de la acción intencional,
autoconsciente, descontextualizado, sentimentalmente auto-contextualizado. La
identidad que es propia de la conciencia de sí necesita otras cosas para poder
diferenciarse, distinguirse, describirse y definirse: un sujeto frente a lo
otro; la mismidad, por su parte, no necesita sino de uno mismo, independiente
de todo lo demás.
La conciencia profunda es una
experiencia muy personal y es bastante hermética, por lo que no puede ser un
objeto de estudio muy definido para la filosofía, la que la puede proponer;
menos lo es para la ciencia, puesto que ésta trata con entidades no singulares,
con objetos espaciales y con fenómenos que puedan ser susceptibles de
experimentación. En efecto, el conocimiento objetivo, que es el de la ciencia y
la filosofía, es de lo plural. En cambio, lo singular, en tanto no está
relacionado con nada, no está referido a nada que pueda dar conocimiento de él,
de definirlo y determinarlo como objeto de conocimiento. Tal como en una escala
mayor, la de la razón, un ser humano estructura la conciencia de sí sobre la
conciencia de lo otro, la conciencia profunda es una estructuración en una
escala aún superior que incluye los otros tipos de conciencia, pero se
estructura sólo cuando se llega a relativizar la conciencia de sí, por así
decir.
En este mismo grupo de temas
desconocidos, pero que uno tiene el perfecto derecho a plantear con toda
sensatez, está aquel de si acaso la mismidad es subsistente a la muerte del
individuo, y si lo es, de qué manera, puesto que ya no habría supuestamente un
espacio-tiempo, ni tampoco la mismidad estaría sujeta al imperio de las leyes
de la termodinámica. Sin embargo, la conciencia profunda no aparece de la nada,
sino que es una estructuración en una escala superior que surge de la
conciencia de sí. Tampoco es una mismidad estática, encerrada en sí misma e
inmanente, como se podría entender a un monje budista. La conciencia profunda
surge de discernir que existe una meta infinita capaz de unificar y dar sentido
a las distintas acciones intencionales, y que es infinitamente deseable.
También entiende que es posible alcanzarla, al tiempo de comprender asimismo
las propias e irreductibles limitaciones para este emprendimiento.
Cuando el ser humano reflexiona sobre el por qué de sí
mismo, llegando a la convicción de su propia y radical singularidad, la
multifuncionalidad psíquica es unificada por y en su conciencia, o yo mismo, no
de modo mecánico, sino transcendente y moral. La trascendencia es el paso desde
la energía materializada, que se estructura a sí misma y es funcional, hasta la
energía desmaterializada que la persona estructura por sí misma. A través de
nuestra intención libre, que culmina en una acción en nuestra existencia,
podemos estructurar energía como producto. Esta estructuración se realiza en
nuestra conciencia profunda y es un reflejo exacto de nuestra intención
incluida en lo que somos en nuestra experiencia de vida; y es lo que subsiste a
la muerte. Tal es precisamente lo fundamental de la psicología ultramundana.
La conciencia de sí es el advertir que el yo (el sujeto) es
único y que su existencia transcurre en una realidad objetiva que su intelecto
le representa como verdadera. Pero transcendiendo esta materialidad que ella
conoce, está lo llamado “espiritual” y viene a ser la estructuración de la
energía, que ciertamente es producto del intencionar, en conciencia profunda,
forjándola indeleblemente en sí en modo de energía, es decir, desmaterializada.
La conciencia profunda reconoce que la realidad, no es solo material, sino que
también es transcendente, y la puede conocer con otros “ojos” que ven la
experiencia sensible, los cuales podrían abrirse completamente solo tras la
muerte fisiológica del individuo.
El alma no preexiste en un mundo de las Ideas, al estilo de
Platón, para unirse al cuerpo en el momento de la concepción, sino que se
fragua en el curso de la vida intencional. Esta metempsicosis transforma lo
inmanente de la cambiante materia en lo transcendente de la energía inmaterial.
La estructuración de una mismidad singular como reflejo de la actividad
psíquica de su particular deliberación es el máximo logro de la evolución que,
a partir de materia individual, produce energía estructurada. Así, el ser
humano puede definirse, más que como animal racional, como un animal
transcendente que transita de lo animal a la energía personal. Esta explicación
es especulativa y no se asienta ciertamente en conocimiento científico alguno,
pues está fuera del ámbito de lo material (solo conocemos lo sensible), pero
está en sintonía con los fenómenos místico y parapsicológico reconocidos.
Cuando la muerte, propia de todo organismo biológico,
desintegra la estructura del individuo, subsiste la persona, que es la
estructura del yo mismo puramente de energías diferenciadas que se han
unificado en la conciencia profunda durante su vida. La muerte supone la
destrucción irreversible del vínculo de la energía estructurada del yo mismo
con su cuerpo de materia estructurada que la contenía, manifiestamente incapaz
ahora de subsistir. Considerando que ya
no resulta necesario satisfacer los instintos de supervivencia y reproducción,
como tampoco estar sujeto a ningún otro instinto, en su nuevo estado de
existencia el yo personal se libera del consumo de energía de un medio material
y, por tanto, de la entropía, lo que significa también que su acción ya no
puede tener efectos sobre la materia. La persona ha transitado a un estado de
energía inmaterial
Asimismo, desaparecen nuestros atesorados conocimientos y
experiencias de la realidad del universo material que percibimos a través de
nuestros sentidos animales y se guardaban en la memoria, ya que dejan de sernos
útiles para nuestra nueva existencia, como también nuestra forma de pensamiento
racional y abstracto y la misma memoria basados en el cerebro biológico. Tampoco
la persona existiría en un plano de tiempo y espacio, luz, color, sonidos,
aromas, calor, frío, dureza y demás características del universo material y
causal. Recíprocamente de la persona emergería la psicología nueva, inmaterial,
transcendente, de pura energía, pero implícita en la conciencia profunda,
incomparablemente más maravillosa para conocer y relacionarnos
correspondientemente con esa insondable y misteriosa realidad que se
presentaría más allá de nuestra vida terrena, imposible de conocer ahora a
través de nuestra experiencia sensible. Posiblemente, el paso a esta nueva
psicología sería paulatino y asistido.
La persona, ahora reducida a lo esencial de su ser íntimo,
necesitaría y buscaría afanosamente un contenedor de su propia y estructurada
energía para poder manifestarse y expresarse en forma plena de vinculación. La
esperanza es que quien en su vida ha reconocido de alguna manera a Dios y ha
sido justo y bondadoso según, por ejemplo, la enseñanza evangélica, él estará
finalmente en condiciones de acceder al Reino, que Jesús conoció (¿a través del
fenómeno EFC?) y anunció, cuando muere y existir colmadamente. De ahí que su
condición en la “otra vida” sea un asunto de opción moral personal durante su
vida terrena. Al no estar inmerso en la materialidad, ya no se interpone el
espacio-tiempo que lo mantiene separado de Dios. Así, la energía liberada
originalmente por Dios retornaría a Él estructurada en el amor.
Santiago de Chile
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